Usted se ha hecho acreedor a un pick up doble cabina, full extras, gracias a un sorteo aleatorio efectuado por una compañía internacional radicada en San José, Costa Rica. Para mayor información escriba a este mismo número para que uno de nuestros colaboradores le de los más mínimos detalles. Felicidades, la suerte ha corrido a su vida. Dicho mensaje lo recibió mi vecino la mañana del 31 de octubre pasado.

Ese mismo día, en horas de la tarde, le escribieron desde el mismo número diciéndole que necesitaban $500 para trasladar el vehículo vía marítima hasta el Puerto de Acajutla. Dicha cantidad dineraria tenía que ser depositada en una cuenta financiera de un banco costarricense a nombre de Braulio Sebastián Tinajero. Tenía que hacer el depósito y luego enviar fotografía del “voucher”, para que “en menos de 24 horas el pick up estuviera en el puerto.

El último mensaje que recibió fue el viernes pasado, cuando le dijeron que en vista que no había depositado le daban la oportunidad que lo hiciera a más tardar el sábado 4 de noviembre, antes de las 10:00 de la mañana hora local. Le advertían que si él no estaba interesado en el premio, podía buscar a un amigo o pariente interesado, pero que esa persona tenía que depositar $1,000 y que él, como intermediario tendría derecho a que le remesaran $500, si les daba su número de cuenta.

Mi vecino no es ningún tonto, es un profesional de la medicina y desde un principio supo que se trataba de una estafa para ingenuos. El viernes les contestó y les dijo que ya sabía que eran una red de embaucadores y que había reportado el caso a las Fiscalías de El Salvador y Costa Rica. Incluso les dijo que ya había individualizado a cada uno de los miembros de esa red. Desde luego, de inmediato lo bloquearon. El número de teléfono, en efecto, costarricense, le quedó grabado, por lo que desde otro teléfono les llamó en la noche y no le contestaron, pues obviamente detectaron que la llamada era desde El Salvador.

Es increíble la cantidad de estafas que ocurren a diario. La gente es muy sencilla o ambiciosa para creer en esas mentiras. En mi WhatsApp recibo ocasionalmente mensajes extraños y burdos. Desde una anciana que se está muriendo en Londres, Inglaterra, y que me ha escogido para que me haga acreedor a sus millones de libras esterlinas , con la condición que les mande mis datos personales, incluyendo mi número de cuenta bancaria. Estos mensajes los borro de inmediato.

Sin embargo, he conocido casos de personas que han caído con demasiada ingenuidad. En la Navidad pasada a una pariente le escribieron diciéndole que desde España le mandaban una maleta, con $8,000 en efectivo y varias joyas que en total su valor sumaba alrededor de $25,000. Le pidieron cuatro transferencias de $500 cada una en una cuenta bancaria de una persona que supuestamente vivía en Pasto, Colombia. Hizo los depósitos, mandó los comprobantes y una hora después ya la habían bloqueado de las redes sociales. No se atrevió a denunciar por miedo y vergüenza y porque al final reconoció que había actuado con demasiada ingenuidad, tal como se le dijo un agente investigador.

Las redes sociales han venido a simplificar muchas cosas buenas y malas. Nos han facilitado hacer compraventa, conseguir información valiosa, intercambios de todo tipo, acercar lo lejano (y alejar lo cercano), pero también han potenciado las estafas, en este caso por medios informáticos. Casi que toda nuestra información privada ha pasado a ser pública y está expuesta a ser utilizada por personas con malas intenciones. Nosotros mismos nos encargamos de hacer del conocimiento público nuestros datos. En nuestros perfiles está todo lo que tenemos y somos. Uno se mete a una cuenta de cualquier persona y analizando la información que comparte, podemos llegar a formarnos un criterio de quién o cómo es esa persona. Llegamos a conocer su contexto y muchas situaciones particulares.

Los estafadores saben cómo dirigirse a las personas, porque llegan a conocer sus gustos, sus anhelos, sus visiones. Ellos, con maldad de por medio, se dirigen a cientos de potenciales víctimas, pues alguno va a caer. Conocí el caso de una muchacha que se iba a casar con un joven canadiense a quien “conoció” a través de redes sociales. Ese supuesto joven le pidió una transferencia de $10,000 para los trámites que él haría para mandarle luego $100,000 para la boda. Eso fue hace unos tres años y hasta ahora la joven no recupera su dinero y sigue soltera. El tal joven canadiense era un estafador que hasta ahora no sabemos si era hombre o mujer, viejo o joven. Simplemente estafador.

La gente no debe ser tan ingenua. Hay estafas tan obvias que son fácil de detectar, otras tan cotidianas que no es necesario hacer grandes análisis, por ejemplo con los alquileres de ranchos, venta de vehículos y otros productos, los cuales son ofrecidos a precios demasiado bonancibles. Para escribir esta columna me metí a buscar posibles estafas en redes y me encontré con algunas que con seguridad son estafas: Una motocicleta años 2020, en buen estado, casi como nueva, en venta en $250 (hay que depositar esa cantidad a una cuenta para que la traigan desde Tegucigalpa a las puertas de la casa); dos Iphone 14 valorados en $100 ambos, dinero que debe depositarse para que al día siguiente le hagan llegar el producto; un reloj Rolex original valorado en $200, cuya transferencia debe hacerse tres días antes de recibir el mismo. En fin, me encontré con decenas de estafas en potencia. Amigos lectores, mucho cuidado... Las redes sociales están llenas de estafadores en busca de ingenuos.