Hay que agradecer a los poderes fácticos de Guatemala y, por supuesto, a sus achichincles (Giammattei, Porras, Curruchiche, Orellana, los que están en la Corte de Constitucionalidad, los que están en la Corte Suprema de Justicia...), porque con su ilegal y errático proceder han contribuido —sin proponérselo— a que se configure ‘otro octubre’, como el que hubo en 1944.

En Guatemala en este momento está planteado un cuadro muy complicado para la gestión política. Las artimañas y los retruécanos diz que legales para descarrilar la victoria electoral del Movimiento Semilla no han tenido éxito. Y eso es parte de lo que está ocurriendo y ha sido la chispa que ha desencadenado una vigorosa y multiforme movilización nacional que le está plantando cara al sistema político guatemalteco.

Un actor importante en todo esto es el Movimiento Semilla, claro que sí, pero la situación extrema que está discurriendo ha puesto en acción a otros actores. Uno de ellos: ‘48 Cantones de Totonicapán’. Esto no es pues un mero asunto electoral. Ahora las cosas están tomando un rumbo político-social de mayor envergadura. Impensable quizás hace unos meses. Y que sea el actor indígena organizado el que se haya activado de este modo y esté irradiando emulación en otros territorios y sectores sociales ya constituye un peligro para quienes se habían entronizado en el poder político.

Las acciones de hecho (plantón frente al Ministerio Público exigiendo las renuncias de Porras, Curruchiche y Orellana, bloqueo de carreteras principales) que ‘48 Cantones de Totonicapán’ están impulsando, plantean de entrada una confrontación directa y sin mediaciones con los que han secuestrado el Estado de Guatemala.

La presencia, en el plantón frente al Ministerio Público, el viernes 6 de octubre, del cardenal Álvaro Ramazzini Imeri, y sobre todo el mensaje público que dio, sugiere que parte de la jerarquía católica guatemalteca tiene clara la película de lo que sucede y ha decidido ‘mover ficha’. Esto es complicado para los poderes fácticos, porque el dispositivo de poder se resquebraja.

Aún falta más por ver, pero todo sugiere que la maniobra seudo legal contra la victoria electoral del Movimiento Semilla no prosperará. Por otro lado, la respuesta cívica del Movimiento Semilla, de ‘48 Cantones de Totonicapán’, del estudiantado universitario organizado, entre otros, está marcando pauta, y esto tiene un nombre: insubordinación social.

En 2018, en Nicaragua, hubo un proceso de insubordinación social que no logró coronar. Ahora, es posible establecer algunas de las razones de su agotamiento temprano. La represión del régimen autoritario encabezado por Daniel Ortega hizo bien su tarea. Pero también conspiró contra aquella insubordinación social la falta de proyección política y la configuración de un tejido organizativo eficaz. Ahora en Nicaragua, la maquinaria de represión ha puesto contra las cuerdas toda tentativa disidente. Lo que en paralelo hoy está aconteciendo en Guatemala, y guardando las distancias, debería servir como experiencia valiosa para la lucha cívica nicaragüense.

En Costa Rica, los coqueteos autoritarios del actual presidente (Rodrigo Chaves), obvios y sin camuflaje, no le alcanzan para desbaratar la institucionalidad política costarricense. Ganas no le faltan, claro. No sería extraño que pronto salte al escenario nacional una agenda sociopolítica que desafíe a ese gobierno legítimo, por supuesto, pero al que las restricciones institucionales actuales incomodan.

En Honduras y en El Salvador el cuadro político es ambiguo. Hay símbolos, anuncios y acciones que pretenden situarse como emblemas de beneficio nacional, pero a la vez hay símbolos, anuncios y acciones que frenan todo quehacer que se aparte de la pauta gubernamental regente. Es como un juego de espejos.

En estos dos países, todo parece indicar que las fisuras se podrían producir en los ámbitos de la economía (sobreendeudamiento, inflación y baja productividad), de la situación de seguridad (en El Salvador de manera parcial y provisoria las cosas han cambiado; en Honduras es una bomba de tiempo) y de los déficits sociales históricos que siguen imparables.

En Belice y en Panamá no puede hablarse de situaciones críticas, pero sí de factores desestabilizantes.

Esta es la Centroamérica de hoy. De ahí que no haya que confundir ‘la hora de la revolución’ que hubo en la década de 1980 con este escenario de insubordinación social.

La insubordinación social que se ha activado no es sinónimo de ‘revolución’, porque no está planteado un esquema de recomposición sistémica. Tampoco es reformismo. Sin duda es una novedad que apenas ha iniciado sus primeros ejercicios, y donde podría suceder que la siempre postergada redefinición del Estado para alcanzar bienestar social general ponga pie en tierra, pero como antípoda de las privatizaciones.