Benito Juárez, el indígena de 1.37 metros de estatura, que llegó a ser presidente de México en varias ocasiones, es recordado por su célebre frase dicha en 1867: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. El apotegma se mantiene tan vigente, razonable y realista, siendo tan necesario para la sana y fructífera convivencia social.

Precisamente desde 2018 y por mandato de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) se celebra cada 16 de mayo como el Día Internacional de la Convivencia en Paz. La fecha acordada el 5 de diciembre de 2017 tiene como espíritu el compromiso de las naciones para promover e impulsar la cultura de paz y la no violencia en todas sus esferas y manifestaciones. Todo con el firme propósito que la humanidad, especialmente los niños y las futuras generaciones, se beneficien.

En su análisis la ONU señala que la cultura de paz y la no violencia permiten prevenir y eliminar todas las formas de discriminación e intolerancia. Unos y otros debemos aceptarnos como somos, con nuestros defectos y virtudes, porque en esta aldea global nadie sobra, pero también nadie es imprescindible. Todos somos necesarios. La cultura de paz fomenta la inclusión sin ningún tipo de distinción. El sol y la luna salen para todos de manera irrestricta sin importar raza, sexo, género, idioma, religión, opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del ser humano. Todos los seres humanos somos un cúmulo de sentimientos, pensamientos y conocimientos en constante transformación.

Como decía el filósofo nacido en Países Bajos, Baruch Spinoza, “La paz no es la ausencia de la guerra, es una virtud, un estado en la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia”. Entendiendo a Spinoza debemos comprender entonces que la paz es beneficio para todos, porque es desarrollo para cada uno, de acuerdo a nuestras propias capacidades.

Nuestra compatriota Claudia Lars solía decir que la paz es un dictado de la razón, además de ser la condición ineludible que permite vivir, crear y prosperar. Añadía que la causa de la paz son los niños por lo que debemos defenderla con la terquedad del corazón. La Paz va más allá de la sana convivencia entre individuos, requiere que las relaciones humanas se basen en la armonía con la naturaleza, con el medio ambiente, con la espiritualidad y sobre todo respeto a los derechos humanos. Todos tenemos espacio para existir, a ser distintos entre nosotros, a tener ideas diferentes, a fundamentar nuestras propias creencias y a vivir nuestros propios sueños e ilusiones. Cada cabeza es un mundo y los mundos se respetan, toda vez no trasgredan su entorno.

La cultura de paz fomenta el diálogo. Las diferencias se superan o se aceptan cuando hay intercambio de ideas y se generan los entendimientos, las compresiones y las interpretaciones. Cada uno ve desde su esquina. Podemos ver el mismo volcán en erupción, pero unos lo verán como un latente peligro, otros como un majestuoso paisaje natural y habrá quienes lo verán con indiferencia. Todos lo vemos distinto según nuestra ubicación y de acuerdo a nuestra experiencia y de nuestro contexto social. Desde cualquier perspectiva que lo veamos, tenemos que comprender a todos y ayudar al que circunstancialmente requiere ayuda por estar en un sitio desventajoso. Que nosotros estemos en un sitio privilegiado para disfrutar el paisaje de la erupción, no nos debe disminuir la conciencia para entender que ese mismo paisaje es una amenaza de muerte.

La paz sin desarrollo no es tal. Sin respeto a los derechos humanos, la paz se convierte en una palabra sin sentido, hueca y hasta triste. La paz debe conllevar el irrestricto respeto a los derechos humanos. Esto implica igualdad de derechos para todos, incluso exigiendo esa igualdad, porque es un privilegio y una garantía del buen vivir, de la sana convivencia y de la seguridad existencial. No le podemos hacer a otros lo que no nos gusta que nos hagan. La tolerancia es la armadura más potente de los pacíficos y el respeto a las leyes y normativas la práctica más cotidiana de los buenos ciudadanos. La justicia es un derecho prevaleciente de la igualdad y no siempre lo legal es justo ni lo justo es legal. En toda duda, el humanismo debe imperar.

La paz también es protección al medio ambiente, como necesidad imperante de la vida. Un ecosistema destruido es sinónimo de una coexistencia deteriorada donde todos sufrimos las nefastas consecuencias. La paz también es conciencia medioambiental. Todos queremos estacionar nuestro auto bajo la sombra de un árbol, pero nadie siembra el árbol. Talar un árbol sin necesidad u omitir sembrar uno, es egoísmo y a la vez una expresión del anti pacifismo.

La convivencia en paz, entonces debe ser el respeto ajeno, el fomento de las culturas, religiones y cosmovisiones, la promoción de la democracia, el diálogo, la protección medioambiental, el respeto a las leyes, la igualdad, la aceptación de las diferencias ideológicas y de criterios, la inclusión social, y sobretodo la tolerancia en su máxima expresión. Debemos ser tolerantes en todo lugar y en todo tiempo con todo mundo. Tolerar a los demás es tolerarnos a nosotros mismos. Nadie está inhibido de la convivencia social, por eso debemos hacerla más humana. Ya el estadista hombre de altura democrática Benito Juárez lo sentenció.: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.