¿Cómo se ve un Estado fallido? No hay una sola respuesta, ya que puede manifestarse en forma de caravanas de migrantes, fosas clandestinas, hospitales sin medicinas, personas padeciendo hambre, pero a esas imágenes se suman otras más recientes: retenes de policías y soldados cateando a niños en edad escolar, revisándoles su cuerpo y sus pertenencias; diputados y diputadas aprobando, sin ninguna discusión o análisis, el incremento de penas de prisión para menores de edad acusados de delitos vinculados con pandillas; o, comentarios de celebración en redes sociales por el endurecimiento de penas ya que eso “acabará con futuras generaciones de mareros” y se le “dará una lección a esos cipotes”.

No puedo dejar de pensar en cómo el Estado le falla constantemente a nuestra niñez y adolescencia. Una de las primeras formas en las que nuestros niños y niñas deberían conocer el rol del Estado en sus vidas es con el acceso a la educación, pública, gratuita y de calidad; pero en El Salvador más de 229 mil menores en edad escolar se encuentran fuera de la escuela, de los cuales el 43.8%, se encuentra en situación de pobreza. El Estado está tan ausente en la vida de nuestra niñez que por eso no es de extrañar que, entre octubre del año pasado y febrero de este año, se hayan reportado 6,838 menores no acompañados detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos; cuando el país que les vio nacer falla, y pese a todos los peligros que representa, parece que la única alternativa que queda es migrar.

Pero ese mismo Estado que falla para garantizar la posibilidad de un futuro pleno, es muy efectivo para hacerse presente en la vida de niños, niñas y adolescentes con policías y soldados que les recuerdan que siempre serán sospechosos de todo.

Nuestro país dista mucho de ser uno seguro, eso es innegable, presidente tras presidente ha prometido trabajar por cambiarlo, aunque con diferentes nombres, la estrategia siempre ha sido la misma: represión, sin importar que con ella se vulneren los derechos de aquellos a los que se supone debería proteger. Creer que la única forma de combatir a las pandillas es desplegando más policías y soldados para catear niños, evidencia la poca comprensión de los fenómenos de la inseguridad y violencia en El Salvador, el desconocimiento de sus causas estructurales y la existencia de un aparato estatal incapaz de afrontar el problema.

La compleja situación de la inseguridad no se resolverá endureciendo penas para encarcelar menores de edad. Es un problema de grandes magnitudes que debe ser abordada de manera integral, con un priorización de elementos preventivos que permitan rescatar a los niños y adolescentes de las manos de las pandillas. Y rescatar a las futuras generaciones no requiere funcionarios que se crean superhéroes, sino funcionarios que comprendan que el éxito de un Estado depende de que tan efectivo sea para proteger a las personas más vulnerables.

Las acciones más heróicas que se pueden realizar desde el Estado es usar todo el poder de la institucionalidad pública para cumplir con los compromisos nacionales e internacionales en materia de los derechos de la niñez, reconociendo su dignidad como personas, así como sus necesidades y responsabilidades apropiados a su edad y etapa de desarrollo; para que, independientemente de la comunidad o municipio en el que viva, cualquier niño o niña tenga la posibilidad de desarrollarse plenamente en un entorno seguro.

Ese heroísmo también debe reflejarse en la toma de decisiones que permitan incrementar y blindar presupuestos públicos para la salud, educación, nutrición, recreación y seguridad de la niñez y adolescencia; presupuestos que a su vez deben ser financiados de manera progresiva y ejecutados con probidad y transparencia.

No es heróico responsabilizar a los más vulnerables de la violencia e inseguridad. Las niñas, niños y adolescentes no son el problema, por el contrario son la única oportunidad que tenemos de construir una sociedad más justa y menos violenta, hay que protegerles.