Quizá uno de los dramas humanos más intensos y desconcertantes por los que atraviesa la humanidad, sea la emigración forzosa de una gran masa de hombres, mujeres y niños de todas las etnias, religiones y continentes. Emigración forzada por diversos motivos, todos ellos lacerantes y destructores de la psiquis, que con el tiempo, quizá, se pueda superar.

Son variados, por todos conocidos, por razones políticas, económicas y seguridad. Nuestra región ha sido rica en estas experiencias, desde el mismo momento en que se independizaron de España; y no incluye a Portugal, porque el caso de Brasil fue único en la historia del continente. Pero ese es otro acontecimiento, que vale la pena rememorar para deleite de todos nosotros.

Así que desde que fuimos independientes, nuestros gobiernos locales, con algunas que otras excepciones, se dedicaron a “tumbarse” entre sí. O sin motivo, solo por la ambición del poder; entre liberales y conservadores, militares y militares.

San Martín terminó su vida en Europa, y Bolívar iba rumbo al exilio europeo, cuando murió en Santa Marta -Colombia- impedido de pisar su tierra natal, rodeado de un pequeño grupo de amigos, el médico francés Alejandro Reverend, y en la hacienda de un comerciante español, el andaluz Joaquín de Mier, quien donó su camisa de batista para que fuere enterrado con cierta dignidad.

El Salvador conoce muy bien el significado de este desgarramiento masivo, y ha exteriorizado este sentimiento a través de un monumento ubicado en la entrada de San Salvador, viniendo de la carretera que la une con el aeropuerto internacional de Comalapa, y que fuere inaugurado por el fallecido presidente Armando Calderón Sol en 1994, en ese entonces Alcalde de la ciudad Capital. Son dos arcos entrecruzados que significan el abrazo del encuentro de dos hermanos: el que estaba y el que llega.

Los inauguró el alcalde dos años después de los Acuerdos de Paz, firmados en México en el castillo de Chapultepec, luego de más de 12 años de guerra cruenta, aunque toda guerra es cruenta, entre las guerrillas marxistas unificadas en el FMLN y el gobierno del país, en buena parte del tiempo de la Guerra Fría, entre la Unión Soviética y el mundo Occidental cohesionado alrededor de los Estados Unidos.

Y fue esta guerra intestina y los años subsiguientes a ella, la que provocó la salida masiva de salvadoreños por razones de seguridad física y economía, principalmente hacia los Estados Unidos. Llegando su emigración casi a la mitad de su población. Con el tiempo, el monumento de los Hermanos Lejanos, se fue enriqueciendo con fuentes luminosas, mosaicos y el arte de uno de sus más conocidos artistas plásticos, Fernando Llort, quien alimentó su inspiración en la teología y la arquitectura. !¡Vaya que hay genios en este mundo hispanoamericano!.

Hoy, están de regreso. Muchos de ellos, un gran porcentaje, han expresado su voluntad de volver, de invertir en su país de origen, de residenciarse en sus cantones, de instalarse de nuevo para saborear sus platos típicos, la vecindad, deleitarse en sus volcanes, en la intensidad de su verdes paisajes, visitar a sus ancestros en sus tumbas y reencontrarse con su gente y su historia.

¿Y qué sucedió, por qué ese cambio?. Por una simple razón, por el sentido de seguridad que se instaló en el país, que conlleva no solo la personal, sino la de sus propiedades, inversión y pertenencia a un modo de ser y vivir.

Y es esa ausencia de seguridad física, psicológica, alimentaria, educación, salud, trabajo y futuro, la que ha obligado a los hermanos venezolanos a jugarse la vida, sus esperanzas, porque no hay futuro, en una selva vegetal y humana, para intentar llegar al mito del Norte.

“El derecho de la persona a emigrar, es uno de los derechos humanos fundamentales, Sin embargo, antes del derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar” (Benedicto XVI)

Hoy, más de cinco millones de venezolanos son hermanos lejanos de muchos de los que se quedaron en la tierra de Bolívar. Y más de tres mil de ellos cruzan al día la frontera hacia los Estados Unidos, luego de atravesar el Darién, el tren de la muerte de México y la corriente del río Bravo.