La COP 27 ha comenzado esta semana. “Estamos en una carretera al infierno climático con el pie en el acelerador” ha dicho en su discurso de apertura el secretario general de la ONU, António Guterres. Se impulsa la energía verde a lo largo y ancho de nuestro planeta.

Y mientras la mayoría de nosotros continuamos derrochando mierda en las redes sociales y levantando la piernita para salir atractiva en el “selfie”, nuestras playas se pudren de basura y nuestra flora y fauna se ahoga en este tsunami de consumo y destrucción. El consumo y su dios “dinero”.
Pero hablemos de dinero y de “campos eólicos”. ¿Quién se beneficia realmente? ¿Son los campos eólicos una solución viable y amigable en la conservación de nuestro ecosistema?

La energía eólica es una fuente de energía renovable que utiliza la fuerza del viento para generar electricidad. El principal medio para obtenerla son los aerogeneradores, “molinos de viento” de tamaño variable que transforman con sus aspas la energía cinética del viento en energía mecánica. Un campo eólico es un lugar dedicado a la generación de la energía eólica. Consiste en un conjunto de aerogeneradores, colocados en el territorio para aprovechar al máximo el viento del lugar. En nuestro país ya existen estos campos eólicos.

Tracia Network Corporation, una empresa de desarrollo energético, inició con el primer parque eólico en El Salvador: el proyecto Ventus, ubicado en Metapán. “Ventus está encantada de iniciar la construcción del primer parque eólico en El Salvador con Vestas, el líder mundial en tecnología de turbinas eólicas. Este proyecto demuestra nuestro compromiso de invertir en El Salvador y cumplir con el objetivo del país de diversificar su mix energético”, afirma Christopher Kafie Hasbun, vicepresidente de Ventus, un empresario hondureño.

Es poco el impacto ambiental de la energía eólica, sin embargo, hay dos acciones negativas asociadas con la construcción de parques eólicos, así como la operación de las turbinas eólicas a gran escala, las cuales afectan a algunos animales y al suelo. Quizá la consecuencia negativa más estudiada de la energía eólica es la amenaza para las poblaciones de especies locales, en particular aves y murciélagos, ya que la construcción de parques eólicos puede alterar el hábitat natural de estas especies animales. Cuando las aspas de las turbinas eólicas giran a altas velocidades, la presión del aire alrededor de estas cambia y aumenta la probabilidad de que pájaros y murciélagos choquen con estas hélices. Pero también la flora se ve afectada. Cualquier que haya pasado cerca de un parque eólico conoce las dimensiones de sus molinos. Su envergadura obliga a utilizar grandes extensiones de tierra, lo que puede dañar las especies vegetales autóctonas. Asimismo, para que funcionen se requieren líneas de alta tensión, e instalarlas conlleva talas. Así mismo, estos parques eólicos producen contaminación acústica y visual para los pobladores de comunidades cercanas al parque. No solo los animales sufren el impacto ambiental de la energía eólica. Las propias poblaciones ubicadas en los alrededores de estos parques señalan efectos negativos, principalmente visuales y acústicos.

Al ser construcciones humanas, los molinos desnaturalizan los paisajes, los erosionan y los contaminan con sus señales luminosas. Además, el ruido de sus turbinas incomoda a los locales, y puede hacer mella en los negocios.

EL impacto ambiental de la energía eólica puede evitarse. La industria de aerogeneradores cada día avanza y se perfecciona, pero su instalación e implementación de este debe asegurarse mediante una evaluación ambiental adecuada, por medio del cual se asegure que el lugar escogido es el más recomendable a nivel técnico, social, económico y de medio ambiente.

La energía “verde” es beneficiosa, pero no hay que olvidarse que cualquier actividad “humana” no está exenta de crear un desbalance en el medio ambiente. Recuerdo, no hace mucho mientras caminaba por una playa costarricense, observé una “piedra” de caprichosa textura y color, la tomé con mis manos con la intención de llevármela. Dispuesto a “hurtármela” estaba, cuando un empleado del hotel, en el cual me hospedaba, se me acercó y comentó, el desbalance ecológico que se creaba al sustraer o mover piedras en la playa. Mover piedras, o simplemente apilarlas, tiene un efecto perjudicial al medio ambiente.