Lo que sucede en Honduras desde la entrada del gobierno de doña Iris Xiomara Castro Sarmiento, es espantoso, escalofriante. Toda la maldad se ha desatado a niveles aún peores de lo que se veía en el 2010, cuando Honduras era el país -sin guerra interna-, más violento del mundo.

Ahora vemos masacres todas las semanas; más desmembrados y “encostalados” que nunca, resurgieron los secuestros, las extorsiones tienen a los buseros y taxistas parando sus unidades a cada rato, la trata de personas (muchísimo de ellos menores de edad) cada vez más grave, feminicidios todos los días (una mujer es asesinada cada 24 horas), violaciones ni se diga, y los hurtos y robos a plena luz del día y en el transporte público que tienen a la gente casi loca.

En honor a la verdad, y nada más que a la verdad, lo de la delincuencia no es nuevo, de hecho, es tan natural como en toda Latinoamérica que se hunde en pobreza, falta de empleo, acceso fácil a drogas y armas, instituciones endebles, corrupción, etc. Con las excepciones formidables y asombrosas de Uruguay, Costa Rica y Chile.

Y también, siempre en honor a la verdad, la delincuencia, por las razones antes apuntadas, en Honduras, viene desde ya hace ratos.

Eso sí, en el gobierno de Juan Orlando Hernández Alvarado, se redujo mucho: de 84 muertes por cada 100,000 habitantes, se bajó a 36 (lo cual sigue siendo grave, cuando el índice en países como Canadá es de 7 homcidios). Los más grandes carteles de la droga desaparecieron (se supone que para quedar el expresidente como único capo), la actividad criminal de las pandillas también bajó considerablemente, las extorsiones igual, todo eso fue por el endurecimiento de las leyes, la creación de la Policía Militar del Orden Público, la creación de una tasa de seguridad conocida como “Tasón”, el establecimiento de tribunales especiales contra el crimen organizado y contra la extorsión. Ante tales medidas no era de extrañarse buenos resultados.
La presidenta Castro sabía que tendría que lidiar con ese problema, no obstante, al tomar posesión del cargo, pasadas unas cuantas semanas, fue obvio, y dicha obviedad no ha cesado, de que no tenía ni idea de cómo combatir el delito; no tenía ni la más mínima, borrosa, difusa, lejana idea de cómo hacerlo.

Pasaron los meses y la delincuencia subía y subía: masacres, revueltas carcelarias, feminicidios, etc., pero sobre todo las extorsiones. Los cobardes asesinatos de empresarios del transporte, pero sobre todo de motoristas y sus ayudantes, se disparó y el gobierno, como si nada.

Fue hasta octubre del año pasado, a casi a 10 meses de la toma de posesión, que sacaron un plan para combatir la extorsión, que no dio resultados. Después se les ocurrió copiar al presidente salvadoreño con el estado de excepción, que tampoco ha dado resultados, nombraron una comisión para detener las masacres en las cárceles y el ingreso descarado de armas de fuego de grueso calibre, hasta de granadas...tampoco dio frutos.

A este punto, volvamos a la pregunta que inició esta serie de tres entregas sobre el tema: ¿por qué la delincuencia surge con tanta fuerza en los gobiernos de izquierda? Porque es parte del plan de este tipo de gobiernos: crear caos o dejar que se genere, para echarle la culpa al sistema, a los empresarios, a la oligarquía, al imperio, a los gobiernos anteriores, a los medios de comunicación que tildan de “tarifados”, en fin, miles de excusas e insultos para luego salir con la payasada de una nueva constitución que permita la reelección indefinida. Palabras más, palabras menos, todo eso se repite en uno y otro país de este subcontinente gobernado por los rojos.

Finalmente, en el caso particular de Honduras y del gobierno de izquierda prochavista del partido LIBRE, el cual manda y comanda el esposo de la Presidenta, el defenestrado José Manuel Zelaya Rosales, no se prepararon para gobernar, sino simplemente para regresar y vengarse. Su sed de revancha es tal que se les olvidó que tenían que sacar al país adelante. Ahora no saben qué hacer ni por donde ir.