El movimiento antivacunas, que tiene sus raíces históricas en respuesta al desarrollo de la primera vacuna por Eduardo Jenner hace más de 200 años, resurge en estos últimos años en respuesta al desarrollo de las vacunas para protegernos del virus del COVID-19. Este movimiento, caracterizado por el rechazo a las vacunas a pesar de su disponibilidad, ha evolucionado con el tiempo y ha cobrado fuerza en el siglo XXI debido a diversos factores como el anti-intelectualismo y el auge de las pseudociencias.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha identificado el movimiento antivacunas como una amenaza significativa para la salud mundial, atribuyendo el aumento del 30% de los brotes de sarampión en todo el mundo a los sentimientos antivacunas. Los argumentos contra la aplicación de vacunas de este movimiento gravitan alrededor de objeciones religiosas, preocupación por los ingredientes de las vacunas, desconfianza en las autoridades médicas e incluso vínculos infundados entre las vacunas y afecciones como el autismo.Ignorancia, ideología, y miedo alimentan a un grupo de personas distribuidos por todo el mundo y que incluye incluso miembros de la comunidad médica y científica. Como médicos y salubristas es importante abordar la desinformación y promover la aceptación de las vacunas para salvaguardar la inmunidad de la comunidad y prevenir el resurgimiento de enfermedades. Información basada en la evidencia es el mejor instrumento con el que contamos para convencer y promover la participación de la ciudadanía en la protección de la comunidad y país.

Hace 50 años se puso en marcha el Programa Ampliado de Inmunización (PAI) para poner a disposición de todas las vacunas que salvan vidas en todo el mundo. Durante todo ese tiempo se ha estado colectando información científica acerca del impacto que las vacunas han logrado en proteger la salud de niños y adultos en el mundo. A inicios del mes de mayo de este año se publicó un trabajo conjunto de escuelas de salud pública y medicina tropical europeas y americanas en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la revista científica Lancet, evaluando el impacto de las vacunas en la salud pública mundial de 50 años de vacunación contra 14 patógenos en el PAI, y su contribución al descenso global de las tasas de mortalidad infantil y en la niñez durante este periodo.

Desde 1974, la vacunación ha evitado 154 millones de muertes, 146 millones de ellas entre niños menores de 5 años, de los cuales 101 millones eran lactantes menores de 1 año. Por cada muerte evitada, se ganaron 66 años de salud plena por término medio, lo que se traduce en 10.2 millones de años de salud plena ganados. Los autores estiman que la vacunación ha sido responsable del 40% del descenso observado en la mortalidad infantil mundial, el 52% en la región africana. En 2024, un niño menor de 10 años tiene un 40% más de probabilidades de sobrevivir hasta su próximo cumpleaños en relación con un escenario hipotético de no vacunación histórica. La mayor probabilidad de supervivencia se observa

incluso hasta bien entrada la edad adulta. El impacto observado es masivo e innegable. Nunca se imaginó Jenner que la inoculación de pus de las ampollas de viruela bovina de una ordeñadora llamada Sarah Nelmes en aquel niño de 8 años llamado James Phipps tendría semejantes beneficios en la salud de todos nosotros, incluidos aquellos que con tanta energía han tratado de desprestigiarlas. Durante la pandemia del COVID-19, si la comunidad científica no hubiese desarrollado las vacunas para protegernos contra el virus, 14 millones de personas más hubiesen muerto cada año.

Soy consciente que, aunado a la corrupción, la desinformación es una de las principales causas que más afectan nuestra salud actual. El gremio médico y sus lideres, tanto del sector gubernamental como privado, tienen el deber y la obligación de luchar en contra de ambos flagelos. La colaboración entre ambos sectores es fundamental en esta lucha; por ello la creación de espacios dentro del Minsal que promuevan esta colaboración, es una acción que debería estar incluida dentro del plan nacional de salud. El objetivo principal de la medicina es servir a la sociedad y salvar vidas, no generar ganancias, ni políticas ni económicas.