Las elecciones en la República del Ecuador, Estado plurinacional, del pasado domingo 15 de octubre, dejan importantes lecciones para quienes seguimos con atención la accidentada evolución democrática en esta hermosa nación, integrada por 18,3 millones de personas herederas de un rico territorio de 256,370 kilómetros cuadrados, en el que se imponen cuatro ecosistemas: una maravillosa costa en su inclinación occidental al Pacifico donde brilla Guayaquil, la ciudad más poblada, pujante, colorida y alegre. Sigue la paradisíaca provincia del archipiélago de Galápagos, segunda reserva marina y ecológica más grande del planeta por sus especies endémicas, donde Charles Darwin estableció su teoría de la evolución. En el oriente exhibe la extraordinaria diversidad Amazónica, que cubre la mitad de su territorio. Se impone en esta diversidad el portentoso emporio cultural de la capital, San Francisco de Quito, la ciudad más antigua y mejor conservada del sur de América, enclavada en las alturas orientales de la cordillera de Los Andes, a 2850 m.s.n.m.

En semejante escenario de riqueza natural ocurrió este inusual proceso electoral implementado por primera vez, en el medio del mandato presidencial de cuatro años para el que fue electo el actual presidente Guillermo Lasso, cuyo ejercicio inició el 24 de mayo de 2021; y debido a una crisis política de gobernabilidad por su continuo enfrentamiento con el Congreso, el 17 de mayo de 2023, Lasso recurrió a la institución conocida como “Muerte Cruzada”. Esta figura surge de la Constituyente del año 2008, art. 148; consiste en la potestad del presidente de disolver, bajo determinadas condiciones, al Congreso (Asamblea Nacional), por una única vez. Este proceso solo puede habilitarse antes de cumplirse el tercer año del mandato; y es cruzada, porque simultáneamente se convoca a una nueva elección de diputados y a presidente; en ambos casos es solo para concluir el periodo original para el que ambos órganos en litigio fueron electos.

Durante el primer semestre de su mandato, Lasso gozó de una cómoda mayoría y del 75% de simpatías; luego comenzó el declive cuando su gestión no logró soluciones para una economía en picada, lastrada por los cruentos efectos de la pandemia; la crisis por el déficit de un 19% de electricidad que provocó apagones; señalamientos de corrupción; alza del desempleo, sobre todo en los jóvenes, una espiral de violencia generada por los carteles del narcotráfico y el crimen organizado, que decantó en una grave crisis de inseguridad pública y penitenciaria. Su anticipado final se atribuye a la falta de experiencia política para establecer consensos y alianzas, y una escasa representación legislativa de apenas 12 de 137 escaños; así como a la pérdida de apoyo de fuerzas políticas conservadoras con representación legislativa, hasta gestarse una crisis de gobernabilidad al enfrentar una correlación legislativa adversa que amenazaba con destituirlo. Ese 17 de mayo, Lasso cuelga la soga aprobando el decreto 741, disuelve el Congreso y asume su propia sentencia.

El resultado de esta segunda vuelta presidencial dio una clara victoria al joven Daniel Noboa (35), que encabeza una coalición liberal conservadora: Alianza Democrática Nacional (ADN), de reciente formación; hijo de Álvaro Noboa, uno de los hombres más ricos de Ecuador. Noboa y el nuevo congreso asumen un mandato de solo 17 meses hasta completar el periodo truncado. Noboa, además del apoyo del entorno de Lasso, hereda los mismos problemas que este no pudo resolver: asumirá (ADN) con apenas 14 de 137 legisladores, su experiencia en administración pública es de escasamente dos años como legislador, y enfrentará una nueva elección presidencial y legislativa en el primer trimestre de 2025.

La principal fuerza de oposición, el partido mejor organizado, experimentado y estructurado, es Revolución Ciudadana, que cuenta con 52 escaños de 137, y posibilidades de aumentar su representación tras conocerse los resultados del voto legislativo del exterior. Es reconocida su capacidad de alianzas parlamentarias, es un agrupamiento progresista, socialdemócrata, antineoliberal (correísta). Su reto es muy complejo después de dos derrotas electorales presidenciales en las que encabezó la primera vuelta, sucumbiendo en el balotaje. Ninguno de sus candidatos ha logrado sobreponerse al avasallador liderazgo del expresidente Correa, quien tendrá que replantear el rol de su liderazgo y alianzas para superar el consolidado rechazo en el que confluye un “anticorreísmo”, y en el que coincide un amplio abanico de fuerzas capaces de bloquear las posibilidades de su victoria presidencial.