El jueves de la semana pasada fue presentado en el Juzgado Especializado de Instrucción para una Vida Libre de Violencia y Discriminación de la Mujer, de Cojutepeque el dictamen fiscal contra el odontólogo Joel Omar Valle Leiva, principal sospechoso del feminicidio agravado en perjuicio de su compañera de vida Flor María García Valle, de 33 años de edad. En el dictamen también se acusa a Francisco Boanerges García Quezada, por el delito de encubrimiento. El Ministerio Público ha pedido al juzgado que tras la audiencia preliminar mandé a juicio a ambos sospechosos, detenidos el 25 de junio pasado.

La joven madre desapareció el 15 de marzo del año pasado y su cadáver fue encontrado el 29 de junio en un predio de la finca La Paz, a la orilla de la carretera Panamericana, en las inmediaciones del kilómetro 32, en la jurisdicción de Cojutepeque. Para encontrar el cadáver soterrado bajo unos 700 metros cúbicos de escombros fue necesaria la confesión del supuesto feminicida.

La desaparición de Flor causó indignación total. Organizaciones feministas y la población en general se sumó a las protestas y exigencias para que el caso fuera resuelto cuanto antes. El mismo esposo de la víctima participaba en las protestas, solo que desde un principio se alcanzaba a percibir que algo no era lógico. La joven mujer había desaparecido desde el 15 de marzo y la denuncia fue interpuesta por su compañero hasta un día después. Ambos trabajaban juntos; él era el odontólogo y flor su administradora. La joven, que tenía vehículo, supuestamente había salido a San Salvador a comprar insumos para la clínica, pero optó por hacerlo en bus. Llevando dinero consigo y teniendo que regresar con insumos, no era coherente que decidiera viajar en autobús.

Después se supo que la familia de Flor siempre dudo de la versión de Omar y que en aquel hogar aparentemente modelo, siempre existió violencia intrafamiliar, motivado por muchas razones. La joven optó por callar y no denunciaren un afán por mantener la armonía en su hogar, lo que al final la llevó a la muerte.

Todo indica que la joven fue asesinada con sevicia la noche del 15 en la vivienda que compartía con su esposo y sus dos hijos en Cojutepeque. Esa misma noche Omar habría ido a lanzar el cadáver al botadero de ripio, lo que indica que actuó con mucha premeditación, pues al lanzar el cuerpo al botadero estaba seguro que el cadáver quedaría soterrado bajo toneladas de ripio. Para sacar el cuerpo de la joven hubo que llevar maquinaria pesada para excavar. Su primo Francisco supo lo del feminicidio, pero omitió denunciar el abominable hecho. El Código Penal salvadoreño es demasiado bonancible con los encubridores y Francisco podría ser condenado hasta tres años de cárcel sustituidos por jornadas de utilidad pública.

Aunque todo apunta que Omar es el autor del feminicidio, legalmente hay que probarlo en un juicio público y con todas las garantías legales, pues constitucionalmente es inocente hasta ser vencido en juicio. De ser encontrado culpable Omar podría recibir una condena de hasta 50 años en la cárcel. Personalmente creo que es culpable.

La muerte de Flor debe ser una dolorosa lección para la sociedad salvadoreña, al igual que las muertes de otras mujeres a manos de sus esposos, compañeros de vidas, novios o parejas. Nadie debe callar la violencia intrafamiliar. Muchos feminicidios son el producto de la progresiva violencia intrafamiliar que genera daños colaterales. Sufre la mujer y sus hijos o demás parientes, que viven las secuelas de esos hechos. Callar es fomentar laviolencia y permitir que se sigan dando estos hechos. Son muy pocos los agresores que cambian, generalmente siguen un patrón conductual adquirido de la misma sociedad machista. En resumen el caso de Flor es el siguiente: Una mujer asesinada por un esposo que probablemente pasará hasta 50 años preso, dos niños huérfanos con secuelas psicológicas a quienes las circunstancias les arrebataron a sus padres, una familia ampliada que sufrió el dolor de perder a una pariente de manera violenta, otra familia que probablemente se avergüence por el crimen perpetrado por uno de los suyos, una sociedad indignada que poco o nada hace para fomentar la cultura de la denuncia y un sistema que repite una y otra vez estos hechos que suelen ser cotidianos y detestables.

Ojalá y se aplique justicia y que el Estado no levante el dedo sobre el renglón para corregir el sistema educativo que no le apuesta a profundidad al tema de la formación de valores. La iglesia debe hacer lo suyo y crear conciencia para que ninguna violencia intrafamiliar quede impune sin ser denunciado. Las familias, de manera individual, tenemos que orientar debidamente a nuestros hijos y formarlos con el ejemplo. Lo ideal es que no haya violencia intrafamiliar para que no lamentemos muertes como la de Flor y otras mujeres.