La especie humana tiene la capacidad de llegar a ser no solo decepcionante, sino, además, peligrosa para sí misma, para las demás especies y para el planeta.

Las áreas en las cuales la ineptitud, la irracionalidad y la maldad humana se materializan se cuentan por montones; se podrían escribir tomos y tomos sobre las diferentes modalidades en las cuales, en cada una, el hombre hace destrozos.

Obviamente no se niega su capacidad para crear, conservar, regenerar, construir etc., pero eso no es lo que hay que solucionar, si bien hacerlo público, que la gente conozca y aprenda, además de que imite, pero no es lo que nos hace daño, por lo tanto, no hay que ponerle mente, es decir, enroquémonos en lo que hay que arreglar.

Cuando me tocó vivir mi adolescencia encerrado por la guerra civil de los 80, vi por mucho tiempo al mundo como un lugar inhóspito. Lo veía con miedo. Para El Salvador solo tenía una leve esperanza de que esa etapa sangrienta pasara; que saldríamos de ella, una etapa, primitiva, animal, en el cual el odio llegó a niveles que nos mostró a nosotros y al mundo entero lo salvajes que podíamos ser. Pero no perdí esa pequeña esperanza de que, una vez calladas las armas, emprenderíamos con firmeza el camino hacia al desarrollo. Nunca sucedió, y digo nunca porque ahora estamos peor.

El miedo y el terror que causaban la guerra entre guerrilla y ejército, pasaron a ser provocados por otros actores que desataron olas de secuestros, asaltos, robo de bancos y vehículos, y después por las maras y narcos. No hemos podido vivir en paz.

Volviendo a lo de la especie humana, es indignante cómo finalizamos 2021 e iniciamos 2022 con guerras en Sudán, Siria, Kazajistán, Ucrania (estos últimos dos con el mismo protagonista: Vladimir Putín), y el conato de bronca entre Venezuela y Colombia por las masacres en la zona fronteriza donde el gobierno colombiano acusa al narcorégimen de Nicolás Maduro de invasiones constantes de tropas regulares e irregulares. En el otro extremo del mundo el niño gordo de Kim Jung Un, en su enfermizo juego de mostrar su poderío, realizó pruebas con bombas en el mar territorial de Japón. Increíble.

En este artículo empecé rememorando los 80 porque el mundo estaba francamente dividido entre Estados Unidos y la URSS, potencias las cuales azuzaban las guerras, cometiendo ambas cualquier tipo de barbaridades contra naciones pequeñas, indefensas, pero que geopolíticamente eran vitales. La humanidad vivía con el corazón en la mano imaginando a los presidentes o secretarios generales de turno con el dedo índice a punto de presionar el botón rojo y acabar con todo a puras ojivas nucleares. Teníamos un hálito de esperanza que al fin entendieran el riesgo en el que ponían al planeta y que eso acabara por las buenas, y así fue, pero no duró mucho la ilusión. Surgieron nuevas formas de guerra. Y lo peor que éstas se enraízan en las sociedades, ya no pretenden sentarse en el sillón presidencial, sino, como sanguijuelas, chupar la sangre de todo el sistema, hacerse poderosos, mandar desde lejos y hacer su regalada gana.

Ya en ninguna campaña política se habla de combatir a las maras y al narcotráfico porque les tienen terror. Ahora se sientan a negociar con ellos. Solo miren el estado fallido de Haití: la policía se sienta a negociar con las pandillas de cada comarca, porque perdieron el control de forma total.

Esta nueva forma de gobernar un país ha obligado a todos los gobiernos de El Salvador: ARENA, FMLN, Nuevas Ideas, a negociar con los pandilleros. Es el inicio del fin.

Y por ello vemos tantos desaparecidos, pobres muchachas que pasaran a ser esclavas sexuales a saber en qué burdeles de Latinoamérica, Europa, África o Asia.

La maldad humana no solo es una realidad, no solo es consustancial a su naturaleza, sino que con la civilización, la tecnología, en fin, con la modernidad, ha demostrado nuevas formas cada vez más espantosas de materializarse.

Quizá no hubiera sido tan malo del todo que hubiesen apretados esos botones rojos los líderes mundiales en los 80.