Hace unos días el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, lanzó frente a la Asamblea Legislativa un extraño mensaje alarmista, casi con sabor a fake news. Dijo que, si los diputados no le daban vía libre para un mega endeudamiento por 6000 millones de dólares, él no garantizaba que sus hijos (los de él y los del cuerpo de diputados, y los demás, se entiende) tendrían más adelante democracia.

Exagera, claro que exagera, pero ya se sabe que en estos tiempos de ‘política digital’ la exageración, la mentira, el retoque numérico son expedientes necesarios para mantener cautiva a la audiencia electoral siempre ansiosa por experimentar crispaciones e interpelaciones.

Es de sobra conocido que el régimen político costarricense ha tenido una trayectoria diferente a la de sus vecinos centroamericanos, por lo menos desde 1948. Sin embargo, también allá, frente al descrédito de los partidos políticos, siempre señalados de corrupción y de manejos dudosos, surgió un out sider político que capitalizó el descontento ciudadano. Lo de que ha organizado un partido político es lo de menos. Como en otros sitios, los ‘nuevos’ partidos son solo la tabla de surf sobre la que se suben estos personajes disruptivos, ambivalentes y neo retóricos.

Chaves, que cuenta con formación económica, sabe muy bien que el endeudamiento es un expediente que solo contribuye a profundizar la dependencia y a poner al aparato estatal de espaldas a las necesidades urgentes de un país, porque el servicio de deuda se convierte casi en el más importante acicate para la captación de recursos fiscales. Lo que ahora están intentando los pequeños países periféricos al hacer transacciones donde pasan la deuda cara a un plazo más largo (y a veces pagando menos intereses) es solo un modesto truco de magia, que transfiere para unos años más adelante el problema.

En Costa Rica, que un presidente plantee como un dilema el endeudamiento frente al deterioro de la democracia, es un intento por sorprender la buena voluntad de la ciudadanía. Por mucho que se señalen fallos a la ‘saga democrática’ que ha tenido lugar en Costa Rica por cerca de 70 años, estos yerros son diferentes y menos graves que los ocurridos, en el mismo lapso, en el resto de los países de Centroamérica.

Ni en Nicaragua ni en Guatemala ni en El Salvador, por ejemplo, puede decirse que hay fortaleza institucional en el marco de la vida en democracia en este momento. Los manejos políticos en estos países están aquejados por la tara autoritaria, de la que parece muy difícil desprenderse. Cuando Rodrigo Chaves pone a un lado el endeudamiento (=la solución) y al otro lado la pérdida de la calidad de la democracia (=lo que pasaría si no se busca una solución) en realidad lo que está haciendo es querer dar gato por liebre. El endeudamiento —y menos uno por 6000 millones— no constituye un camino de salida por sí mismo. Si acaso es un expediente que, usado con prudencia, con precisión y sin excesos, puede demorar crisis o entrampamientos, pero no es la panacea para el bienestar de la sociedad.

El pragmatismo obliga, dirán los descarados. Y habría que responderles: no todo lo que brilla es oro. Una estrategia para el bienestar socioambiental es la vía menos draconiana para salir de forma gradual de este pantano del subdesarrollo.

Y para un país como Costa Rica esto es menos complicado que para el resto de Centroamérica, donde el ‘problema político’ está drenando energías y generando un ambiente enrarecido de insatisfacción generalizada. El caso extremo, por supuesto, es Nicaragua, donde la represión está llevando a un punto muerto a ese país. Y cuando eso sucede, los estallidos sociales se convierten en inevitables.

El presidente de Costa Rica se imagina que mantendrá durante todo su período presidencial un elevado nivel de popularidad, pero se le olvida (o al menos no lo contabiliza en público) que el desgaste político escalda hasta a los de más alto puntaje en el ranking. Y es obvio, las gestiones gubernamentales en curso en este momento en Centroamérica, y la de Costa Rica no es la excepción, carecen de aliento transformador. Hay anuncios, hay promesas (nuevas promesas), hay imponderables, hay saltos hacia adelante (aunque como ejercicios mentales), pero es muy poco lo que puede decirse que se está haciendo para llevar a cada uno de los países de la región a un estadio de prosperidad, aunque sea modesto, pero real. Como las personas que en los últimos años han ocupado la presidencia de Costa Rica (Arias, Chinchilla, Solís y Alvarado), Rodrigo Chaves es un ave de paso.