En Centroamérica, hablar del todo no implica siempre un ejercicio detallado del conocimiento de las partes. Existe una región, histórico-geográfica, que desde hace casi 500 años coincide, con algunos matices, con lo que hoy se denomina Centroamérica.

Sin embargo, cuando se habla de Nicaragua, por ejemplo, no pareciera exigido también situar esa ‘parte’ dentro del ‘’todo’ centroamericano. Este yerro de apreciación, sin embargo, muchas veces obedece a prejuicios y a falencias conceptuales. Incluso diversos organismos e instancias internacionales casi siempre van al tanteo en la aprehensión de ‘lo centroamericano’.

Centroamérica existe, no es una ocurrencia. Al examinar la saga de Francisco Morazán a mediados del siglo XIX y su tentativa federativa frustrada de inmediato se cae en la cuenta que la nota histórico-geográfica está mal cosida o tiene una costura política con malos hilos. Eso ha hecho pensar a algunos segmentos centroamericanos que sus porciones territoriales son singulares o incluso que están ‘destinados’ a que sus intereses primen por encima del conjunto regional. Y es entonces cuando los 7 países centroamericanos se ponen de espaldas y discurren como si los otros territorios solo fueran vecinos fronterizos y no entidades articuladas con trayectoria común.

En la hora actual centroamericana es frecuente escuchar a ciertos viejos (y nuevos) dirigentes políticos apelar a lo centroamericano, pero en realidad no están interesados de recrear este ‘ideal’ sino más bien intentan aprovechar la coyuntura desabrida que vive la región para posicionarse como la ‘salvación’.

Al echar una mirada sobre el proceso político guatemalteco, es fácil caer en la cuenta de que el deterioro institucional allí ha llegado a un punto de descomposición tal que solo la emergencia ciudadana disruptiva podrá poner orden en la mesa. La tentativa no-convencional que podría haberse constituido en torno a la candidatura presidencial de la indígena mam, Thelma Cabrera, las autoridades electorales (entiéndase los ‘poderes fácticos’ que mueven sus hilos por doquier) la dejaron fuera de circulación. Y no es que punteara en las encuestas, pero sí significaba un ‘mal ejemplo’, y peligroso, para la ciudadanía que vota, porque el programa de la fuerza política que representa y su discurso apuntan directo contra el desorden guatemalteco que ahora prima, en lo político, en lo económico, en lo ambiental y en lo social. De ahí que convenga más a esos ‘poderes fácticos’ que discurran otras candidaturas presidenciales como la de Sandra Torres o la de Zury Ríos (la hija del inefable Efraín Ríos Montt, militar que marcó con fuego sanguinario los campos de Guatemala entre 1982 y 1983).

Estas dos señoras (Torres y Ríos) van de lo mismo de siempre: circo, tamales y garrote (si hace falta). No se están planteando una agenda estratégica que recoloque a Guatemala en el marco centroamericano, como ocurriera entre 1944 y 1954, cuando se dio una dilatada primavera política, excepcional y jamás repetida. No, ellas tienen, de seguro, acuerdos debajo de la mesa con los que podrían relevar de ganar una de ellas, para que la impunidad siga reinando.

Por eso no es exagerado señalar que los siete países centroamericanos pareciera que se encuentran muchas veces en las antípodas, y solo fingen que quieren acercarse a la hora de la foto protocolar o cuando el Gran Vecino del Norte avisa que tiene unos buenos billetes verdes para repartir, eso sí, si hacen esto y lo otro.

Centroamérica es casi del tamaño de España y por sus peculiaridades geográficas constituye un punto especial del planeta, sin embargo quienes han dirigido las 7 parcelas y quienes han acumulado riquezas en las 7 parcelas han preferido siempre hacerse los sordos cuando comienza a hablarse de la reunificación de Centroamérica. Porque eso cambiaría muchas cosas (para bien de estos esquilmados pueblos) y han persistido en seguir ignorándose. Por esto o por lo otro.

Durante la varias guerras centroamericanas que se desarrollaron durante la década de 1980, es curioso, pero ‘lo centroamericano’ no logró encarnar, y eso que los factores estructurales estuvieron expuestos a cielo abierto y era fácil identificar que la reunificación del istmo podría haber sido la vuelta de tuerca. Pero no, los siete países persistieron en el desatino de creer que cada uno podía (¡solo!) habérselas frente a los terribles problemas, y ya se sabe qué pasó: los siete países, cada uno por su cuenta, se han seguido mordiendo la cola.

En este momento, salvo que algo extraordinario ocurriera, los siete países, sus dirigentes y sus inversores y sus patrocinadores internacionales (grandes potencias, organismos internacionales y otros factores de poder) no ven más allá de sus narices.