El régimen de excepción temporal constitucional para el control del crimen organizado en El Salvador inicia su segundo año de vigencia el próximo sábado 27 del corriente mes. Va dirigido específicamente contra la existencia de las pandillas criminales conocidas como maras. La Mara Salvatrucha, Barrio 18 y algunas menores orbitando alrededor de las dos más temibles. Conocemos su origen, a lo menos superficialmente. Las primeras nacieron en Los Angeles, California, en los años de la guerra civil; salvadoreños, hondureños y guatemaltecos de pocos recursos económico que llegaron huyendo de los estragos de la contienda de los años 80 y parte de los 90.

En esa ciudad multicultural tuvieron que compactarse, unirse para sobrevivir y enfrentarse a las pandillas locales dueñas de un territorio donde se asienta una buena parte de la subcultura estadounidense. Bastante sobresaltos sufrieron la policía angelina y sus ciudadanos con los pandilleros de cualquier color y etnia, y los recién llegados de Centroamérica, en particular de los cuscatlecos.

El hecho es con la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, muchos de ellos optaron por regresar a su tierra natal; otros simplemente fueron deportados, bajados en el aeropuerto de Comalapa con una cajita bajo el brazo, pero ya graduados “suma cum laudem” en el crimen organizado, penetrados y cooptados por el narcotráfico mexicano, el secuestro y la extorsión.

Y comenzaron a establecerse de nuevo en su país natal, ya tatuados; tuvieron que hacerlo para identificarse entre ellos y diferenciarse de otras “maras”, y ante los adversarios, para infundir temor y dejarse sentir. Ya de vuelta a El Salvador ocuparon territorios rurales y barrios de las ciudades, zonas impenetrables y respetadas por los mismos cuerpos policiales, en donde quizás, algunos agentes residían allí, y a donde al terminar su turno debían retornar, mirando siempre de lado, esquivando una sombra o mimetizándose con la mara local.

El hecho es que se posesionaron, las maras, en verdaderos jefes y dueños de territorios donde la ley, la autoridad, las instituciones públicas no ejercían su soberanía, simplemente convivían, pactaban sus relaciones como si fuesen dos estados federados, el subterráneo y el formal representativo, que negociaban entre ellos, se respetaban y cohabitaban en detrimento de los habitantes, en especial de los más vulnerables; aquellos de los barrios marginales de la capital, las ciudades y pueblos rurales, donde se les extorsionaba, se les exigía derecho de paso, se raptaban a su niños, los enrolan en las maras, violaba a su niñas, las reclutaban y asesinaban por cualquier motivo. Ellos, ese pueblo sufriente no podía costearse guardaespaldas ni autos blindados. En realidad, el país había entregado parte de su soberanía a decisiones externas, principalmente de clanes criminales de mexicanos relacionados con el narcotráfico, el tráfico de armas y el secuestro.

Los diferentes gobiernos optaron, ante la imposibilidad de extirpar o controlar este cáncer social, por convivir, pactar con las Maras, una especie de Ciudad Gótica centroamericana donde hasta un secretario general de la OEA, el infausto José Miguel Insulza, se sentó a pactar territorios y acciones con los capos de las maras.

En la actualidad, la presente administración pública, el presidente de la República, optó por enfrentar la crisis endémica y asegurar la paz de la nación sin timidez, temor o complicidad.

La izquierda irredenta y la derecha conveniente ha resaltado solo las fotos de los detenidos en masa, esposados, rapados y uniformados. Diferentes Ong internacionales han clamado por los derechos humanos y hasta añorado la convivencia pasada.

Creo que el actual presidente hace lo que está obligado a garantizar: el Bien Común de la sociedad, en cumplimiento de sus propias leyes. Y me pregunto, ¿si acaso Venezuela logra liberar el territorio y la nación del Cartel Criminal Internacional instalado en Miraflores y Fuerte Tiuna, no deberá acaso limpiar el país de las bandas criminales llamadas “trenes”, de las guerillas extranjeras y nacionales de cuello blanco o no, dedicadas al narcotráfico, el secuestro, la extorsión y la depredación de la naturaleza, para devolver al país, a la nación, el pleno ejercicio de su soberanía?

Para la sobrevivencia de la civilización ordenada que optó por vivir bajo un orden legal en paz y libertad, se imponen decisiones dolorosas, difíciles, pero que garantizan esa opción de vida societaria necesaria para la seguridad de la humanidad; como cuando los aliados tuvieron que pararle el trote al nazismo, recientemente al Califato Islámico y, sin duda, tendrá que hacerse, como ya se hace, la pretensión de Vladimir Putin por disolver y exterminar a la nación ucraniana.