El que mata y quede impune vuelve a matar. Nunca me cansaré de repetir esta frase de Gloria, para mí “la grande”. Se la escuché por primera vez apenas comenzando a apoyarla a ella y a Mauricio en su incansable y valiente lucha por alcanzar justicia, en el caso de la ejecución de su hijo Ramón Mauricio García Prieto Giralt a manos de un escuadrón de la muerte. El crimen fue perpetrado el 10 de junio de 1994. Apenas unos quince meses atrás habían presentado públicamente el informe de la Comisión de la Verdad en Nueva York y acá no pasaron cinco días de ese acontecimiento sin que se aprobara una amnistía amplia, absoluta, incondicional y contraria a cualquier estándar internacional en la materia. Eso ocurrió hace 30 años y así se desperdició una inigualable oportunidad para cambiar el desastroso rumbo histórico de El Salvador. Nuevamente, pues, nos volvimos a joder.

¡Cuánta razón tenías, querida Gloria! Me dejaste grabada esa frase, a la que yo agregué también a quienes roban y violan; si no reciben su castigo merecido, vuelven a robar y a violar. Igual pasa con quien miente. Y este país está mal hecho desde su origen, porque ha sido edificado con base en la nefasta y arraigada mala costumbre de mentir y mentir desde los poderes que lo han dominado siempre: el económico, el político, el militar, el religioso y el mediático. Más allá de algún esporádico chispazo y quizás hasta accidental chiripazo, esa ha sido la constante. Por eso estamos como estamos y cada vez vamos de mal en peor.

La referida Comisión debía investigar “graves hechos de violencia” acontecidos entre enero de 1980 y julio de 1991, “cuya huella sobre la sociedad” reclamaba urgentemente “el conocimiento público de la verdad”. Había que “esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza Armada”, relacionado directamente con el irrespeto de los derechos humanos. Superar eso no debió entenderse como se hizo: pretendiendo esconder toda la porquería bajo la alfombra. No, al contrario. Las atrocidades debían conocerlas los tribunales de justicia con el objeto de sancionar a sus autores –independientemente al bando que pertenecían– y lograr por fin que desde la institucionalidad estatal se procediera a actuar de forma ejemplarizante, para enviarle a la sociedad y al mundo un claro mensaje: en adelante, en El Salvador ya nadie estaría por encima de la ley. En palabras de Montesquieu esta sería “como la muerte, que no exceptúa a nadie”.

Pero la guerra y los acuerdos mediante los cuales se logró –además de ponerle fin a esta– frenar las prácticas sistemáticas de graves violaciones de derechos humanos por injustificables causas políticas, principalmente estatales pero también guerrilleras, fueron una farsa según el mentiroso de turno. Desde esa narrativa, el oficialismo actual pretende presentar a la soldadesca como prestigiosa, ilustre, insigne... Casi divina. “Esta gloriosa Fuerza Armada –presumió Nayib Bukele hace casi cuatro años, al recibir su bastón de mando– ahora tiene que ser más gloriosa que antes”, porque desde entonces... la comanda él. Pues sí, como antes la comandó el general Fidel Sánchez Hernández de 1967 a 1972.

“En unos meses –presumió este también, durante la guerra con Honduras– hemos regado con nuestra sangre el suelo” del vecino país; “primero con la de familias campesinas indefensas, segundo con sangre heroica de gloriosos soldados”. Después de ese “agarrón” que llamaron “de legítima defensa”, “de la dignidad nacional” y “del fútbol” -quédese con el nombre que prefiera pues todos son falsos‒ se nos vinieron encima otras tres guerras: la sucia, la de guerrillas y la protagonizada por los ejércitos de la insurgencia y del Gobierno. Estos terribles escenarios al igual que el de la violencia criminal de las maras y la respuesta estatal en su contra, han servido para fortalecer la Fuerza Armada y militarizar el país pensando en lo que viene: la protesta de la gente hambreada y ninguneada. Ese camino lo conocemos, no me cansaré de repetirlo, y quienes lo recorrimos bien sabemos cuál es su destino.

Más allá de la calma actual cimentada en la mentira –parafraseando a Le Pera, compositor, y a Gardel, cantor– sentir que es un soplo la vida en nuestro país seguirá siendo cierto. Sabemos que 30 años no es nada y observamos que febril la mirada de las víctimas, errante en las sombras busca y nombra la trastocada verdad y la negada justicia. Por eso, las condiciones están dadas para que los estallidos sociales recurrentes a lo largo de la historia salvadoreña no desaparezcan de su horizonte. Hay y habrán suficientes garantías de repetición, mientras nos sigan gobernando fachosos seguidores de Pinochet y de Pinocho.