Esa era la “publicación revolucionaria clandestina” de las Fuerzas Populares de Liberación que en nuestro país circuló entre su militancia, desde agosto de 1972, bajo estrictas medidas de seguridad; bueno, al menos eso se recomendaba e intentaba hacer. También era distribuida de diversas formas, entre las cuales destacaban las llamadas “bombas de propaganda”. Casi siempre se trataba de la caja recibida al comprar zapatos en las tiendas ADOC, topada con el pasquín hasta casi rebalsar y un mortero que se hacía estallar para que volara el mensaje; inmediatamente, el comando mensajero “volaba” abandonando el sitio que podía ser en un parque, un punto de buses u otro adonde la población se aglomeraba. ¡Tiempos de audacia ilimitada e intensa creatividad!

Más de un siglo después de editado el primer ejemplar en medio de una creciente rebeldía popular, parece que la probable y quizás hasta predecible repetición de esta ya se encuentra en la mira de la dictadura en ciernes que comienza a tomar “medidas profilácticas”. Señales hay. Anticipando un nuevo brote de insubordinación, como recurrentemente ha ocurrido durante nuestra historia, esta ya volteó a ver al alumnado de los centros educativos públicos proclive a contaminarse con ese “virus”: la indocilidad juvenil. Muestra reciente de ello es la llamada “Ficha diagnóstico de estudiante con actitud y conducta antisocial”, distribuida en dichas escuelas del departamento de Usulután.

En esa aparece un listado de lo que consideran “conducta antisocial observada”: “[t]endencia afín a grupos antisociales”, “dibujos típicos de personas antisociales”, “desobediencias”, parentesco con alguien “catalogado como antisocial” y la apariencia propia de esa condición. Además, el cansancio y el sueño aparecen incluidos; estos son efectos de la desnutrición que afectan a buena parte de nuestra niñez. Una expresión conductual que no alcanzo a comprender, por contradictoria, es esta: “Cumple con las tareas que se le dejan”; al no estar formulada como interrogante, me pregunto si un desempeño escolar diligente deberá estimarse como otra muestra de ese trastorno de personalidad.

En realidad, pasa que estamos ante un “atarrayazo” para ver qué “pescan” como ocurre con el ya normalizado régimen de “excepción”; un “atarrayazo” configurado aparentemente de manera apurada. El rubro que no deja lugar a dudas es el primero: “Conducta de [r]ebeldía”.

Bases Magisteriales Salvadoreñas se pronunció ya condenando enérgicamente tal atrevimiento por criminalizar al estudiantado, violar “los preceptos establecidos en la Ley Crecer Juntos”, violar también la Convención sobre los Derechos del Niño y “el derecho de los educandos” contemplado en el artículo 90, literal a), de la Ley General de Educación relativo a su formación “en el respeto y defensa de los principios de libertad, verdad científica, moralidad y justicia”.

Esta gremial sostiene, con razón, que además “se atenta “contra la tranquilidad emocional” de la población estudiantil al generarle dudas e incertidumbres por no saber a quiénes ficharán a qué manos irán a parar las fichas: ¿policiales? ¿militares? Ambos destinos alarman. Asimismo, exige revocar la orden que dio origen a esa infeliz ocurrencia y que la entidad fiscal verifique si quien la cursó tiene competencia legal para ello; caso contrario, reclama su juzgamiento por actos arbitrarios y una pronta destitución. Finalmente, demanda que la gran ausente en estos y otros escenarios preocupantes e indignantes –la procuradora para la defensa de los derechos humanos– cumpla su misión.

Según la Real Academia Española un ser antisocial es alguien contrario, opuesto “a la sociedad, al orden social”. A propósito, nuestro mejor defensor del pueblo sin nombramiento oficial aseguró que lo que se hacía en la arquidiócesis metropolitana hace 45 años no era “una rivalidad contra nadie”. “Yo no quiero ser –aclaró monseñor Romero entonces– un ‘anti’, un ‘contra nadie’”. Y recordó a santo Tomás de Aquino cuando este sentenció que ley “es la ordenación de la razón para el bien común, promulgada por aquel que tiene responsabilidad de la comunidad”. Si no, apuntó el ahora santo nuestro, “el legislador pierde su autoridad y se hace déspota cuyo principio es la antiley que dice [...] así lo quiero, así lo mando, la razón es mi capricho”.

¡Eso si es clara muestra de ser antisocial! Es decir, alguien que miente para su provecho en perjuicio de la gente, no la respeta y no siente culpa por hacerle daño; que es insensible, obstinado y se cree superior; que es hostil y agresivo además de violento y amenazador; que transgrede gravemente las reglas. Considerando este perfil, pregunto entonces quién es hoy por hoy la figura antisocial más emblemática en nuestro país contra la cual ‒en algún momento‒ habrá que rebelarse. Yo lo tengo claro.