El Salvador fue el primer país en América Latina que en 1932 puso en práctica y en el contexto mediático la desaparición forzada de personas por medio de los extintos cuerpos de seguridad, y por consiguiente el ocultarlos por medio de fosas clandestinas, así de duro, categórico y contundente; fueron parte de los que en aquel momento tenían el compromiso, el deber y la responsabilidad de cuidar a la población la que la privaron de libertad, los asesinaron y ocultaron en las fosas como una respuesta al levantamiento popular, con la premisa equivocada de que sin cuerpo no hay delito.

En 1960 sería Guatemala quien lanzaría esta práctica como una modalidad criminal, y en 1962 aparece nuevamente en escena El Salvador y ya se dispone de documentos y referencias por organismos internacionales de derechos humanos. En la década de los sesenta y setenta fue utilizada en nuestro país para asesinar a opositores políticos, líderes sindicales, solo la sospecha de serlo lo hacía acreedor a ser desaparecido, muchos eran capturados sin orden judicial, sometidos a torturas y trato cruel por agentes del Estado y para militares en cárceles clandestinas, en donde solo esperarían el trágico final de ser asesinados y enterrados, sus generaciones siguientes incluso ya murieron sin conocer a donde se habían ocultado esos cuerpos.

Así llegamos a la etapa previa al conflicto y conflicto armado en donde continuaron las desapariciones forzadas, asesinatos y ocultamiento de los cuerpos, ambos grupos en conflicto pusieron en práctica lo que sus antecesores desde 1932 les habían enseñado como un modelo criminal. A la fecha existen miles de desaparecidos en fosas clandestinas que los autores intelectuales y materiales mantienen ocultas.

Posterior al conflicto y ante la indiferencia del Estado y las causas estructurales de los verdaderos problemas de nuestra sociedad salvadoreña, a inicios del presente siglo, el crimen organizado y las pandillas copia y replican este mismo modelo criminal, y se inician los hallazgos de fosas y cementerios clandestinos entre el año 2002-2005 ya existen registros gracias a la investigación de la Policía Nacional Civil. Es en este período también que las pandillas y el crimen organizado comienzan a exponer la práctica de los desmembramientos y descuartizados (persona divida o separa en cuatro partes) así como los decapitados que eran inicialmente miembros de pandillas contrarias cuando estaba en pleno desarrollo el origen del odio entre estas estructuras.

Entre los años 2005 y 2016 se reportan descubiertas, detectadas y con investigación por medio de las instituciones del sector justicia al menos 240 fosas y cementerios clandestinos producto de la violencia social y el terror del crimen organizado y las pandillas.

Las fosas y cementerios clandestinos han sido una práctica de imitación que todos los criminales en el país han utilizado y han venido mejorando, sofisticando, y avanzando porque son parte del crimen organizado, y que denota el grado de impunidad del Estado salvadoreño (instituciones, su pueblo como nación, el territorio, y su regulación como estado de derecho que lo legitima), pero también nos expone el grave deterioro del tejido social, la deshumanización en extremo que impera con los miembros visibles e invisibles del crimen organizado, las pandillas, de muchos oportunistas que no dejen de ser criminales, la disfuncionalidad de la sociedad y de la familia salvadoreña.

Por lo anterior es vital que nuestra generación rompa con la indiferencia y tolerancia de la sociedad ante las mentes perversas que nos hicieron creer que las desapariciones y las fosas clandestinas son normales, representan no solo la impunidad, sino también una de las formas más extremas de violencia y graves violaciones a los derechos humanos. Para ello necesitamos renunciar a la venganza y dejar de privilegiar la violencia como método de resolución de diferencias o conflictos.