...un lindo y (sin exagerar) serio país...”. Eso pronosticó Roque, poeta inmolado por sus compañeros de lucha. Sin embargo, que lo sea sigue siendo una tarea pendiente. Hoy por hoy, nuestra comarca no es ni linda ni seria. Si lo fuera, su sistema de justicia ya ratos le hubiera respondido debidamentea la familia Dalton investigando esos hechos criminales, sancionando a todos sus responsables y reparándole debidamente por los daños que le causaron y le siguen causando a sus integrantes; también a nuestra sociedad al arrebatarle al bardo que, seguramente, tenía mucho más que entregarle. Lo mismo ocurre con Armando Arteaga, quien siendo su camarada en el Ejército Revolucionario del Pueblo –el ERP– fue ejecutado junto a él en las mismas circunstancias.

El 10 de mayo del 2025 se cumplirá medio siglo de la más absoluta impunidad, protectora de sus asesinos. Conozco de primera mano esta historia porque he acompañado desde hace años a Aída Cañas y sus dos hijos sobrevivientes pues “Roquito”, el mayor de los tres herederos de Roque, en 1981 lo desapareció en 1981 el otro ejército –el gubernamental– durante una ofensiva militar en el departamento de Chalatenango iniciada el 29 de septiembre, con el desembarco de tropas, y finalizada el 6 de octubre.

No fue poca la gente que dentro y fuera de nuestro territorio pensó que terminada la guerra mediante la negociación política entre las partes beligerantes y la firma de los respectivos acuerdos alcanzados para ello, El Salvador podría llegar a ser el lindo y serio país anunciado. Pero se desperdició esa oportunidad como también ocurrió tras la caída del dictador Maximiliano Hernández Martínez y el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979. Y no se trata de que aquellos hayan sido una farsa o unos malos acuerdos. ¡Claro que no! Quien diga lo contrario es el farsante. Lo que cuestiono yo son sus malos cumplimientos o, de plano, sus incumplimientos.

Entre estos últimos tenemos lo que pasó con el que determinaba la necesaria superación de la impunidad, apelando a “la actuación ejemplarizante de los tribunales de justicia” para aplicar “las sanciones contempladas por la ley” en casos de graves violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad. En su lugar, los muy canallas se amnistiaron fortaleciendo así la impunidad. A esto se agrega la manera tramposa mediante la cual metieron y siguen metiendo más y más militares en tareas de seguridad pública; también el desmontaje del Foro para la concertación económica y social.

Porque “los mismos de siempre” fallaron en estos y otros asuntos más, ahora Bukele está sirviéndose con la cuchara más grande. Con total impunidad desmontó lo avanzado en la democratización del país, aunque fuese poco y formal; asimismo, ha revivido prácticas estatales de violaciones de derechos humanos por razones políticas. Lo que más o menos hicieron bien fue lo relacionado con los procesos electorales, que también le sirvió a Bukele para llegar democráticamente a Casa Presidencial; pero eso también lo deshizo antes, durante y después de las votaciones fraudulentas realizadas este año para entronizarse como presidente inconstitucional y dictatorial. Por ello, en lugar de acercarnos a ser un país agraciado y digno vamos para peor. No lo vuelven bonito ni las luces ni Miss Universo, ni la biblioteca-discoteca ni la ciudad del surf, ni un presidente luciéndose como “cool” y “héroe”... Al contrario, cada vez es más feo e indecoroso. ¿Por qué?

Porque sus mayorías populares no disfrutan de la seguridad humana que deberían ni se avanza hacia esta. Al contrario. Por citar tres ámbitos, se ha retrocedido en los indicadores de pobreza que ha aumentado en los últimos años según datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadística y Censos; por ello, la seguridad alimentaria se deteriora. A los avances tímidos logrados en materia de seguridad jurídica, le han pegado buenas y duras patadas. Y lo de una sociedad segura es un mito; más bien estamos retrocediendo y lo que hoy tenemos es una sociedad militarizada con un aparato represivo activo en aumento, preparándose para enfrentar el descontento y la protesta de “los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo”.

Hoy por hoy –como escribió Roque– quizás más que antes nuestro terruño “tiene como mil puyas y cien mil desniveles, quinimil callos y algunas postemillas, cánceres, cáscaras, caspas, ‘shuquedades’, llagas, fracturas, tembladeras, tufos”. Hay que darle “un poco de machete, lija, torno, aguarrás, penicilina, baños de asiento, besos, pólvora”. Y luego sus mayorías populares lo deberán fertilizar, peinar, talquearlo, curarle “la goma histórica”, adecentarlo, reconstituirlo y echarlo a andar. Para ello habrá que resistir, organizarnos y luchar. No hay de otra.