Ojo por ojo, diente por diente, dice el mensaje de Dios a Moisés. Dicho principio, que sigue el Código de Hammurabi, básicamente significa que los castigos de los códigos penales ancestrales estaban basados en el principio de retaliación.

El código, instituido por el rey Hammurabi de Babilonia, abarca una amplia gama de temas, como el derecho civil, el derecho penal y las regulaciones administrativas. Su objetivo era establecer la justicia, proteger a los débiles de los poderosos y garantizar el orden social en la sociedad babilónica. Este incluía la pena de muerte. Recientemente, en abril de este año, Volker Turk, alto comisionado de las Naciones Unidas, aseguró que “la pena de muerte es, según nuestra experiencia común, una reliquia atávica del pasado de la que deberíamos desprendernos en el siglo XXI”.

De acuerdo o en desacuerdo con Turk, indiscutiblemente este método de castigo máximo sigue siendo controversial, no solo en El Salvador sino en el mundo entero. El mismo papa Francisco advirtió en enero de este año que “la pena de muerte no puede ser utilizada para una presunta justicia de Estado, puesto que esta no constituye un disuasivo, ni ofrece justicia a las víctimas, sino que alimenta solamente la sed de venganza”. ¿Venganza o disuasión?

El 15 de mayo, Amnistía Internacional publicó su informe mundial sobre condenas a muerte y ejecuciones, advirtiendo de que las cifras son las más altas de los últimos cinco años. Las ejecuciones documentadas oficialmente aumentaron un 53 %, de 579 en 2021 a 883 en 2022. Los verdugos más prolíficos del mundo en 2022 fueron: China (miles), Irán (576), Arabia Saudí (196), Egipto (56) y Estados Unidos (18). El 93 % de las ejecuciones mundiales, excluida China, se llevaron a cabo en Oriente Medio y en el norte de África. Ese mismo año, se registraron 325 ejecuciones por delitos relacionados con las drogas, 255 de ellas en Irán y 57 en Arabia Saudí. En todo el mundo, 11 países amenazan con la pena de muerte a los miembros de la comunidad LGBTQ+. La reciente introducción en Uganda de la pena capital para lo que denomina “homosexualidad agravada” está siendo seguida de cerca por otros países de la región.

¿Sirve la pena de muerte para disminuir los índices de criminalidad? ¿Cuál es la evidencia?

En 2012, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos realizó una revisión sistemática de todos los estudios realizados al respecto desde 1976. La conclusión de dicho estudio fue dudosa. “Nuestra investigación muestra que los estudios no pueden responder la pregunta de si la pena de muerte es eficaz para evitar otros crímenes”, declaró H. John Heinz III, profesor de política y estadística del Carnegie Mellon de la Universidad de Pittsburgh (EE. UU.) y jefe del equipo que realizó esta revisión. “Sabemos que esta conclusión puede ser controvertida, pero lo cierto es que hasta ahora no se sabe si la pena de muerte reduce los homicidios e, incluso, si quizás los aumente”. Macchiavello recomendaba que era más provechoso ser temido que amado. A lo mejor y aunque no lo dijo, el miedo a morir podría ser un elemento por tomar en cuenta antes de cometer un crimen grave. Pero la evidencia de numerosos estudios no lo confirma ni lo desconfirma.

Es más, una serie de estudios actuales en Estados Unidos encuentran una correlación entre una disminución de crímenes violentos y la ausencia de pena de muerte en algunos estados de ese país, cuando se compara con Estados como Texas, donde se ejecutan la mayoría de las penas de muerte del país. Si con miles de años de aplicarla, todavía no podemos obtener una clara evidencia de su impacto disuasivo, de repente o no lo tiene o es sumamente marginal.

Si es sed de venganza por lo que algunos parlamentarios buscan restituir la pena de muerte en nuestro país, no creo sea el camino por seguir para salir de esta cultura de violencia que día a día vivimos en nuestra sociedad. La pena de muerte, según la mayoría de los estudios científicos, no contribuirá a disminuir la violencia extrema en nuestro país, sino por el contrario, muy probablemente la aumentara. Pensemos con la cabeza y no con el estómago.