Javier Milei puede ser el próximo presidente de Argentina. Y esta presunción se deduce de los resultados de las primarias recién realizadas. ¿Y cómo llegó hasta allí? Quizá la explicación que se dio en su momento para el ascenso de Jair Bolsonaro, en Brasil, es la que habría que dar en este caso.

Como Bolsonaro, Milei es conservador (aunque presuma de ser liberal a ultranza; en todo caso, es un falso positivo liberal). Como Bolsonaro, Milei es un histérico anticomunista trasnochado. Como Bolsonaro, Milei propala, dada su mecha corta, andanadas de insultos soeces. Aunque hay que decir, en honor a la verdad, que Milei supera al brasileño, por ejemplo, en sus ataques al jefe de Estado del Vaticano, Francisco. Su faceta de fanático lo traiciona y Milei cree que lo que hace es piedra de escándalo y en realidad solo es una payasada insufrible.

Cuando estos personajes como Milei llegan al pináculo de la fama (que lo voten cerca de 7 millones de personas, algo dice de la simpatía que le guarda el ‘gran público’, o como el mismo Milei podría decir: los consumidores me desean).

Y aquí conviene detenerse en el tópico electoral como consumo masivo. Porque, por desgracia, la inmensa mayoría de procesos electorales se parece más a puestas en escena de sainetes de poca estofa que deliberaciones serias de debate, donde la calidad de la información cuenta. Pero no, hoy por hoy, la información que reciben los ciudadanos en las campañas electorales es de mala factura. Es como comida chatarra: se promociona en todos lados, se sugiere un consumo placentero, pero lo cierto es que ese ‘alimento’ es como comer cartón con sabor.

Y eso ocurre en Argentina y en todos lados. La información electoral que se brinda a los posibles votantes no es sustantiva ni apela al razonamiento sino que explora en los instintos ‘primitivos’ de las personas. Y claro, un Milei o un Bolsonaro lanzando pedradas verbales impacta más en el imaginario colectivo. Y como las regulaciones son laxas, pues los Milei se convierten en dirigentes nacionales, toman control del aparato del Estado y se arma el desmadre.

Elegir es un asunto muy serio, pero en América Latina las campañas electorales son pura changoneta. Pareciera que quien se postula a un cargo público tiene licencia para mentir. Muchas ofertas no solo son irreales, su concreción es enrevesada; y es que se trata de propuestas irrelevantes alejadas de los problemas fundamentales.

El ausentismo electoral (abstencionismo), los votos nulos y las papeletas sin marcar, en conjunto, dominan los procesos electorales latinoamericanos. Y es obvio, más del 50% de los electores ya no creen en pajaritos preñados. Y a este abultado rechazo a los actuales procesos electorales ¿cómo responden los partidos políticos? Pues dándole la espalda y concentrando todas sus baterías en quienes de cualquier modo irán a votar por una opción u otra.

Mala información circulando por las ‘venas electorales’, sin duda que ayudan a que salgan vencedores, en esas competiciones carnavalescas, las peores versiones de la política, como Bolsonaro o Milei.

El ausentismo electoral es una actitud política difícil de modificar y las campañas electorales con su mala información no lo contrarrestan, sino que lo incrementan.

El voto nulo, que en elecciones recientes (como la de Guatemala) ha subido en número, es quizás un mensaje desesperado de la ciudadanía que rechaza la mala información que recibe, pero al asistir a las urnas ratifica que le interesa mucho el quehacer electoral aunque el actual le decepcione.

¿Y el voto en blanco? Ahí sí que hay un gran misterio. Así, pero como en una procesión silenciosa, llega al lugar de votación, presenta su documento en la mesa electoral, le entregan sus papeletas, va a la urna, ya sabe lo que hará, no improvisa, dobla la papeleta sin marcar nada, regresa a la mesa, saluda, se regresa. ¿Cuál es su mensaje?

La mala información electoral que hoy se ha apoderado de los procesos electorales en América Latina es sin duda uno de los obstáculos que conspiran contra la estabilidad política, porque mientras las campañas electorales continúen siendo meros pastiches, los cuerpos sociales más se alejan de comprender lo grave de su situación y por lo tanto de explorar caminos de solución. Es decir, si grandes contingentes ciudadanos continúan decantándose por los falsos positivos, el cambio efectivo no se podrá materializar. Y quienes tendrán la sartén por el mango serán quienes saben que informar mal es garantía de que todo siga igual. O peor.