Hace un par de semanas, estuve platicando amigablemente con un integrante del equipo de marketing de una de las dependencias del Gobierno actual. Una persona joven, inteligente, con mucha experiencia en trabajo de marketing con empresas privadas, ahora un ferviente creyente del programa de gobierno.

Por supuesto que un tópico de discusión fue el trabajo realizado por el Ministerio de salud en el manejo de la pandemia del COVID-19. Uno de sus argumentos para justificar el “excelente manejo” de la pandemia era el reconocimiento que la Organización Mundial de la Salud (OMS) otorgó a El Salvador.

- ¿Tienes alguna evidencia documentada de ese reconocimiento?, le pregunté.
La pregunta movió el suelo a mi conocido. Pensativo, respondió que no ha leído ningún documento al respecto, pero recuerda una fotografía del director general de la OMS con el ministro de salud de El Salvador en Ginebra.

En esa fotografía, publicada por el Minsal en enero del 2021, aparece el ministro mostrándole al director de la OMS una bolsa de cartón que incluye el paquete de medicamentos distribuidos a personas afectadas por el virus. “El director General de la Organización Mundial para la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, agradeció al ministro de Salud, Francisco Alabí, por liderar en El Salvador un enfoque integral para frenar el #COVID19”, publicó Noticiero El Salvador, de Canal 10, televisión nacional, en su cuenta de Facebook.

¿Una fotografía?, pregunté. ¿En eso se fundamenta el reconocimiento de la OMS? Una sonrisa sardónica apareció en el rostro del servidor público, comprendiendo que su argumento se apoyaba en un fundamento extremadamente débil y manipulable. El engaño deliberado del Gobierno actual ensució uno de los elementos más importantes de una campaña de salud pública eficaz: una comunicación clara y transparente. Con una estrategia de propaganda extremadamente eficaz se ha transmitido un mensaje con la única misión de persuadir o convencer a la ciudadanía salvadoreña de que el manejo de la pandemia por el gobierno, y específicamente, por el Minsal, fue competente y ejemplo para Latinoamérica.

Cuando en efecto, se manipuló información epidemiológica, que terminó con la documentación de uno de los subregistros de muertes más profunda del continente americano. Aún no se vislumbra el daño que se le ha causado a la salud pública en nuestro país. La salud pública se refiere a “lo que hacemos colectivamente como sociedad para asegurar las condiciones en las que la gente puede estar sana”, escribió el Instituto de Medicina de Estados Unidos (IOM, por sus siglas en inglés) en un informe histórico de 1988.
El daño a nuestro colectivo por esta información tergiversada es profundo, y sus efectos, indudablemente, se notarán con el deterioro progresivo de nuestros indicadores de salud. Pero el daño más grave al sistema nacional de salud es la falsa seguridad de que somos capaces de contener una epidemia de la envergadura del COVID-19. Falsa seguridad digo, porque si escudriñamos superficialmente el sistema de salud actual, nos daremos cuenta de que existe una falta de preparación para proteger a nuestra población de un futuro evento epidémico.

El mundo está observando cómo, progresivamente en los últimos 20 años, nuevos y antiguos virus se despilfarran por todo lo ancho de la tierra. SARS, Ébola, Polio, MERS, SARS-COVID-19 y ahora la viruela del mono. A menos de que el país cambie, vendrán más crisis, quizás más rápidamente. COVID-19 resultó ser altamente transmisible e infectó a más de 500 millones de personas en todo el mundo. Con una tasa de letalidad del 1 % o menos, provocó al menos 6 millones de muertes, y probablemente muchas más. ¿Qué pasará después? ¿Y si un coronavirus combina algunas de estas características de virulencia y transmisibilidad? Casi todos los expertos lo advierten: los peligros de otra pandemia son reales y graves. No podemos pretender tapar el sol con un dedo, con la única intención de una ganancia política. Estamos hablando de la salud de abuelos y abuelas, padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, nietos y nietas. La salud de un pueblo debería estar más allá del partidismo político. Y como bien lo dice el IOM, la salud pública es un esfuerzo colectivo.

Tenemos la materia prima en nuestro país: conocimientos científicos, innovación y capacidad. Pero necesitamos mejores políticas, programas y prácticas para aprovechar estos activos.