Esta semana, un querido amigo y colega, residente en Guatemala, me compartió un video de una profesional -no médica- costarricense con un discurso antivacunas, alertando a padres y madres de familia sobre el uso de la vacuna contra el COVID-19 en la población infantil. En su discurso, cuestionaba el proceso de verificación de dicha vacuna, aduciendo que se trataba de un medicamento en fase experimental y no listo para su aplicación al público en general. Mi amigo, médico, sin analizar a fondo el mensaje, pensó que sería útil compartirlo en nuestro grupo.

Con el advenimiento del Internet, las redes sociales y otras nuevas formas y espacios de comunicación masiva se establecen en nuestras vidas. La transmisión del conocimiento y el “desconocimiento” ya no persigue los caminos tradicionales del erudito al aprendiz, por lo menos en lo que al conocimiento científico se refiere, sino espacios de comunicación, donde cualquier persona, con o sin conocimiento o experiencia en el tema, comparten una opinión, en muchas ocasiones generando desconocimiento y confusión.

Esta actividad, en mi opinión, es muy peligrosa, especialmente en el ámbito de la salud pública, ya que la creación de confusión y miedo podría aumentar el riesgo y la vulnerabilidad en la población, especialmente a enfermedades infecciosas, como la reciente pandemia del coronavirus.

El conocimiento, específicamente el científico, se entiende como el conjunto de hechos verificables y sustentados en evidencia recogidos por las teorías científicas y alcanzado por medio del método científico (Descartes, 1637). Así es, amigo lector, el conocimiento científico se basa en un proceso “controlado”, “riguroso”, y en continua evolución. Según Popper (1995a, 113), “la adaptación de la vida a su medio ambiente es una forma de conocimiento”. Y como bien sabemos, las condiciones de nuestro medio ambiente, especialmente en nuestro momento, no son estables.

Nuestra vida, depende de nuestra capacidad de adaptarnos rápidamente a estas condiciones cambiantes. Pero es precisamente esta rápida adaptación la que genera desconfianza y oportunidades para que personas con ansias de protagonismo se lancen a incrementar esta desconfianza. Las redes sociales, y muchas veces la misma prensa, le brindan el camino a la fama, “influencers” les llaman.

El conocimiento científico, como la teoría evolucionista de Darwin, tarda siglos en irse transformando, construyéndose bajo un proceso y ante la mirada y escrutinio de personas expertas. Quienes alguna vez hemos tenido el privilegio de publicar nuestros estudios y experiencias en revistas científicas, sabemos la inversión de tiempo y esfuerzo que conlleva este tipo de actividad: meses y algunas veces años. Hoy, por el contrario, el relato paranoico, como me gusta llamarlo, se produce en microsegundos, en un espacio totalmente “libre” y sin escrutinio ni control de ningún tipo. “Libertad de expresión” le llaman. Libertad, sí, pero para destruir, muchas veces no solo la confianza de un público vulnerable, sino hasta la vida misma.

El relato paranoico vende. Y por ello, por ser lucrativo, conversa con espacios y agentes que se lucran de esta paranoia. Libertad es un derecho humano básico, siempre y cuando esté dentro de los límites legales. Tu “voz cuenta”, dice Amnistía Internacional. Me dicen que tengo derecho a decir lo que pienso, a compartir información. Pero no me dicen que ese derecho, a lo mejor está restringido por la verdad. O sea, la conformidad entre lo que digo, pienso o creo y la realidad. No es posible, ni saludable, que se nos venda ese discurso de libertad incontrolable de decir o escribir lo que nos venga en gana. La “verdad” restringe ese tipo de libertad de expresión. Venga esa información de donde venga.

¿Pero, quién regula y controla esta desinformación que pone en riesgo la salud pública de la ciudadanía salvadoreña?
Hace más o menos 50 años que el Internet se comercializó, pero solo hace 16 años que plataformas electrónicas como Twitter se fundaron. En 1997, durante la presidencia de Armando Calderón Sol, fueron actualizadas las normas, deberes y funciones del Consejo Superior de Salud Pública. Hace, exactamente, 25 años, mucho antes que la aparición de las redes sociales. Por ello, esta institución se encuentra al momento desfasada e incapaz de proteger la salud pública en el contexto actual. Adaptarse al medio ambiente es una necesidad de sobrevivencia.