El Antiguo Testamento registra una profecía acerca del nacimiento del nuestro glorioso Señor Jesucristo, aproximadamente unos 750 años antes. Isaías 7:14 dice así: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” evidentemente esta profecía no fue tomada en cuenta por el pueblo judío, es más pasaron por inadvertido al mesías, lo tomaron como un farsante y como hijo adulterio, por el contexto en el que fue engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, sin embargo, todo ello no impidió que el Señor Jesucristo cumpliera con la voluntad del padre que era morir en la cruz por toda la humanidad.

Ahora bien, el Nuevo Testamento relata la Natividad del Señor Jesucristo, en el evangelio según Mateo 1:18 que dice “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo” de manera que acá se cumplió el nacimiento virginal profetizado en Isaías 7:14: De lo cual es importante entender lo que el escritor sagrado quiere informar a la humanidad, lo primero es que el Señor Jesucristo nació de la Virgen María (v. 16), pero fue engendrado por obra y gracia Espíritu Santo, de modo que era 100% hombre, pero también 100% Dios.

En consecuencia, se vistió de carne y sangre, la naturaleza humana, tomando la semejanza de la carne (Ro. 8:3), la semejanza de los hombres (Fil. 2:7) También es descrito a la perfección por el Apóstol Pablo en 1 Timoteo 3:16 que dice así “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria” de tal suerte que el Señor Jesucristo padeció por toda la humanidad, cargo con los pecados, sufrió el oprobio e enmudeció en medio de sus trasquiladores.
En esa misma sintonía Hebreos 2:14-18 establece “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”

Está claro que el único que puede entender las pasiones, las necesidades y las contradicciones de los seres humanos, es nuestro glorioso Señor Jesucristo, que en la carne fue tentado por Satanás en el desierto, padeció el escarnio físico y moral del pueblo judío y de las autoridades romanas. Dice Isaías 53:4-8 “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” en suma el Señor Jesucristo ha pasado por alto el pecado del a humanidad, para que todo aquel que le busque genuinamente, siempre tendrá las puertas abiertas, porque él vino a buscar a todos los perdidos. Hoy es el día salvación, atrévete a que el Señor Jesucristo gobierna tu vida, tu corazón y tu alma.