En la localidad de Albaida, provincia de Valencia en España, se impulsó la candidatura ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que el toque de campanas fuera reconocido como Bien de Interés Cultural Inmaterial. Siendo Albaida, un municipio donde tañer las campanas es una tradición que se produce ininterrumpidamente desde el siglo XIII, actividad que ha formado y continúa siendo parte inherente de la vida de sus ciudadanos. Así mismo, sus habitantes han procurado transmitir a las nuevas generaciones tal costumbre que representa una comunicación comunitaria con la cual se ven identificados. El comité del Patrimonio Cultural Inmaterial de dicha organización, decidió el año pasado, otorgarle ese título.

Pero el repicar de campanas también ha sido escuchado en nuestra América desde tiempos remotos, como el resultado de la fusión cultural indígena, africana y española en esta última venía la campana.

En muchos territorios el toque de campanas era una guía del comienzo de un nuevo día y al anochecer avisaba que la labor en el campo cesaba, pasando al momento de volver a los hogares. Se dice que era el lenguaje de la luz en la oscuridad, como una música antigua.

Y entre repiques, volteos y medios volteos, el escuchar las campanas a muchos nos lleva a que se evoquen sentimientos variados que lindan con la nostalgia y el recogimiento de lo andado; algunas veces suenan por fiestas litúrgicas, servicios religiosos variopintos y a veces doblan las campanas como una suerte de celebración de la vida misma que termina o comienza, según lo creamos.

Pero lo esencial, es lo que este sonido arcaico comunica, aun actualmente cuando ya ha sido mecanizado en muchos lugares, a la vez que la tecnología y la inteligencia artificial tienden a automatizar la gran mayoría de las actividades humanas.

Bien por la Unesco, en darle el valor y asegurar la pervivencia de un lenguaje al borde de extinguirse. Un lenguaje que acuña historia de pueblos enteros que vivieron su prosperidad, tragedias y resurgimientos al compás de sonidos acústicos antiguos. Tañidos que entraron en las escenas familiares dando sentido a las vivencias dulces y agridulces, tañidos que se abrieron paso y permearon el ocaso de vidas donde fueron un aviso que el tiempo es inexorable y que el metal de las campanas resuena tanto o más como una soledad silenciosa. Repiques que indicaron nuevos comienzos llenos de alegrías, ilusiones con espíritus diáfanos los mismos que al cumplir su misión cerraron sus ojos tranquilamente, dando paso a un doblar de campanas sin tristeza sino de júbilo.

Porque cierto es que en ocasiones muchas voces se transforman en ruido y no comunican nada y hay silencios que dicen más que las palabras.
En un contexto de ser desprejuiciados y expectantes ante los avances tecnológicos, es conveniente recibir positivamente los mismos; pero atentos a lo que es parte inherente de nosotros, lo que tenga significado vital, que no podrá ser superado por ninguna tecnología. Puesto que la vida misma no tiene método exacto a seguir, tampoco en que momento preciso un recuerdo debe ser guardado en la memoria, que es tan inmaterial como el sentir, que ninguna inteligencia artificial podría hablar sobre ello, sin que no haya sido comunicado previamente por un ser humano con vivencias y sentimientos propios que no están organizados por ningún orden, sino en un bagaje misterioso que se mezclan durante toda una existencia.