La invasión fue inesperada, pero algo se respiraba en el aire: la soberbia, la petulancia, un discurso que no pasaba de ser un sonsonete, hueco, cansino, aunque pegadizo e hipnotizaste para las masas, y todo el odio y resentimiento contra un mundo que parece haberlo rechazado a él o a su familia.

La democracia que creamos mestizos, criollos, indios ha sido bombardeada utilizando lo que costó tanto esfuerzo, el sistema republicano, socavando desde su raíz para luego descombrar la zona del desastre donde vimos caer en pedazos lo que antes parecía malo, pero ahora extrañamos; para instaurar un nuevo régimen nunca antes visto acá en el país, uno que gira alrededor de una sola persona.

En los dos artículos anteriores expresé mi emoción por la reducción del número de municipios y de diputados, pero desde un punto de vista muy mío con base a la experiencia vivida en las campañas políticas en las que participé hace un cuarto de siglo. Las visitas a muchos municipios que no deberían existir como tal y, también, a conocer desde dentro la inoperancia de tantos diputados que estaban allí por algún favor o por suerte, pero que no tenían ni idea de legislar, cosa que, por cierto, hoy más que nunca, también se observa en la actual Asamblea Legislativa.

¿Qué quiero decir con lo anterior? No he avalado la forma como se procedió a tal reducción, sobre todo porque se decidió de una forma que no es otra cosa sino la reafirmación de que estamos ante un régimen autoritario, en el cual el poder le pertenece a un solo individuo. La herida infligida a la República ya está con gangrena.

Me centro en lo siguiente: no hubo un estudio técnico, multidisciplinario, elaborado por expertos independientes y de trayectoria comprobada en cada una de sus ciencias, para establecer los beneficios de semejantes decisiones. Simplemente fueron tomadas a la carrera en el escritorio del Presidente.

El bombardeo que esta invasión de un pensamiento extraño, casi enemigo, embaucador sin duda, adormecedor de la gente, ha destruido poco a poco el edificio democrático de nuestra actividad política (ojo, no partidaria), y ahora, con la reelección, nos dirigimos hacia una distopía que realmente hace temblar de miedo.
La CICIES, la Sala de lo Constitucional, la presidencia del Órgano Judicial, el Fiscal General, el Ejército en el Salón Azul, la manipulación u ocultación de la información pública, el espionaje y persecución de periodistas, el tomar dinero de las arcas del Estado a su antojo, jubilar a los jueces para poner a los de su agrado, sacar a representantes de la empresa privada de entidades desconcentradas, el nepotismo, cambios en las reglas electorales, la mentira descarada y constante, cambiar el sistema de pensiones sin estudios actuariales, ¡uf!, en fin, tantas cosas que escandalizan.

Don Nayib Bukele cambió la seriedad y dignidad de la figura del presidente y la convirtió en un espectáculo permanente de MTV con sus discursos informales e improvisados. Su conducta de “me vale todo, yo soy la ley”, y la vestimenta de jovencito inmaduro, mantienen en zozobra a la clase pensante: ¿Con qué ocurrencia saldrá hoy? Acompañado todo eso siempre de un manejo de la imagen y las comunicaciones que tiende a parecerse a un clip de video musical. Esto solo define un perfil psicológico.

Cuando fue alcalde cambió la bandera de San Salvador porque le dio la gana, el escudo del país para poner su impronta, aunque sea solo un toque artístico de diseño gráfico, pero sigue la tónica de alguien que va rumbo a la autoadoración. ¿Qué viene después? ¿Estatuas, bustos suyos? ¿Ciudades rebautizadas con su nombre? ¿Sus fotos gigantes en edificios públicos? ¿La sustitución de la bandera de El Salvador por la de Nuevas Ideas?

La reducción de los municipios tiene complicaciones técnicas que van más allá de cosas como la idiosincrasia, el sentimiento de pertenencia, pasar de un estatus de municipio a la de, ¿qué? ¿caserío o cantón? Son complicaciones en materia de recursos, logística, manejo de crisis, contingencias o desastres naturales, el alejamiento del pueblo con las autoridades, etc., pero, ni modo, al mejor estilo de este régimen, la pensada de una noche de desvelo se convirtió en ley de la noche a la mañana. ¿Y las consecuencias? No importan, lo que vale es que es un presidente “cool”.