No sé si hay cifras oficiales de salvadoreños que viven en la indigencia, pero seguramente son miles en todo el territorio nacional. Todos los días, desde hace varios meses, cuando voy a trabajar, veo sobre el bulevar del Ejército, cerca de Plaza Mundo, a una pobre mujer que ha hecho en la acera una champa de plástico, junto a un muro. Ella vive ahí de la caridad pública, ante la mirada esquiva de muchos compatriotas que prefieren ignorar esa realidad. Hasta ahora no ha habido personas o instituciones altruistas que ayuden a esa mujer.

En San Salvador y casi todas las ciudades del interior del país, es posible ver indigentes, algunos objetos de burlas o de maltrato. Cada uno tiene su historia y no necesariamente ligada a las drogas o al alcoholismo. Cerca de donde vio suele verse a un indigente que según los vecinos era un destacado odontólogo en sus tiempos cuerdos. Así habrá muchos que fueron destacados ciudadanos, formadores de familias y personas de bien, a quienes el destino les jugó mal.

Quienes viven en la indigencia, por supuesto que viven en la extrema pobreza. Quizá la indigencia sea la manifestación más cruel de la extrema pobreza, sin importar que ha llevado al ser humano a vivir en esas condiciones paupérrimas de vida. Muchas de esas personas tienen familia que los abandonaron o los desecharon por cualquier circunstancia. Sin importar los motivos, son personas que requieren de ayuda humanitaria y de la atención inmediata del Estado.

Pues resulta que desde 1993 cada 17 de octubre se conmemora el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. La Asamblea General de las Naciones Unidas, resolvió el 22 de diciembre de 1992, que cada 17 de octubre fuera el día dedicado a la erradicación de la pobreza, con la intención que los países del mundo adquirieran conciencia sobre la necesidad de erradicar la pobreza y la indigencia.

La ONU sostiene que en un mundo caracterizado por un nivel sin precedentes de desarrollo económico, medios tecnológicos y recursos financiero, no es factible moralmente hablando que exista n millones de personas viviendo en pobreza y pobreza extrema. Los seres humanos debemos vivir con dignidad y eso se interpreta como vivir con acceso a los medios necesarios para vivir bien en todo sentido.

En un análisis técnico universal la ONU sostiene que quienes viven en indigencia, pobreza y pobreza extrema se privan de valores y derechos. Viven en condiciones de reproducir la pobreza, al carecer de acceso a los servicios básicos y fundamentales. Así, estas personas viven en condiciones de trabajo peligroso, vivienda insegura, falta de alimentos nutritivos, acceso desigual a la justicia, falta de poder políticos, acceso limitado a la atención médica, sin acceso al sistema educativo, sin acceso a la sana diversión, carencia de vestuario adecuado, sin capacitación y sin posibilidades de generarse oportunidades para superas su estadio de carencias. En ese marco, para este 2023 la ONU tiene como lema: “Trabajo decente y protección social para poner en marcha la dignidad (humana)”, lo cual implica generar condiciones de trabajo –y fuentes de trabajo- para estas personas. Se recalca que los pobres están obligados a trabajar más duro que otros y a tener ingresos mucho menores, con los que apenas subsisten o sobreviven con carencias bien marcadas que conllevan a la desnutrición y en general a la perdida de la calidad de vida que todo humano debe tener.

Hasta 2022 en nuestro país, la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, indicó que en El Salvador la pobreza extrema andaba en un 8.6 por ciento, dato relacionado con el aumento del costo de la vida. Según dicha encuesta la pobreza como tal rondó en 26.6 por ciento. Es decir, un cuarto de la población vive en pobreza. Obviamente el porcentaje de pobreza es mayor en la zona rural respecto a la zona urbana. Desde luego los datos son incomparables con la década de los 80 y 90, cuando la pobreza en El Salvador rondaba en un 60%, motivada por muchos factores, especialmente el cruento conflicto armado que vivimos en la nación.

Si bien es cierto la pobreza extrema en El Salvador es baja en relación a otros países centroamericanos, como Honduras y Guatemala, incluso en Suramérica (Bolivia y Perú, por ejemplo), se requieren de políticas estatales para superar esta condición. Las remesas han contribuido por mucho a aminorar ese nivel de vida, solo en 2022 el Banco Central de Reserva reportó que el país tuvo ingresos por $7.742 millones, lo que equivale a más del 23 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Hasta agosto de este año, desde enero pasado, el BCR registró el ingreso de $5, 386 millones. Las expectativas son que a finales de este año se supere lo remesado el año pasado. Mucho de ese dinero fue para consumo y poco para aliviar la pobreza extrema, pues quienes viven en esa condición poco o nada recibieron.

Actualmente se calcula que alrededor del 80 por ciento o más de los trabajadores salvadoreños ganan el salario mínimo, el cual permite sobrevivir en condiciones muy por debajo en cuanto a calidad de vida. Sin embargo, las expectativas son grandes. Las cifras oficiales, por ejemplo, indican que en el último trimestre la economía salvadoreña creció en un 3%. Esas cifras son buenas, pero se necesita que los beneficios directos también lleguen a las personas que viven en pobreza, pobreza extrema e indigencia. Todos debemos unir esfuerzos. Estado, empresa privada y ciudadanía en general para procurar mejorar las condiciones de vida de todos los salvadoreños y reducir la pobreza a su mínima expresión. Erradicar la pobreza es posible con solidaridad y políticas de desarrollo justas y humanas.