Es desoladora la situación del país ante la incontrolable carestía de alimentos, el abandono de los centros educativos y del magisterio, la falta de especialistas y medicinas en hospitales, la angustiosa vulnerabilidad ante las lluvias, las injustas detenciones arbitrarias durante el Régimen de Excepción y, el colmo de todos, el cierre del fútbol federado para promover una liga familiar.

Cuenta la historia que el maravilloso fabulista romano Fedro (Cayo Julio Fedro), nacido esclavo en Macedonia durante el principado de Augusto en el año 14 a.C. y llevado a Roma desde niño, recibió una educación esmerada hasta convertirlo en reconocido escritor, dejando un legado de cinco libros que recogen 122 fábulas que reflejan sus vivencias y las de la sociedad romana de la época, granjeándose así su libertad de esclavo y trascendiendo de su lengua griega al latín. Sus fábulas son un legado didáctico y moral, con sentencias ético-filosóficas en las que destaca la idea de que no debemos confiar ni ayudar a los malvados porque estos nunca lo agradecerán.

En la fábula “El Caballo y el Jabalí” cuenta que diariamente el caballo salvaje bebía agua en un río poco profundo donde también llegada un jabalí que, por su agitado movimiento con las patas, removía el barro y ensuciaba el agua, por lo que el caballo le pidió cuidado. El jabalí se ofendió y le trató mal, quedando como enemigos. Fue entonces el caballo molesto a buscar al hombre para que le ayudara y este se ofreció a enfrentar a la bestia, pero le pidió que le permitiera montarse sobre su lomo. Juntos buscaron al jabalí y el hombre lo atravesó con su jabalina. El caballo se fue al río a beber el agua pensando que se había deshecho de cualquier molestia, pero el hombre, que aún le montaba y que no pensaba dejar de hacerlo, le dijo: “no solo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo”. El animal se resistió, pero fue doblegado y el hombre lo sometió y le puso rienda y montura.

“El que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo. Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día: -¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia terminé siendo esclavo!”.

Al tenor de la fábula, al igual que el noble equino, la sociedad salvadoreña siempre buscó satisfacer su legítima sed en las aguas del progreso del cauce del desarrollo abierto, con mucha esperanza, por el proceso de paz; sin embargo, los actores de la paz, incapaces de ponerse de acuerdo, terminaron enturbiando la confianza en superar los graves problemas estructurales acumulados por décadas. Una buena parte de la sociedad, frustrada y desesperada, buscaron alianza con el hombre celeste para fulminar a “los mismos de siempre”, responsables de enturbiar las aguas. Creyendo ciegamente en la apariencia de las intenciones de aquel caballero vengador, entregaron su absoluta confianza hasta perder la libertad.

Bukele aprovechó la confianza ciudadana para tomar control de las instituciones: sustituyó a la Sala de lo Constitucional por magistrados dóciles, cambió jueces mayores de sesenta años por sus acólitos, impuso un Régimen de Excepción permanente, centralizó en el Ejecutivo las funciones municipales, sustituyó el acceso a la información publica con propaganda, cambió los procesos sujetos a la LACAP por la libre gestión y, como si fuera poco, impuso el Bitcoin como moneda de curso legal. Hoy, Bukele pretende apropiarse de las pensiones para cubrir el despilfarro, controlar el sistema electoral y, por si no fuera suficiente, también someter el fútbol federado para imponer una liga familiar en función de su agenda política. Ese estilo acaparador no termina ahí. Mucho queda por ver de cómo, poco a poco, cada ámbito de la vida social buscará someterlo bajo su propia visión.

Moraleja: (tal como lo escribió Fedro hace dos mil años) “A veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien solo tiene interés en dominarnos”.