La victoria de Petro no debería dar lugar a hacer cuentas alegres. Ni en Colombia ni en América Latina. La idea de las ‘oleadas’ a la izquierda o a la derecha que se supone han ocurrido en América Latina en al menos las dos últimas décadas es, en realidad, una fantasía peligrosa que puede alimentar aspiraciones vanas.

El sano realismo sugiere que hay que poner los pies sobre la tierra para, en primer lugar, comprender qué está pasando con los procesos políticos latinoamericanos y de cada país en particular y, en segundo lugar, después de comprender pues hay que pasar a establecer los escenarios de los rumbos posibles.

La victoria del Pacto Histórico, que encabeza Gustavo Petro, es ante todo una victoria electoral. Holgada en la primera vuelta y muy ajustada en el boletaje. Y en esto no hay que perderse: hay un leve cambio en la voluntad ciudadana. Son millones de votos a favor, podría argumentarse. Sí, pero son millones de votos adversos. ¿Y lo electoral no es político? Por supuesto que sí. Sin embargo, señalar que la victoria es, en esencia, electoral, quiere mostrar o llamar la atención acerca de lo frágil que es el resultado político obtenido por el Pacto Histórico. Esto es así no por el prurito de llevar la contraria sino por la nota dura que comporta el factor de la volatilidad electoral. Que es más o menos pendular.

Hoy, una fuerza política puede obtener una mayoría electoral inclusive absoluta, arrolladora, si se quiere ver así; pero mañana, con el discurrir de los hechos, aquel glamour, aquel encantamiento comienza a perder el maquillaje. Y no digamos, como en este caso de Colombia, donde la victoria electoral es ajustada.

Aunque la gestión gubernamental que despliegue el Pacto Histórico sea más o menos adecuada, ese proyecto será torpedeado de diversas maneras. La situación colombiana es tan peculiar que el acecho de los ‘poderes fácticos’ ha comenzado ya. Y no tendrán piedad. En los diversos ámbitos de poder (y aquí las intuiciones de Foucault son relevantes) el Pacto Histórico no tiene el mismo peso que en el ámbito electoral. Olvidar esto sería garrafal.

Las sociedades latinoamericanas, en general, son conservadoras. Y en Colombia, más. Con el agregado de lo complicado que es allí el tejido del narcotráfico. Las fuerzas armadas son un poder real que nadie debe ignorar y mucho menos los dirigentes del Pacto Histórico. Si queda tal cual la institución castrense, pues sería un desastre para la perspectiva del cambio. Si hay reformas, que las debe haber, esto generará tensiones, y no leves. Es decir, solo en ese punto el gobierno que encabezará Petro tiene ya planteado un desafío enorme.

Quizá sea menos tormentoso cerrar el ciclo de la violencia política. El desalzamiento de las FARC lo facilita, con todo y que el gobierno saliente de Iván Duque dejó en el congelador todo eso. El ELN reaccionó de inmediato anunciando su disposición a continuar. Las FARC-disidentes quizás hagan lo mismo. No es en este terreno de la pacificación donde el nuevo gobierno encontrará los más grandes escollos.

Una gestión económica sensata, prudente, pero de radical compromiso social para impactar en algo los desequilibrios estructurales podría ser un elemento de estabilidad para Colombia. Los grandes intereses corporativos, colombianos y transnacionales, nunca se sentirán cómodos con gobiernos progresistas, pero pueden tenderse puentes reales y aproximar posiciones y cristalizar en una agenda de horizonte estratégico, donde la impronta ecológica haga el deslinde. No es fácil, pero en Colombia eso es posible comenzar a hilvanarlo.

El panorama suramericano es sin duda uno de los aspectos más favorables que tendrá el gobierno del Pacto Histórico. Porque ahora serían ya dos gobiernos ‘frescos’ y con agenda de cambio realista los que inician su andadura: Chile y Colombia. El proyecto político del MAS, en Bolivia, que renovó su legitimidad en las recientes elecciones, aunque con sus propias peculiaridades y no sin extravíos, bien podría ser (dado el dispositivo económico que sus varias gestiones gubernamentales han madurado) una de las patas de esa mesa múltiple que hay que construir en América Latina, no tanto para descalificar otras instancias existentes (que han mostrado su obsolescencia) sino para inaugurar nuevas modalidades de integración regional.

La debilidad ostensible del actual gobierno de Perú no permite albergar muchas ilusiones. En Argentina, tampoco las cosas son muy halagüeñas, aunque quizá no todo está perdido. El regreso previsible del PT, en Brasil, será problemático. No es mucho, pero es algo. Aquí la imaginación política tiene la palabra.