En el día a día yo converso con mucha gente y ya sea que sepan que soy salvadoreño o lo ignoren, en algún momento, sobre todo en un país como Honduras que está siendo devorado por la delincuencia, surge en la plática el nombre del presidente Nayib Bukele. Me toca hacer una mueca que muestre orgullo, pues no deja de ser mi connacional, pero siempre les advierto que, en primer lugar, es un genio para el manejo del mensaje y la imagen, y agrego que hay que dar al César lo del César.

La pandemia la manejó de forma sobresaliente. Cerró inmediatamente las fronteras, puso restricciones severas. Las citas para vacunarse fueron electrónicas. La gente llegaba y a la hora puntual lo atendían, sin hacer cola. Compró vacunas, no esperó a que las regalaran, como sucedió con el gobernante hondureño, hoy preso en Nueva York, Juan Orlando Hernández, que no compró ni una tan sola. Todas fueron regaladas.

¿Y cómo olvidar el apoyo solidario que el Presidente dio a varios alcaldes hondureños?, claro, eso sí, con un despliegue de bombos, platillos y fuegos artificiales, muy al estilo bukeliano.

Se las ingenió para hacer un hospital para atender a los pacientes de la covid-19 en, realmente, dos patadas, mientras en Honduras el gobierno de turno compró siete hospitales móviles que, aparte que se tardaron meses en llegar, solo uno sirvió, los demás eran chatarra inservible, y si eso fuera poco, se robaron, aproximadamente 20 millones de dólares en la vergonzosa patraña.

El Partido Nacional, que reinó durante 12 años con poder absoluto, ya había saqueado bastante el erario público. Los casos criminales iniciados contra altos funcionarios, dirigentes y diputados se cuentan por montones, ¿no les pudo palpitar el corazón a favor de los pobres, el personal médico, los enfermos, y dejar de robar en la pandemia? No, para nada, al contrario, robaron más.

En lo que respecta al combate a las maras, incluso yo, que me confieso detractor de su estilo de gobierno, puedo asegurarle mi voto aun en su ilegal y desvergonzada reelección. ¿Qué quieren que haga? La vida me ha hecho un frío y cínico calculador. Nayib Bukele ha hecho que uno de los países más violentos del planeta sea ahora la estrella polar de muchos ciudadanos del mundo que quieren que sea su presidente. Un fenómeno así no lo había visto nunca en mi medio siglo de vida.

Después de decirles todas estas cosas buenas a mis amigos catrachos, tengo que bajarlos a la realidad y darles una reseña de lo que no está bien en el régimen de Bukele: destruyó la Constitución, la democracia y el sistema republicano, y ha hecho de la hacienda pública su cuenta bancaria personal sin rendir cuentas a nadie, y ni se diga la persecución contra los opositores y los medios de comunicación adversos a sus prácticas antidemocráticas.

En primer lugar, en su campaña política para optar a la presidencia mintió. Dijo que no se reelegiría, pero ya manoseó la Constitución, al Tribunal Supremo Electoral y, como siempre, a la Sala de lo Constitucional.

Dijo que traería a la CICIES, y cumplió, pero no duró ni un año, porque empezó a investigar casos de corrupción de sus parientes. La sacó a patadas, así mismo como Jimmy Morales, en Guatemala, cuando la CICIG empezó a investigar a su hermano, y Mauricio Oliva en Honduras (entonces presidente del Poder Legislativo) sacó a la MACCIH, cuando empezó a pisarle los talones. Como ven, son lobos de la misma madriguera.

Nayib Bukele también ordenó a sus diputados, sumisos de tal forma que la división de poderes no existe, que hicieran un antejuicio exprés, a todas luces ilegal, para defenestrar a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General de la República, y emitieron un decreto para que todos los jueces y magistrados del país mayores de 60 años se jubilaran de inmediato. Así logró tener también en su mano al Poder Judicial, sin dejar de mencionar que, tal y como es la tónica en Latinoamérica, las FF. AA. y la Policía Nacional Civil son totalmente no deliberantes a sus órdenes.

Lo que me extraña de mis amigos hondureños es que precisamente todo eso es lo que odiaban de Juan Orlando Hernández Alvarado.

Finalmente les hago la última observación: el país no está mejor económicamente, los índices de desarrollo siguen estancados como antes y eso solo me hace repetir el lema de Winterfell: El invierno se acerca.