Muchos finales pueden producirnos tristeza, nostalgia, alivio, satisfacción o una continuada espera de lo que aún no llega, mas aún, si es que alguna vez pueda llegar, postergando situaciones, nutriéndolas cada vez con incertidumbres o esperanzas. Así como lo fuera el final en la magnífica obra de Gabriel García Márquez, “El coronel no tiene quien le escriba”, que ante la pregunta que hace al coronel su mujer en relación a la subsistencia mientras esperan en las precarias opciones, este le responde con resoluta acritud y de manera escueta, como el significado mismo de la palabra; mascullando un final con desesperanza y resignación.

Los finales en si pueden traer ropas de continuidad, así de esta manera nos encaminan y familiarizan con los cambios que serán inevitable encontrarlos al paso. Es así, como una corta mirada a nuestro alrededor nos muestra crisis existentes y otras de diversas índoles que se asoman ya. Sonando constantemente las palabras nuevo orden mundial, multilateralidad, pérdida de liderazgo, países productores, países dependientes, fracaso de sistemas políticos y económicos,etc. Podría suponerse que ha llegado un final para lo que hasta ahora era y que debe tomar otro rumbo; con la visión de una sostenibilidad y desarrollo global, al menos.

Un nuevo rumbo y condicionantes, pero ciertamente nadie sabe que conlleva o implica realmente, talvez porque siempre nos hallamos en el medio de decisiones de poder e interéses de grupos específicos. Siendo conscientes que cada región, específicamente América Latina, adolece de sus propios males históricos de gobernanzas turbias, que lejos de potenciar desarrollo, lo limitaron y ahora frente a un cambio global tendemos a padecer aún mas. De allí que ante un futuro oscuro, en ocasiones nos asemejamos al coronel esperando, continuando y mascullando entre una orquestada zozobra, pero también con una pequeña raíz de fe.

Si una renovación y adaptación requiere unidad, empatía y solidaridad, será un verdadero reto consolidarlo, como todos los retos que la humanidad viene enfrentando desde su génesis. Con una gran parte de población mundial padeciendo evidentes daños económicos, emocionales, mentales ya existentes previamente, los cuales ha sido agravados por la epidemia del coronavirus, estanflación consecuente, una guerra en Europa del Este y como un efecto colateral y acuciante en el Cuerno de África, arrecia una crisis alimentaria sin precedentes en puertas; zona geográficamente ya golpeada por inestabilidades sociales y políticas. No ovbiando las migraciones en distintos puntos del globo terráqueo, transitando caminos crueles y maldecidos que vulneran la dignidad que hoy mas que nunca se ha vuelto una utopía para la misma humanidad frente a la lucha de la propia sobrevivencia.

Ante estos hechos, que parecería anuncian un final de algo que ya no puede continuar de la manera que esta, también aparece una ventana que se abre dejando ver lo caducado pero a la vez una interrogante a lo que deberá proseguir. Se vuelve cuesta arriba afrontar las circunstancias.

A una sociedad convulsa y con falta de cohesión, como la nuestra, solo pueden salvarla la racionalidad y la conciencia, pero esto viene por parte de cada uno. Racionalidad para comprender y ser consistente en que lo percibido este orientado a la mejora continua, no aceptando bosquejos que suplanten la realidad. Conciencia para concocer el lugar que tenemos y merecemos dentro de la sociedad, así mismo, la importantancia con que se incide en la toma de decisiones y la responsabilidad de cuestionar y opinar en los temas centrales que conciernen a una población que unida busca un fin común de bienestar colectivo permanente.

Redescubramos nuestra esencia humana y comprendamos que la vida se nos presenta como una oportunidad cada día, que todo muta y nuestro tiempo es corto.