Javier Milei no está loco. Ese es el papel que asumió en los últimos dos años. Ahora ya es el presidente de Argentina, y un nuevo papel lo espera. Increíble, pero así es. Se fue por el costado, estructuró un discurso básico y contestatario contra el orden político establecido (léase, el peronismo) y comenzó el gusano a perforar el queso.

Que esto suceda en Argentina no debería ser una sorpresa: su historia contemporánea está cruzada por marchas y contramarchas. Y la peor de las contramarchas, el régimen militar que asesinó a miles de personas entre 1976 y 1983, pareciera que con el gobierno que encabezará Milei podría limpiar su cara ensangrentada.

Si con el gobierno dirigido por Mauricio Macri (2015-2019) solo algunas ‘acciones contra la sociedad argentina’ se ejecutaron (parte del desmantelamiento del sector público, espeluznante endeudamiento con el FMI sin control de todos los destinos finales de esos fondos...), ahora con Milei es probable que se vaya mucho más allá.

Ese programa simple de desarmar el sector público argentino, si lo hace el nuevo gobierno sin reparar en los daños y los dramáticos efectos sociales que podría causar, quizá constituya su primer gran error político. Porque despotricar contra la ineficiencia estatal (donde hay aspectos ciertos) es una cosa, y otra muy distinta es irse a la ‘microeconomía’ sin anestesia y dejar a millones de argentinos en el aire, y con la yugular abierta.

El primer anuncio de parar la obra pública, solo su inminencia ha causado alarma. Si se materializa, así como Milei la propala, o sea, cortando de tajo, sería otro paso en falso que daría, en la primera hora de este extraño y anómalo gobierno que comienza.

¿Millones de mujeres y hombres de Argentina han votado a Milei para que los deje en la calle y les restrinja las históricas conquistas sociales? Que Milei y su equipo lo lean así podría ser otro fallo de interpretación. Porque esos millones que han respaldado a Milei lo que quieren, de seguro, es que las cosas vayan a mejor. Pero la operación mediática truculenta ha sido modificar esa vaga noción de cambio expresada en las urnas, por el eslogan de acabar con el peronismo y para ello concretar el achicamiento del sector público.

El 10 de diciembre, sin embargo, el anhelo de un cambio para mejorar desaparecerá y el monstruo del descuaje social entrará en escena y tratará de no dejar títere con cabeza.

¿Pero quién es Milei? La verdad es que nadie. Es decir, ni siquiera es un solitario jinete que se ha planteado la ciclópea tarea de poner en pie a Argentina. No es eso Milei. Tampoco es la cabeza de un nuevo ‘grupo de poder’ que intentará construir hegemonía económica-social. ¿Es el mensajero o es el mensaje? La verdad es que parece más el mensajero que lleva el mensaje de los que nunca han permitido que Argentina y sus habitantes prosperen de verdad.

La consigna de cargarse el sector público ya se sabe que corresponde al fanático esquema interpretativo de que las ‘leyes del mercado’ se impongan por encima de los intereses más sensibles de la sociedad. Y esa es una vieja receta que nunca ha funcionado y cuando ha contado con una importante cuota de poder político (como ahora en el caso de Milei) solo ha causado estragos.
Son ilusos quienes piensan que este nuevo gobierno lo pensará mejor y al disimulo cambiará el libreto y moderará la aplicación de su anunciada ‘motosierra’. Nada de eso, según los recientes resultados electorales Milei, su equipo y su ‘Gran Hermano’ (el expresidente Mauricio Macri y su cohorte de enlaces corporativos) consideran que este es el mejor momento posible para acabar con el peronismo y por eso se dejarán ir con los tacos por delante.

Esta visión primitiva olvida que hay un tejido organizativo que va más allá del peronismo (incluso a su pesar) y que, si Milei está llamando a acabar con la relevancia económico-social del aparato estatal, pues hay que dar por seguro que también habrá un llamado a la ‘resistencia social’. Y no porque el gobierno reciente, el encabezado por Alberto Fernández, o el de Cristina Fernández o el de Néstor Kirchner fueron el non plus ultra de la gestión política. No, porque han tenido sus zonas grises. Lo que pasa es que ahora Milei constituye una guadaña que está a punto de comenzar a volar cabezas.

Javier Milei ha aparcado su papel de loco y ahora se apresta a asumir uno nuevo, el de VERDUGO.