Atilio creció escuchando el murmullo del mar, sus lamentos, sus iras y sus sonrisas. Ahora a sus 40 años se siente cansado y sin ganas de vivir. Desde hace 5 años su vida es una tortura. El murmullo del mar no le conforta desde aquel día caluroso, oscuro por las pesadas nubes. Despertó agotado, con los pies hinchados, las manos entumecidas y con un hormigueo “raro”. No tenía tiempo para perder en la clínica, pensó. Su trabajo de albañil, combinado con la agricultura, le exigía todo su tiempo. De él dependían sus dos hijos: Yulissa y Atilio junior.

El tiempo siguió pasando, pero un día no pudo más, el cansancio y debilidad no le permitieron levantarse. La sensación de malestar era insoportable. Lo llevaron al hospital de La Unión donde le diagnosticaron enfermedad renal crónica. Desde entonces vive, y respira para asistir a su diálisis tres veces por semana. Su enfermedad no tiene cura, le han dicho, y no hay forma de detenerla. A sus 40 años, en plena edad productiva, y con dos hijos pequeños, le quedan pocos días de vida. Él lo sabe.

El Salvador, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), es el segundo país del continente americano, solo debajo de Nicaragua, con la más alta tasa de mortalidad por insuficiencia renal. Pero con el mayor número de años de vida perdidos por muerte prematura causada por este mal, y el tercero del continente con mayor número de años vividos con discapacidad por enfermedad renal. La tasa de mortalidad por enfermedad renal de nuestro país es casi cinco veces superior a la tasa promedio de mortalidad en el resto de los países de América. Según datos del Ministerio de salud, ña primera causa de muerte en personas entre 40-59 años en El Salvador es la insuficiencia renal crónica. Desde hace más de 20 años, que médicos salvadoreños observaron este fenómeno, sin embargo, el país solamente cuenta con un nefrólogo por cada 853 mil salvadoreños. Nuestro sistema de salud, si es de los mismos de siempre. Continúa fragmentado, inadecuadamente financiado, con débil rectoría y baja cobertura, y persistentemente con énfasis en las acciones curativas y no preventivas.

¿Pero cuáles son las causas de este gravísimo problema de salud pública en nuestro país?
Este tipo especial de nefropatía, a la que se le conoce como Nefropatía Mesoamericana o enfermedad renal crónica de etiología desconocida (ERCu), es una enfermedad renal atípica no asociada a factores de riesgo conocidos como diabetes, hipertensión, glomerulonefritis u obesidad.

Los trabajadores agrícolas parecen estar muy afectados, lo que sugiere el papel potencial de los productos agroquímicos y al estrés térmico. Varios estudios han identificado la enfermedad entre los trabajadores de la caña de azúcar, pero también es común entre trabajadores de la construcción residentes en zonas costeras. Aunque hay distintas hipótesis sobre las causas primarias, muchos investigadores de la enfermedad coinciden en que es probablemente multifactorial. Los factores de riesgo incluyen los efectos individuales y/o combinados de 1) estrés térmico (incluida la deshidratación), 2) exposición a productos agroquímicos, metales pesados o agentes infecciosos, 3) medicamentos nefrotóxicos, como los antiinflamatorios no esteroideos (AINE), 4) lesiones musculares y 5) susceptibilidad genética. Casi todas las pruebas recogidas hasta la fecha apoyarían la afirmación de que la ERCu es una enfermedad ocupacional.

En El Salvador, según estudios realizados recientemente, los trabajadores de la caña de azúcar y del maíz tiene la mayor prevalencia de esta afección, superior al 10 %, seguidos por ladrilleros con un 8.1 %. Los afectados por esta cruel enfermedad son personas jóvenes, trabajadores, que exponen su piel bajo el sol a grandes temperaturas. Las cantidades de personas afectadas son tantas en ciertas regiones del país, que cuando usted se dirige por la carretera de litoral, acercándose a Usulután, comienza a observar rótulos publicitarios de médicos ofreciendo servicios de diálisis. La vil carroña sobre una cama sembrada de piedras como diría Baudelaire. Pero bueno son las virtudes del mercado, objetarían algunos.

La salud no puede ni debe ser negocio. Pero para ello necesitamos un Ministerio de Salud sólido que responda a las necesidades más prevalentes de la ciudadanía e incluso más de quienes viven en condiciones de vulnerabilidad. La nefropatía Mesoamericana está arrasando con nuestra población joven del sector agrícola y de construcción. Google no hará nada por ellos.