En 2011 trabajaba en un periódico digital e hice un reportaje sobre la seguridad en la colonia Los Ángeles, en Apopa. Quería corroborar que tan cierto eran las denuncias que recibimos en cuanto a que nadie entraba sin pagar “renta” a los pandilleros y que sus principales cómplices eran algunos agentes de la Policía Nacional Civil (PNC). En efecto abordé mi vehículo y me fui sin conocer la colonia. Apenas llegué al puente El Ángel, de un solo carril, tres jóvenes pandilleros me interceptaron para pedirme el DUI y preguntarme qué hacía en el lugar. Les dije que iba a una iglesia evangélica y me dejaron pasar, pero tuve que darles $5.

Adentro de la colonia platiqué con muchas personas y la mayoría estaba temerosa y no querían hablar sobre el asedio de las pandillas. Pocos se atrevieron a contarme que a casi todos los extorsionaban y que no dejaban entrar a nadie si no pagaban. Por lo menos cinco personas habían sido asesinadas ese año porque se negaron a “colaborar” con las pandillas. Algunas personas me dijeron que no se atrevían a denunciar porque había policías cómplices.

Fui al puesto policial y quien estaba de jefe trató de desmentir sobre la peligrosidad en la colonia, porque según él, la Policía tenía el control. Negó que algún agente estuviera de acuerdo con los pandilleros, mucho menos que fueran sus cómplices. La mayoría de pasajes tenían grafitis alusivos a las pandillas, pero en la PNC me aseguraron que solo era mi percepción, porque eran grafitis antiguos. Mientras estuve en el puesto policial vi entrar a un muchacho rapado con tatuajes pandilleriles, pero un agente me dijo que era un “marero rehabilitado”.

Dos horas y media después, cuando ya me retiraba de la colonia, dos pandilleros diferentes a los que me interceptaron cuando ingresé, obstaculizaron mi paso en el puente y se me acercaron- Hicieron todo lo posible para que les viera las armas de fuego y me preguntaron “¿Qué p... había ido a hacer a la PNC?” y me amenazaron de muerte sino les daba $10 para dejarme salir vivo. Les di el dinero y me advirtieron que si me volvían a ver en el lugar me iban a desaparecer.

Publiqué el reportaje y dejé sembrada la duda sobre quién les avisó a los pandilleros que yo había llegado a la PNC, pues estoy seguro que no me siguieron, además anduve casi dos horas a pie en los pasajes hablando con la gente. Dejé la incertidumbre respecto al tipo rapado que llegó al puesto, ya que cuando me iba un vendedor de cocos me dijo que era uno de los pandilleros que llegaba a dejarles “contribución” a los policías.

Casi 12 años después regresé a la colonia Los Ángeles. Fui la noche del viernes anterior a dejar a un amigo y me contaba que hasta antes del Régimen de Excepción los pandilleros en la colonia se contaban por cientos. Prácticamente la colonia era una especie de dormitorio o “santuario” de pandilleros, pues operan en el lugar y en colonias y comunidades vecinas y luego se iban a refugiar a Los Ángeles. La gente no los denunciaba por miedo y porque los pandilleros eran jóvenes conocidos que literalmente mantenían bajo su dominio la colonia.

Regresé al siguiente día en horas diurnas para platicar con la gente. Todos están contentos porque ya no hay pandilleros, ahora confían en la PNC y en los soldados que patrullan día y noche. Unos vecinos me contaron que antes del Régimen, a las 8:00 de la noche toda la gente ya estaba resguardada en sus viviendas y ya no salían, mientras que ahora pueden llegar o salir a medianoche o en la madrugada y ya nadie los molesta. Algunos resienten que bajo el Régimen de Excepción se han llevado a gente inocente, cuyo delito es ser pariente de algún pandillero o haber sido detenido porque los denunciaron injustamente. “A esa gente tienen que liberarla”, me dijo una anciana a quien le llevaron presa a su hija porque en su casa le alquilaba una habitación a un sujeto que resultó ser pandillero.

En Los Ángeles la gente está contenta porque su vida ha cambiado. Han pasado de la inseguridad a la seguridad y ya confían en la PNC y la Fuerza Armada. Ahora desean obras de desarrollo local en la comunidad y por supuesto mejores oportunidades laborales para que su situación económica mejore. Se quejan de la carestía de la canasta básica, del incremento de los servicios básicos, de los bajos salarios, de la falta de oportunidades de trabajo y de lo caro que están todos los productos, pero confían en que la seguridad podría ser el punto de arranque para mejorar sus economías domésticas.

Los Ángeles de Apopa como en muchas comunidades y colonias allende peligrosas por el accionar de las pandillas, son ahora zonas tranquilas y “seguras”. La empleada de limpieza en mi oficina reside en la colonia La Campanera, en Soyapango, etiquetada en su momento como la más peligrosa del país. Ella reconoce que hasta antes del Régimen de Excepción los mareros hacían y deshacían a su antojo. “Ahora ya no hay pandilleros, podemos andar a cualquier hora del día, lástima que se han llevado a gente inocente”, me reiteró.

Al César lo que es del César. El Salvador es ahora un país mucho más seguro. Lástima que también gente inocente esté presa.