El 14 de septiembre, un día antes de nuestra celebración de la dependencia, el director de la Organización Mundial de la salud (OMS), Tedros Gheberyesus, declaraba: “Todavía no hemos llegado a ese punto. Pero el final está a la vista”. Cinco días más tarde, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, declaraba el fin de la pandemia en su país; adicionalmente, desde hace un par de meses varios países, entre ellos nuestro vecino de Costa Rica, han declarado un fin de estado de crisis sanitaria relacionado al coronavirus.

¿Pero, realmente hemos llegado al final de la pandemia?

Muy en contradicción con lo que la mayoría de nosotros pensamos, el final de una epidemia o pandemia no es una sentencia que emana de la OMS. La historia de epidemias recientes, que han afectado a nuestro planeta, como la reciente epidemia de H1N1 o la de VIH-sida, nos enseña que - por lo general -son los mismos países quienes, voluntaria o involuntariamente, declaran el final de una crisis sanitaria.

El problema es que las epidemias no tienen el tipo de final limpio y objetivo que podemos imaginar. Un punto final rápido y decisivo, logrado mediante la rápida aplicación de la innovación científica -un tratamiento mágico- suele ser una ilusión. Es poco probable que veamos algo así con COVID-19. La experiencia nos dice: los finales reales son largos, interminables y disputados. Y eso lo vemos ahora mismo, las comunidades técnicas y científicas nunca se ponen de acuerdo sobre la finalización de una epidemia. Y aunque desde el punto de vista técnico, no hay una clara definición para sentenciar esta decisión, existen ciertos parámetros, algunos incluso más allá del área médica e infecciosa, que podríamos incluir para determinar esta sentencia.

¿Qué parámetros podrían ayudarnos a determinar que la pandemia ha finalizado?

La primera variable que deberíamos incluir en la ecuación de decisión es pertinente al área de la salud. Esta variable implica la capacidad de agobio y absorción del sistema de salud para no saturarse. Uno de los indicadores mas importantes para monitorear la capacidad del sistema de salud es la ocupación de camas de la unidad de cuidados intensivos. Quienes dominan la ciencia de monitoreo de los sistemas de salud, advierten que un sistema de salud con una ocupación mayor al 66 % de camas de unidades de cuidado intensivo está sobresaturado y en peligro de volverse afuncional. Por el contrario, un sistema de salud con una tasa de ocupación baja de camas de unidad de cuidado intensivo, como la que estamos observando, no solo en nuestro país, sino a nivel mundial, indica que a lo mejor la crisis sanitaria que estábamos experimentando, ha cesado de ser una crisis.

Una segunda variable, fuera del área de la salud, es más pertinente al ámbito político. El final de la crisis y la normativa abarca el fin político. El fin político de una crisis sanitaria, incluye la decisión de entes políticos y gubernamentales de comenzar a flexibilizar los mecanismos de bioseguridad utilizados en la lucha para poder contener la transmisión del virus. Esto, naturalmente, está determinado no solo por aspectos biológicos, sino con mayor acento por determinantes económicos y la percepción de malestar en la población y su implicación política. ¿Cuál es el grado de aceptación que la ciudadanía sostiene de tasa de infección y de mortalidad? Esta es una pregunta determinante en el contexto político y gubernamental.

La tercera y última variable es el fin social de la epidemia: el retorno a la normalidad. Esta variable está crudamente relacionada con el fin político. Este fin social está relacionado con la capacidad de riesgo que la ciudadanía está dispuesta a soportar. Y esta capacidad de riesgo aumenta a medida que transcurre el tiempo. A mayor tiempo de epidemia, mayor aceptación de riesgo. La ciudadanía empieza a perderle el miedo a la enfermedad y a flexibilizar las medidas de protección individual y comunitaria. De la mano, corre el aumento de resistencia a las normativas gubernamentales, y el descontento político.

Las epidemias no son una serie de acontecimientos biológicos, discretos que simplemente pasan a la historia con la desaparición de la enfermedad. COVID-19 no desaparece, pero la epidemia en nuestro país llega a su fin.