Cualquiera diría que Nayib Bukele pasó su Rubicón de la mano de sus hermanos, sus asesores venezolanos y una soldadesca fuertemente armada. También con la complacencia de quienes brincaron en el 2021, los gringos, cuando la Sala de lo (In)constitucional ‒impuesta y sumisa ante el ahora dictador‒ autorizó que se postulara nuevamente como candidato presidencial; entonces denunciaron el “deterioro de la gobernabilidad democrática” que dañaba “la relación” entre ambos países y erosionaba “aún más la imagen internacional de El Salvador”. Pero pese a ello pienso que este nuevo arrebato del “bukelato” en perjuicio de la institucionalidad, les resultará bastante más complicado de lo que parece.

Ahora tienen más poder, controlando absolutamente el aparato estatal; además, la gran empresa privada se encuentra cómoda: ¡está haciendo muy buenos negocios! Pero deberán enfrentar grandes desafíos y echarle la culpa a la oposición partidista ya no les sirve para evadir su responsabilidad; difícilmente sería creíble responsabilizarla de los problemas nacionales presentes.

Para enfrentar con relativo éxito situaciones críticas generadas ‒entre otros factores‒ por el incremento del desempleo, del alto costo de la canasta básica, de la desigualdad social y de la devastación del medio ambiente profundizada durante el último quinquenio no sirven el ejército y la corporación policial ni sus armas, como ha ocurrido durante la llamada “guerra contra las maras”. Tampoco los discursos confrontativos cargados de odio contra “los enemigos del pueblo” a quienes, a pedido de Bukele, la masa asistente a su toma de (im)posición juró “nunca escuchar”.

En ocasiones anteriores, muchas veces este había mencionado a Dios y hasta resultó autonombrándose “instrumento” suyo; hoy su arenga, además, estuvo repleta de alusiones “milagrosas”. La larga, confusa y soporífera historia que se echó sobre la persona atiborrada de enfermedades y los médicos estafadores, irresponsables, mentirosos y ‒en definitiva‒ cabrones que la trataron, me dejó con la sensación de que para él quienes lo escuchábamos no éramos más que un público poco alentado. Esto se refuerza cuando aseguró que el 100 % de los países del mundo habían “reconocido” su entronización.

Salvo una frase que pasó casi inadvertida pero dejó mucho a la imaginación ‒“no estamos solamente cambiando un país, estamos cambiando un completo paradigma”‒ lo demás fue pura retórica trillada y “bendecida” por un prelado, desvelado como inmerecido sucesor de tres lujosos buenos pastores: Chávez y González, Romero y Galdámez, y Rivera y Damas. Del predicador argentino, mejor ni hablar. Agréguenle a lo anterior, el “desfile de modas”ridículamente fascistoide y la intimidante exhibición de tropas desfilando. El acto en sí mismo, no pasó de ser una parafernalia ofensiva llena de vaguedades y derroches en un país sumamente endeudado, con un Gobierno calamitoso que se llena la boca llamando “segura” a una sociedad militarizada. A final de cuentas, tres fueron los ejes fuertes de la “perorata-plegaria-publicitaria”: medicina amarga, apoyo incondicional de la gente “buena” al régimen inconstitucional y confianza en Dios.

Las delegaciones de otros países: irrelevantes, desteñidas. Ningún presidente importante de cualquier signo ideológico y político, tuvo la ocurrencia de venir a este “paraíso”. El más “destacado”, por impresentable, fue Javier Milei que pasó sin pena ni gloria quizás para no exponerlo a que terminara chiflado y no aplaudido.

Lo que no se dijo fue mucho: cómo superar la poca inversión extranjera directa, cómo dinamizar las exportaciones ahora a la baja, un déficit fiscal casi inmanejable y la creciente deuda pública. Estos no son temas sencillos, entre otras razones por su conocida determinación histórica y estructural. Tampoco son poca cosa la corrupción, la ineficiencia de funcionarios y la falta de apoyo orgánico ‒más allá del electoral‒ de los sectores populares. A propósito, es importante observar la actual distribución del “pastel” patrimonial. La porción estatal ha crecido, la que les queda a los grandes empresarios también y notablemente; pero la otra, la de la clase trabajadora, se ha reducido durante los últimos años. Por eso, hoy tiene mucha vigencia el eslogan: “¡Es la economía estúpido!”.

El “cambio de paradigma”, en este momento de nuestra larga y accidentada transición, es una especie de piedra filosofal; el nudo gordiano a desamarrar. Hay que ponerle atención, pues existe el peligro cierto de que el “bukelato” termine imponiendo una dinastía monárquica tropicalizada como la nicaragüense.

Finalmente, cabe señalar que por más esfuerzos mediáticos hechos para glorificar la implantación de una nueva dictadura ‒incluyendo el asueto pagado‒ el ambiente no fue festivo. El cielo amaneció gris, con amenazas de tormenta. Ojalá estos próximos cinco años no sean así, pero los tiempos se pronostican oscuros y la orden mesiánica es... ¡no quejarse!Ciertamente, no es igual una investidura presidencial que esta embestida dura contra el presente y el futuro nacional.