Los primeros pasos del gobierno de La Libertad Avanza en Argentina, tal y como lo anunciara Javier Milei, son de shock. Sin gradualismos ni consideraciones de ningún tipo. Casi con prisa. El tiempo es su peor enemigo, porque los efectos sociales adversos (que los habrá) pueden regarse como pólvora y generar un cuadro político-social explosivo muy peligroso.

Argentina no es uno de los pequeños países periféricos de Centroamérica, que pareciera que aguantan varias torceduras en su andar. Argentina es un país de 2 780 400 kilómetros cuadrados, de cerca de 46 044 703 habitantes y con una variada provisión de recursos naturales y capacidades técnicas; pero también Argentina es el mayor deudor del Fondo Monetario Internacional (FMI), de un crédito de 43 500 millones de dólares, y con el 40% de su población en condición de pobreza. Esto significa que los ‘experimentos’, como el anunciado por Javier Milei, si no hay acierto en las primeras de cambio, se pagan caro. En economía y en política. Y el agrupamiento partidario que está al frente de la conducción gubernamental será el primero.

No importa que el FMI, padrino de los ajustes en el mundo, haya dicho que se trata de medidas audaces. En realidad, si se pensara con mayor sensatez social habría que decir que son medidas de mucho riesgo.

Porque no se trata solo de las acciones de ajuste que ya son de sobra conocidas. Hay además varias pretensiones: a) ‘desarmar’ y achicar (como aparece en los libros de economía tradicional) el aparato estatal al punto de que sea irrelevante (en empleo, en inversión, en asistencia social y hasta en educación; parece ridículo que en estos tiempos alguien se plantee eso, pero el discurso incendiario de Milei así lo propaga); b) poner en pie la economía argentina de un modo espectacular y solo de la mano de los sectores privados (habría que agregar que en realidad ‘está hablando’ de los grandes conglomerados empresariales) y c) acabar con el peronismo. ¿No serán muchos objetivos a la vez y en el corto plazo?

Las acciones de ajuste, así como las primeras que ha esbozado el ministro de Economía, Luis Caputo, apuntan a la parálisis en algunos sectores (aunque su propósito sea lo contrario) y a que la inflación se dispare. En su discurso de asunción Milei, en su tono exagerado y apocalíptico que le es característico, habló de una cifra desproporcionada de hiperinflación que había heredado. La verdad es que, estas acciones de ajuste podrían empujar a lo que él denunciara como herencia del gobierno anterior.

Como se está frente a una ‘desconexión’, a un ‘desenchufe’, con una rapidez inaudita en los sectores populares argentinos se hará sentir el impacto. De hecho, las palabras de advertencia de Caputo habría que tomarlas en serio: ‘En unos meses vamos a estar peor que antes’. Por eso es que ha añadido que se aumentará el Plan de Asignación Universal por Hijo y en un 50% la Tarjeta Alimentar. Las preguntas de oro son: ¿esto alcanzará a amortiguar el duro shock con el que arranca esta nueva gestión gubernamental? ¿Cómo es que han calculado eso? ¿De qué parámetros parten? ¿O se trata de esas decisiones de cúpula, frías, y ajenas al palpitar ciudadano?

Javier Milei ganó la presidencia de Argentina, sí, eso es cierto, pero con ayuda de los votantes de Juntos por el Cambio, que tienen al expresidente Mauricio Macri como figura articuladora. De lo contrario, se hubiera quedado en el camino. El sentimiento de fastidio general (real y atizado) por el desempeño ambiguo del anterior gobierno peronista aupó a Milei, pero no lo votaron para que las cosas fueran a peor, como ha anunciado el ministro Caputo, sino para estar mejor. Y esto es lo grave del arranque de shock de este gobierno, que conspira contra el mensaje desesperado de los votantes atrapados en la precariedad y el desempleo generalizado.

La combinación de devaluación a más del 100% (el dólar oficial pasará a cotizarse de 336 a 800 pesos), de reducción del gasto estatal, de supresión de los subsidios a la energía y al transporte, de paralización de la obra pública, de compresión del aparato administrativo gubernamental habrían decepcionado a John Maynard Keynes. Pero, claro, eso le importa un rábano a Milei, porque él es fanático de Friedrich Hayek.

Argentina tiene frente a sí un desafío enorme, porque las cabezas están calientes (la de Milei, más que la de cualquiera) y al son de las ‘ilusiones de poder’ es fácil no distinguir las verdaderas pulsiones de la realidad, y creer que los patos son águilas y los sapos, príncipes.