“Nací griega y moriré griega. Estos bastardos nacieron fascistas y morirán fascistas”. Así se expresó Melina Mercuri, la actriz griega del filme, entre otros, “Nunca en Domingo”, dirigida por su esposo el director francés Jules Dassin (1960), cuando se enteró que lo militares golpistas, conocidos como el régimen de los coroneles (1967-1974), le habían retirado su nacionalidad y confiscado sus bienes. Posteriormente al caer la dictadura fue elegida al parlamento durante dos periodos consecutivos, y nombrada Ministra de Cultura, siendo la primera mujer en ocupar ese cargo en el país.

La imagen de Melina Mercuri a las puertas de la nave cuando intentó regresar a Atenas y se le impidió bajar de ella, junto a la contundente respuesta que les dio a los dictadores, fue la primera que se me vino a la mente cuando observé la fotografía de Cristiana Chamorro Barrios, en el aeropuerto Foster Dulles de Washington, a quien igualmente se le habían confiscado sus bienes y retirada su nacionalidad nicaragüense, luego de haber pasado por un juicio con sentencia firme antes de ser procesada, que la llevó a tener casa por cárcel.

Vi la foto de la primera expatriación, cuatro personas perdidas en los limpios y anchos pasillos del aeropuerto de la capital estadounidense. Sus rostros aún denotaban sorpresa, desconcierto, alegría por la libertad no esperada, incertidumbre ante el futuro y alivio luego de tantos vejámenes, acusaciones infundadas como el de traición a la patria, lavado de dinero y conspiración.

Fueron 222 los pasajeros de ese avión llevados al exilio obligado, al destierro sin nacionalidad. Reconocí entre ellos a Pedro Joaquín Chamorro Barrios, Víctor Tinoco, Dora María Téllez, antigua comandante guerrillera, historiadora, exministra de Salud, conocido como Comandante Dos cuando a Toma del Palacio Legislativo de Nicaragua en 1978. Impecable en su compromiso de cambio, no participó de la piñata sandinista y junto a Sergio Ramírez abandonaron el FSLN dirigido por Daniel Ortega, para fundar el Movimiento de Renovación Sandinista. Ortega la metió presa el año antepasado, la aisló en una cárcel y sometió a tortura sicológica; más tarde declaró: “cada día que no me ahorcaba era un triunfo sobre Ortega”

A ellos también, como a Melina Mercuri, Daniel Ortega y sus tribunales personales, les retiró su nacionalidad y confiscó sus bienes. Como si a uno le pudieren quitar el lugar donde nació y convertirnos en “aliens”, algo así como perdidos en el espacio. El gesto gallardo de España al ofrecerles la nacionalidad española a todo el grupo expatriado le enaltece y le hace, de nuevo, hijo del Cid, a pesar de Podemos y el propio Sánchez.
Cuando el binomio siniestro Ortega-Murillo se enteró que el Obispo de Matagalpa Rolando José Álvarez Lagos, con prisión domiciliaria desde el pasado año, se había negado a tomar el avión rumbo a Washington junto a los otros expatriados, le fueron a buscar a su casa, le llevaron a una cárcel y le impusieron la pena de 25 años de prisión.

Una semana después, la comunidad internacional democrática es sorprendida por una nueva disposición judicial sobre la pérdida o retiro de la nacionalidad nicaragüense a 94 ciudadanos más, a quienes igualmente se le confiscan sus bienes (¿esta disposición tendrá fuerza de ley sobre bienes situados en el exterior?) Entre los afectados por tal medida masiva, se encuentra Sergio Ramírez, Carlos Fernando Chamorro Barrios y su esposa, ambos exiliados en Costa Rica, Vilma Núñez intachable Defensora de los Derechos Humanos, Monseñor Silvio Báez, Luis Carrión, la escritora Gioconda Belli (La mujer habitada, Waslala...) Mónica Baltodano, periodistas, sacerdotes y una serie de personalidades contemporáneas de la historia de Nicaragua, la mayoría de ellos luchadores comprometidos contra la larga dictadura de los Somoza, de impecable vida personal.

En la antigua Grecia “ilotas” eran los extranjeros, quienes no eran ciudadanos griegos. Ilotas porque no podían ejercer cargos públicos ni votar por sus magistrados (de allí el peyorativo idiota de nuestro uso). Y cuando un magistrado, gobernante, no cumplía a satisfacción, se votaba por su destierro. Era la mayor pena infamante que se podía otorgar, no ser ciudadano era no ser nadie.

En contraste con la actualidad nicaragüense es que pareciere que los ciudadanos están afuera y los ilotas dentro.