Seguro que su hermano Karim podrá contarle —si es que no lo hubiera hecho ya— de un penoso incidente ocurrido en Casa Presidencial durante la pandemia. Aunque puedo recordar aquel momento con todos sus detalles, por ahora me limitaré a revelar que ha sido la experiencia que con mayor claridad ha confirmado el peso específico que tienen sus hermanos, presidente, en esa hermética, cerrada, exclusiva estructura de poder encabezada por su persona.

Porque son muchos los funcionarios, líderes políticos o “analistas” que peregrinamente creen estar cerca del lugar en que se toman las grandes decisiones en el actual gobierno. Ingenuos que son, les falta la inteligencia y la penetración psicológica necesarias para caer en cuenta de lo prescindibles que son para usted y sus hermanos.

Lo que yo presencié aquella noche de abril de 2020, en ese conocido saloncito trasero de Casa Presidencial, me dejó atónito. No solo porque el bochornoso comportamiento desplegado ante un grupo de visitantes provenía de alguien que, formalmente, no ocupaba ningún cargo gubernamental, sino porque el exabrupto demostraba hasta dónde este señor era capaz de descargar, sobre otro ser humano, su prepotencia, ordinariez y furia incontrolables. Sin ningún afán de dramatismo, presidente, ese día comprendí nítidamente qué podemos esperar los salvadoreños de su administración.

Por eso no me extraña en absoluto las terribles consecuencias que ha tenido para el tuitero Luis Alexander Rivas, conocido también como “El Comisionado”, el haberse atrevido a denunciar —algo que yo también habría hecho de tener un celular a mano— esa playera exhibición de guardaespaldas protagonizada por su hermano Karim Bukele.

Como usted comprenderá, presidente, son muchas las preguntas que surgen ante un caso tan evidente de abuso de poder: ¿Esos guardaespaldas los paga su pariente o provienen de nuestros impuestos sus salarios? ¿Cuántos miembros de su familia extendida cuentan con seguridad a expensas del Estado? ¿Le parece correcto que sus hermanos, o cualquier otro miembro de su familia, puedan hacer uso de la policía para arrestar a un ciudadano sin que éste cometa un delito?

Pero con independencia del caso en sí, que por escandaloso ya ha tenido eco en medios internacionales, a mí me preocupan sus implicaciones en términos de libertades individuales. Porque seamos francos, presidente: si Luis Rivas hubiera sido capturado por ofender mujeres en twitter, usted tiene una legión de seguidores que desde hace rato tendrían que estar guardados en bartolina. (Si quiere una lista corta, se la comparto con todo gusto). Y por otro lado, si la acusación es por el delito de desacato, ¿en qué sentido el ofendido podría ser usted? ¿Los guardaespaldas están adscritos al Estado Mayor Presidencial? ¿Entonces qué hacían cuidando a su hermano? Y si esa seguridad no está en la planilla de CAPRES, ¿quién viene a ser el funcionario ofendido para acusar al tuitero de desacato?

¿Y dónde queda la libertad de expresión, presidente Bukele? ¿Los salvadoreños tenemos prohibido decir lo que deseemos de nuestros servidores públicos? ¿Puede usted amenazarme con captura y cárcel si subo a redes sociales (que no tengo) un video suyo o de algún familiar sospechoso de estar haciendo mal uso de fondos estatales?

“¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?”, clamaba Cicerón hace más de dos mil años. Hoy yo digo: ¿Hasta dónde quiere su gobierno atentar, presidente Bukele, contra nuestras libertades? ¿Hasta dónde llegarán la prepotencia, el descaro y la ignominia?