Es mejor 15 minutos en el rincón que 20 años en prisión; el padre que ama a su hijo lo castiga y corrige. Esa frase la leí suelta por ahí en algún meme y me pareció muy interesante porque encierra un ciento por ciento de realidad. En algún momento de nuestra sociedad y siguiendo modelos de otras realidades se le fue quitando poco a poco la autoridad de los padres hacia sus hijos (as) y de los maestros hacia sus alumnos (as).

Muchos de los que pasamos de los 40 años recordamos con nostalgia los castigos que nos daban nuestros padres cada vez que nos portábamos mal. Desde un par de cinchazos hasta un buen “chancletazo” o un jalón de orejas bien ganado, más una buena regañada aleccionadora. Nuestros padres no nos dejaban pasar nada malo. Nos enseñaban a respetar a nuestros semejantes, especialmente a los adultos. Si nos peleábamos en la calle, nos castigaban, sin importar si llegábamos con un ojo morado u otro golpe. Bastaba un grito de nuestra madre para salir corriendo hacia la casa, indiferentemente de si estábamos jugando con nuestros amigos.

Éramos incapaces de tomar lo que era ajeno yaprendimos a decir la verdad porque si nos detectaban una mentira venía la reprimenda merecida. Aprendimos a saludar, a dar gracias a Dios por los alimentos, a ser solidarios con nuestros vecinos, a querer a nuestra familia y a ser ciudadanos productivos. En nuestros hogares había castigo, pero también mucho amor.

En la escuela los profesores eran nuestros segundos padres. Ellos tenían autoridad para castigarnos y cuando eso pasaba el castigo era doble, porque nuestros padres se encargaban de replicar la sanción por mal portados, haraganes o irrespetuosos. A los profesores los respetábamos o los respetábamos, no había espacio para valorar si merecían nuestro respeto.

Alguna vez nos pusieron en plantón bajo el sol, en el rincón del aula o nos mandaron a limpiar los pasillos y las aulas, porque llegábamos tarde, porque no habíamos hechos la tarea, porque mucho hablábamos , porque coqueteábamos con los compañeros de sexo opuestoo porque siendo niños y adolescentes nos dedicábamos a “joder”. Recuerdo cuando en la Escuela Alberto Masferrerde Olocuilta, el profesor Salvador Pérez (QEPD) nos despachó a un grupo de alumnos hasta la noche porque le desinflamos las llantas de su vehículo, o cuando el director Roberto Flores (QEPD) me pegó tres reglazos (con el famoso metro de madera) porque participé en un pleito de compañeros. En fin, las sanciones fueron múltiples y merecidas, lo que permitió que nos corrigieran de manera oportuna.
De repente la legislación salvadoreña en el marco de los convenios internacionales le fue dando prioridad a la alcahuetería y considerando toda forma de sanción o castigo como un maltrato infantil. A los padres de familia y a los profesores se les fue atando y cualquier reprimenda puede ser objeto de proceso penal. Los niños y adolescentes comenzaron a levantar la voz a sus padres y a ningunear a los maestros y muchos se convirtieron en malos ciudadanos, hasta caer en delincuencia. La sociedad se fue volviendo intolerante y hasta el más mínimo castigo puede ser denunciado.

Ahora los adolescentes y jóvenes amenazan a sus padres con demandarlos y alumnos irrespetan a los profesores. Poco a poco se pierden los valores. La iglesia está más compenetrada en recibir el “diezmo” que en formar buenos y mejores ciudadanos y el Estado prioriza más un sistema de protección de infantes y adolescentes que se rige bajo normativas de otras latitudes. Por supuesto que hay que proteger, orientar y velar por los derechos de la niñez y adolescencia, pero un derecho a ser protegido debe ser el derecho a ser corregido por sus padres y sus maestros. Les hemos quitado el derecho a ser corregidos y con ellos les estamos haciendo mucho mal.

Conocí el caso de un maestro que fue demandado por un alumno ante la Junta de la Carrera Docente, porque se sintió vulnerado, pues el maestro le suspendió la salida a los recreos de un día porque el profesor lo sorprendió cuando le levantó la falda a una compañera. O el caso de un padre de familia demandado por su hijo adolescente porque no le dio dinero para ir al concierto de un artista en represalia por no haber arreglado su habitación, además el adolescente señaló que su padre había violentado su privacidad al haber ingresado a su recamara para constatar si había arreglado el desorden.

No se trata de fomentar el maltrato infantil (el cual hay que castigar severamente), pero El Salvador necesita con urgencia devolverle el derecho a los padres y maestros para corregir a sus hijos y alumnos. Fundamentalmente por el bien de los niños y adolescentes debemos devolverles el derecho a ser corregidos, de lo contrario seguiremos lamentando que por no haber sancionado con 15 minutos en el rincón tendremos jóvenes con 20 años en prisión.