En todos los tiempos la migración ha sido alternativa para encontrar mejores condiciones de sobrevivencia, buscando alimentos y abrigo abundante y seguro; también, para escapar de conflictos con sus semejantes, de cataclismos naturales como terremotos, erupciones volcánicas, pestes, severas sequías o inundaciones torrenciales. En esas idas, poco a poco nuestro continente se transformó en una amalgama racial y cultural, y Estados Unidos es un ejemplo de esa riqueza pluricultural.

El Salvador no escapó a la diversidad, desde la colonia y después de constituida la República en el siglo XIX, continentalmente nos caracterizamos por ser una inmensa mezcla cultural, alcanzando un 94% de población mestiza, mezcla de indígenas, africanos y europeos; prevaleciendo apenas un 5% de población originaria y el otro 1% lo integraron alemanes, ingleses, palestinos y chinos. Después de la colonización, los desplazamientos internos más significativos ocurrieron a mediados del siglo XIX debido a la violenta transformación en la tenencia de la tierra por la expropiación y desalojo de los pueblos originarios de sus tierras ancestrales ejidales y comunales, ejecutado por el Estado y los terratenientes para el cultivo intensivo del café; agudizándose las condiciones de mayor pobreza que desencadenaron descontento social.

Un estudio de PNUD (2005) recogido en la revista ECA (73) identifica cuatro periodos de flujos migratorios durante el siglo XX de El Salvador. El primero, entre 1903 y 1913 por la construcción del Canal de Panamá que atrajo a miles de trabajadores y que aumentó con la crisis económica y social que produjo la Primera Guerra Mundial (1914-1918). No obstante, en 1920 también creció la migración regional por la desesperada búsqueda de empleos y tierras productivas, y la ampliación de las bananeras en la Costa Atlántica de Honduras que atrajo a miles de trabajadores y sus familias.

El segundo, se intensificó entre 1970-1979 tras el fracaso del Mercado Común Centroamericano, la guerra con Honduras, los conflictos internos en Centroamérica por sendas dictaduras militares que incrementaron la represión en Nicaragua, Guatemala y Honduras. En El Salvador se agudizó la inestabilidad política y social desencadenando una creciente lucha popular para enfrentar la represión, esta vez el éxodo fue a EE. UU.

El tercero fue empujado por la profundización de la guerra civil salvadoreña entre 1980 y 1991, estimulado por una apertura migratoria en EE. UU. (1986) a través de la Ley para la Reforma y el Control de la Inmigración (IRCA), orientada a la reunificación familiar. Paralelamente varios países (Canadá, Australia, Suecia y Belice, entre otros) abrieron programas para recibir perseguidos políticos y refugiados víctimas de los conflictos, una escalada migratoria sin precedentes.

El cuarto, ocurrió después de Los Acuerdos de Paz, ante la profundización del modelo económico neoliberal, un vasto programa de privatizaciones, la reducción del aparato del Estado y la imposición de la dolarización que derrumbaron las capacidades productivas, por una economía de comercio y servicios. Esta avalancha coincidió con los graves efectos del huracán Mitch (1998) y los terremotos (2001). En este contexto, EE. UU. aprobó el TPS prorrogándolo con agónica incertidumbre cada dieciocho meses, mientras el sueño de ese colectivo sigue siendo alcanzar un estatus migratorio permanente, medida que depende de las buenas relaciones, un cabildeo articulado, y una estrategia diplomática concertada con gobiernos vecinos.

Un tercio de la población salvadoreña migró, padeciendo un altísimo costo humano, pérdida de vidas, mutilados, dolorosas rupturas familiares. El 93.5% radica en todos los Estados de EE. UU., siendo, después de los mexicanos, la mayor migración latinoamericana y del caribe. El Salvador posee el sexto núcleo migratorio más grande en EE. UU., un peso que bien merece gestionar una mejor incidencia.

Nuestros migrantes aportan con sus remesas al sostenimiento del 24% de las familias salvadoreñas y el 26.2% del PIB (2021). La “Sala de las Migraciones” en La Universidad Tecnológica y la Sala “Cultura y Arraigo” en el Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán debieran conocerse por todos; ofrecen detalles estremecedores, objetos, imágenes, testimonios del sufrimiento por hambre, frío, agotamiento, inseguridad, todo el calvario recorrido en 3000 kilómetros, tan bien recogidos en la letra de “El Poema de Amor” de Roque Dalton. La migración es un complejo fenómeno estructural multicausal que amerita de una política de Estado plural y de largo plazo, una estrategia, una gestión internacional responsable que no puede conducirse por la demagogia del oportunismo electoral, o por campañas mediáticas de odio.