La IX Cumbre de las Américas llegó a su fin sin acuerdos sustantivos, sin apenas superar una protocolar y genérica declaración de poca utilidad, dejando al descubierto el cascarón de una estrategia desprovista de prioridades, envuelta en un discurso superficial de unidad, carente de motivación y liderazgo de sus anfitriones. La cruda respuesta generalizada ha sido una avalancha de críticas que cuestionan el “derecho de admisión” del anfitrión que minó la Cumbre, plagándola de boicots, división, dispersión hasta mal lograrla. Se puso al descubierto la obsoleta arquitectura de instituciones que como la OEA, el BID, los TLC y las mismas Cumbres están muy lejos de responder a las nuevas demandas de un hemisferio profundamente golpeado por las secuelas de la pandemia, conflictos bélicos extra regionales, creciente inseguridad alimentaria y una galopante inflación que amenazan con mayor pobreza para sus poblaciones, cuya única esperanza de salida es migrar a regiones consideradas de mayor bonanza.

El discurso del presidente de Argentina Alberto Fernández, actuando también en representación de la CELAC logró plasmar en tan solo diez minutos algunos de los problemas y retos más sensibles padecidos en el hemisferio: el grave promedio que alcanza la deuda externa hasta con un 77% del PIB, convirtiéndola en la región más endeudadas el mundo; la grave expansión de la informalidad ocupacional que alcanza el 50% de la población económicamente activa; el desplome de las expectativas de vida de hasta quince años menor, en comparación con regiones más favorecidas por el desarrollo; todo, como resultado de reglas financieras inequitativas, bloqueos como el aplicado a Venezuela y a Cuba por más de seis décadas, sumados a los graves efectos de la pandemia.

El presidente Fernández fue lapidario con su frase: “El silencio de los ausentes nos interpela” y acto seguido enumeró la agenda de temas urgentes de resolver que van desde la reestructuración de la OEA, actualmente convertida en gendarme y promotora de Golpes de Estado como en Bolivia, hasta la necesaria recuperación del BID, que antes estuvo en manos de Latinoamérica, devolviendo la gobernanza de la Banca de Desarrollo. Además, expuso la necesaria solución del grave problema de la deuda externa; la atención a las causas profundas que ponen en tensión nuestra convivencia democrática; la recuperación el acercamiento mediado por el Papa Francisco entre Barak Obama y Cuba; la organización continental de la producción de alimentos y proteínas; así como el desarrollo del potencial energético y de minerales críticos para la transición ecológica. En este contexto, y para los intereses de El Salvador, la ausencia y silencio injustificados del presidente Bukele de la Cumbre de Las Américas, no abonó a ninguna estrategia, tampoco aportó iniciativas. De manera vergonzante y a sottovoce envió a su canciller, dejando al descubierto la supina incapacidad de contribuir, desde su alegado liderazgo mediático, a la solución de los graves problemas regionales en debate.

El Salvador, un país con una escandalosa y creciente migración, con una deuda que alcanza el 87% del PIB, colocada diez puntos por arriba del promedio latinoamericano; con una desplomada expectativa de crecimiento económico, que de acuerdo a la última medición del Banco Mundial apenas llegará al 2.7% con tendencia a la baja, mientras la informalidad de la economía -de acuerdo a datos de Naciones Unidas- supera el 60% de ocupación y con una inflación que alcanzó el 7.5% -y en el caso del precio de los alimentos superó la barrera del 10.89%-, no estuvo representado por su presidente. Un país que se debate entre la pobreza y la miseria, solo tuvo por discurso enarbolado en su nombre la pretendida justificación de los excesos autoritarios de su gobierno.

La Cumbre de las Américas desnudó, otra vez, el aislamiento diplomático del régimen de Bukele, que “no es chicha ni limonada”, su falta de estrategia y sentido político, sin espacio de maniobra en la comunidad de países progresistas; sin interlocución ni credibilidad, sin capacidad de propuestas; sin posibilidades de atraer inversiones frescas que generen empleo y desarrollo. No en balde el presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales ASI expresó: “hemos perdido atractivo para la inversión extranjera, El Salvador recibió la menor inversión extranjera, incide la desunión del gobierno con el sector privado, no hay un esfuerzo serio, formal, unificado en donde el gobierno y la empresa privada vendan a El Salvador al mundo”.

Datos: Guatemala en el último año atrajo $3,311 millones de dólares en inversión económica directa (IED), Nicaragua logró $1,206 millones, mientras El Salvador apenas alcanzó 313 millones.