En la fotografía de una de las promociones de la Academia Militar de oficiales salvadoreños, que data de finales de 1937, hay algunas curiosidades que es necesario destacar. Dos de los militares (en ese momento, capitanes) que a partir de 1948 jugarán un papel relevante en el remozamiento del sistema político nacional, y que fue bautizado con el extraño nombre de ‘revolución de 1948’, Óscar Osorio y Óscar Bolaños, están en esa foto. Martínez, desde luego, se halla en la primera fila, porque es de algún modo el padrino de esa promoción. En esa fotografía emblemática se encuentra el director de la Escuela Militar (nombrado como tal desde 1938), Eberhart Bohnstedt, quien fuera coronel de la Wehrmarcht alemana, y lo que, de algún modo, mostraría que las simpatías nazis que se le atribuyen a Martínez no son una invención.

Puede decirse que los sucesivos gobiernos de Martínez estuvieron siempre soportados sobre la estructura militar, sin embargo, hay un matiz que algunas veces se obvia: se trata de la ‘vieja guardia’ de oficiales anteriores a 1930. No es extraño, pues, que sea en el seno de la ‘nueva guardia’ militar donde se incube la desavenencia contra el régimen.

Antes de abril de 1944 hubo un par de incidentes, que no terminaron de cuajar dentro del Ejército y fueron conjurados por Martínez. Pero lo que se comenzó a articular desde finales de 1943, y ya casi con el hecho consumado de una nueva ilegal reelección de Martínez, tuvo un punto de convergencia nacional, quizás inédito desde la independencia política de España en 1821. Es decir, esta novedad radical tuvo como vectores a sectores de la nueva guardia del Ejército, a segmentos de los siempre rebeldes estudiantes universitarios y a médicos y a abogados, dos de las profesiones liberales más relevantes en ese momento. Y esta heterogeneidad social facilitó la masificación de la que terminaría siendo una de las más interesantes insubordinaciones sociales del siglo XX en el país. Y muy distinta (aunque enfrentada al mismo adversario) al levantamiento insurreccional de 1932.

Aunque el alzamiento militar del 2 de abril de 1944, y que duraría dos días más, fracasó en un sentido operativo, lo cierto es que la concreción de la huelga general de brazos caídos que obligó a renunciar a Martínez, y a depositar el cargo en el vicepresidente, el 8 de mayo, mostró que un tejido de masas había emergido con inusitada fuerza, y contra todo pronóstico. Empero, con antecedente visible y muchas veces ignorado, y que se materializó el 8 de diciembre de 1941, cuando El Salvador declaró la guerra a Japón después que este país atacara Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941.

Ese hecho, que también indicaba el giro que el gobierno encabezado por Martínez daba en el contexto de la segunda guerra mundial, dio espacio para que la hasta entonces abochornada ciudadanía se expresara sin tapujos. La salida a las calles de San Salvador, sobre todo, de miles de personas, rompió, por un momento, el esquema de control social gubernamental que regía desde enero de 1932.

Entre diciembre de 1941 y abril de 1944 se produce la rearticulación política que permitiría pensar en otro estadio de cosas para El Salvador pos Martínez.

La tozudez de insistir en la reelección presidencial, torpeza política que también mostraba estrechamiento de la base social del Partido Nacional Pro-Patria (a cuyo frontispicio se hallaba Martínez), facilitó el vuelco de masas que se dio en mayo de 1944, con la huelga general de brazos caídos.

La salida de Martínez, no obstante, desajustaba el dispositivo de poder imperante, debilitándolo, aunque no desmontándolo. La inexperiencia política de los varios núcleos que se activaron para los acontecimientos de abril y mayo y la ausencia de un definido programa de cambio llevó a que el vicepresidente asumiera y que, en un primer momento, hasta algunos ministros quedaran en sus puestos, además de los diputados del Partido Nacional Pro-Patria que siguieron activos en el terreno legislativo.

Este cuadro anómalo no permitió que la victoria huelguística se transformara en una nueva situación. La convocatoria a elecciones para finales de octubre de 1944 y la amnistía general decretada por el gobierno provisional, eran en ese contexto, notas positivas que propiciaban un escenario más o menos favorable para la disputa política que sobrevendría. Así, el retorno del contingente de exiliados procedentes de distintos puntos, activó algunas dinámicas o se vino a sumar al esfuerzo por buscar el camino alternativo a los 13 años de gobierno autoritario. La creación de instrumentos, como por ejemplo el periódico La Tribuna (cuyo primer director fue Pedro Geoffray Rivas, renombrado poeta e intelectual vigoroso, que retornó de México), abrió un campo de batalla que antes no existía.