El fin de semana pasado recibí un mensaje por WhatsApp que me anunciaba la visita al país de una investigadora urbana. Me dijo que la recomendaba mi viejo amigo Sergio Granero, que desde hace muchos años vive en Cali.

Le contesté que estaba a la orden. Su respuesta fue inmediata y agradecida: Nos vemos en tres días en el lugar y hora que indiqués. Dije que en la librería Internacional de Metrocentro. Eran las 10 y 30 de la mañana de un viernes. Llegó puntual. Dejé en la estantería la novela ‘Tiempos recios’, de Vargas Llosa, que no sé por qué lo había tomado si ya lo había leído años atrás. Tal vez por el actual escándalo mediático de la separación entre Vargas Llosa e Isabel Preysler.

Sin prólogos me explicó, parados como estábamos, la razón de su visita a San Salvador: Quería patear las aceras de la ciudad. El objetivo me sacó una sonrisa y pensé en Mario Lungo y en las dilatadas horas de conversación que por varios años tuvimos, y donde el tema urbano era obligado. También vino a mi mente la novela ‘La ciudad’, del uruguayo Mario Levrero.

La mujer dijo llamarse Cyntia Beckleer y me aseguró ser colombiana, pero con familiares suizo-franceses. Creí eso, por supuesto. Su asunto era caminar por las aceras, porque estaba en un proyecto comparativo de las aceras de varias ciudades latinoamericanas. Así de claro. Bueno, reaccioné: entonces comencemos. De inmediato pensé en tres lugares a recorrer.

Cyntia calculé que tenía unos 40 años bien llevados. Rubia, pero no del tipo gringo. Y de cuerpo atlético. Cuando le dije que íbamos a recorrer ciertas distancias, su respuesta no se hizo esperar: Nado tres veces a la semana 1500 metros. Toma, dije para mí, ahí está la respuesta. No me preguntó adónde iríamos, solo seguía mis pasos.

Desde Metrocentro subimos por la calle Sierra Nevada. Yo buscaba entroncar con la avenida Bernal, el primer lugar que había escogido para que ella pateara las aceras. Sobre todo el tramo final de la Bernal, el que va de la intersección con la calle San Antonio Abad en adelante y que pasa por el hospital Militar. Le indiqué que por donde subíamos desde Metrocentro no era el lugar escogido. Su respuesta me desconcertó: Menos mal, porque Sergio me dijo que había lugares complicados, y este tramo no está tan mal.

Llegados a la avenida Bernal, las cosas cambian. Si de caminar se trata, claro. Rápido atravesamos la calle San Antonio Abad y comenzó el periplo. A mi señal de ‘desde aquí’, Cyntia desenfundó su celular y comenzó a tomar fotografías y a preguntarme asuntos diversos.

¿Tan estrechas son las aceras?, dijo en un momento. Le respondí que de seguro en ese tramo cuando ensancharon la calle hace algunos años, a lo mejor se ‘comieron’ la franja verde, o sea, donde va la arborización.

Pasamos a la par del hospital Militar y ella sonrió, y musitó: Hasta estas aceras están en mal estado, y me señaló un bordo de cemento que en algún momento debió ser o quiso ser una parada de buses. Y de ahí en adelante sus ojos y sus expresiones con las manos me fueron indicando que lo que observaba lo había visto en otras partes. Tomó muchas fotografías mientras caminábamos por la cuneta, porque en la acera no se podía pasar, ya que los vehículos de todo tipo eran los que dominaban ese espacio. Cuando tomamos el último tramo de la avenida Bernal se detuvo, vio hacia atrás y me dijo: Aquí ya no hay aceras, le han cambiado el uso y solo son estacionamientos. Y a continuación remató con una pregunta obvia: ¿No hay autoridad aquí que pare este desorden? Sí la hay, le respondí, es la alcaldía municipal de San Salvador, pero quizás andan en otras cosas y como nadie dice nada, pues ven para otro lado.

Seguimos caminando y llegamos cerca de una gasolinera Texaco que nos quedaba enfrente. Yo iba en silencio y meditando en los otros dos lugares donde llevaría a Cyntia. Entonces, ocurrió algo que la puso en alerta, como cuando unos astrónomos descubren un asteroide nuevo. Mirá, me dijo. Yo abrí los ojos, al momento que ella tomaba fotografías: en el edificio (más bien un adefesio) situado a la par de la gasolinera, habían roto toda la acera y en ese momento unos trabajadores la convertían en estacionamiento, pero lo espectacular es que Cyntia captó el momento exacto en que movían hacia otro sitio la señal de transito que decía NO ESTACIONAR, y la colocaban más adelante.

Suficiente, dijo, y nos largamos del lugar.