El proyecto nazi y Hitler, en particular, iniciaron su ascenso fulminante en 1933. Eso lo vieron, Martínez y sus colaboradores cercanos. Lo analizaron. Deben haber valorado que esto sumaba con lo que ya ocurría en Italia, con Mussolini al frente. Pero había que esperar qué piezas moverían en Europa. En Centroamérica, el panorama para los regímenes autocráticos estaba haciendo su camino. En noviembre de 1932, el militar Tiburcio Carías ganó las elecciones y se mantiene como presidente hasta 1949. En Guatemala, desde 1931 (y hasta 1944) Jorge Ubico será el presidente. Y en Nicaragua, desde 1934, Anastasio Somoza García tenía el control total de ese país con mano de hierro. En Costa Rica, Ricardo Jiménez Oreamuno, desde 1932 (y hasta 1936) ejerció la presidencia por tercera vez no consecutiva, y con una modalidad política muy diferente a lo que ocurría en El Salvador, en Honduras, en Guatemala y en Nicaragua.

De entrada, el no reconocimiento inicial por parte de los Estados Unidos, al gobierno de facto, iniciado el 2 de diciembre de 1931, resultó un tanto incómodo. Pero Martínez, aprovechó esto para terminar de sellar su apoyo ciudadano. No es que hubo aplausos o vítores después del terror impuesto a sangre y fuego en la campiña occidental en 1932. Hubo silencio. Y los del círculo cercano se deslizaron en adulaciones. Del silencio nació el temor a que las represalias se prolongaran en el tiempo. De aquí surgió el colaboracionismo. Quizás eso explica la presencia, en el primer gabinete de Martínez, de enjundiosos liberales como Miguel Tomás Molina y Romeo Fortín Magaña.

El grupo de poder encabezado por Martínez y que tenía al Ejército (y a la vieja guardia, sobre todo) como argamasa de su predominio, en todo momento intentó barnizar su carácter ilegítimo con lacas de legalidad. Puesto que Martínez había asumido la presidencia en diciembre de 1931, en ‘suplencia’ de Arturo Araujo, hubo de terminar ese período presidencial.

Las elecciones de 1935, donde no se presentó ningún contrincante, fueron ganadas por Martínez, como era de esperarse, según se ha anotado en algún momento, con 329 555 votos, lo que representaba el 100% de los votantes efectivos. Ese imposible estadístico era sin duda la cara visible de la pretensión autocrática de aquel régimen. Ni disensión social ni oposición política.

1932 fue un año no de reconstrucción económico-social, sino de medidas de emergencia para detener la desarticulación productiva que se venía desplegando, sobre todo en el mundo rural, ya que los pequeños propietarios (de café, pero no solo ellos) estaban paralizados frente al avance implacable de los prestamistas (bancos, beneficios cafetaleros, exportadores cafetaleros), que estaban arrebatando sus tierras por la mora de créditos. Esa fue la razón de la Ley Moratoria aprobada el 12 de marzo de 1932.

El país, además de la crisis política vivida en enero por el levantamiento insurreccional y después, por las secuelas de la represión brutal, durante varios meses, en 1932 tenía muy complicada su balanza comercial. Por ejemplo, de acuerdo al ‘Anuario Estadístico de 1932’, 49 652 toneladas se importaron por un valor de 12 484 000 colones (comparado con 1928, que fueron 114 873 toneladas, por un valor de 37 304 000 colones), Es claro que hay un desplome. Y otro tanto ocurrió con las exportaciones, donde el café era preeminente, pero su precio internacional se había derrumbado. Se exportaron, en 1932, 49 840 toneladas, por un valor de 13 962 000 colones, que contrastan de forma notable con lo exportado en 1928: 64 196 000 toneladas, por un valor de 48 928 000 colones. Así las cosas, y dado que el gobierno ilegítimo, nacido en diciembre de 1931, tampoco era un gobierno de corte popular sino más bien uno conservador y de orientación pro-capital, es que los cafetaleros (donde grandes propietarios, beneficiadores y exportadores convivían no sin asperezas entre sí) lograron materializar una suerte de pacto con el nuevo grupo de poder.

Para inicios del año 1944, todo aquel entramado de acuerdos iniciales se había desdibujado, porque la obcecación por la reelección continúa (1935, 1939 y 1944) de Martínez, y sus correspondientes modificaciones constitucionales, terminaron por minar el panorama político, y la deslegitimación se selló con los fusilamientos de los conjurados del 2 de abril. Sin un sistema de alianzas, con la segunda guerra mundial desfavorable para los países del Eje, con la preeminencia norteamericana en América Latina, Martínez ya no pudo hacer a tiempo el ‘giro democrático’ (aunque lo intentó, en el discurso, desde 1941) y fue víctima de sus propios desaciertos.