Los votos recibidos por el Movimiento Semilla, que llevaba a Bernardo Arévalo —hijo del primer presidente de la primavera guatemalteca, Juan José Arévalo—, y que se colocó en segunda posición, son en su mayoría del ámbito urbano-metropolitano. Pero en el interior del país, quedó bastante rezagado.

La Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), que postula a Sandra Torres, y que ya antes esa formación había gobernado con Álvaro Colom, tiene una presencia más pareja en todo el país. Lo interesante de estos resultados es que al menos en la disputa presidencial (porque en alcaldías y diputados, el partido Vamos, que llevó a Giammattei a la presidencia, tuvo un desempeño notable, y eso que el desprestigio de Giammattei es escandaloso) el sesgo no conservador se ha hecho manifiesto, en un país de férreo conservadurismo.

Empero, la resolución de la Corte de Constitucionalidad en Guatemala ha dado vía libre a la revisión de la votación, porque de cualquier modo quieren frenar la posibilidad de una victoria electoral del candidato presidencial del Movimiento Semilla. Así de desquiciada está la situación en Guatemala. Y así de debilitada está la institucionalidad. Aquí es donde al ser vulnerado lo electoral, lo político adquiere densidad. Y no es que lo electoral no esté contenido en lo político, sino que lo electoral, al ser ninguneado por los que se niegan a soltar el control de las instituciones, viabilizan la expresión de acciones políticas concretas y directas. Y la ciudadanía guatemalteca en los últimos tiempos ha realizado ya diversos ejercicios en este sentido.

¿Puede ganar Arévalo? Si, existe esa posibilidad, y por eso ha salido al paso la Corte de Constitucionalidad. De hecho, la UNE, de Sandra Torres, también ha pujado por la revisión del proceso electoral donde resultó ganadora y ha firmado el comunicado de todos los partidos políticos (menos el Movimiento Semilla) que señalan irregularidades. Todo esto es curioso, pero revelador, de los límites y de los acechos a la vida política guatemalteca. Hay mucho riesgo en esta línea de acción que los ‘perdedores’ electorales están impulsando.

Como el Movimiento Semilla es el único que no ha respaldado esa revisión, existen poco chance de que la decisión de la Corte de Constitucionalidad pueda revertirse. Si no se entendió el hartazgo guatemalteco (sobre todo urbano), con esta maniobra de último momento, el mensaje que se está dando es que no hay paso para posiciones moderadas que cuestionen la impunidad. Todo está en contra del Movimiento Semilla y de cualquier otra iniciativa electoral que se impulse y se salga del circuito conservador.

El ausentismo electoral (no asistir a votar), los votos nulos y los votos en blanco sumados están muy por encima de los votos de la UNE, por ejemplo, y de Vamos y de todos. Pero esas instancias partidarias (y sus sostenedores) no están interesados ni en la estabilidad política ni en el bienestar de la sociedad guatemalteca, y por eso han decidido deslizarse por esta coartada ‘técnica’ con el objetivo de evitar que, en una segunda vuelta, y ya puesto en otros términos las cosas, el Movimiento Semilla sea el receptor de todo el descontento ciudadano.

Centroamérica, de nuevo, está cerrando las válvulas de participación ciudadana y los sectores que controlan los hilos del poder político de un modo u otro están buscando la manera de evitar sorpresas que los cuestionen. Por desgracia, todas esas formaciones partidarias (y sus patrocinadores) no han leído con cuidado y esmero la historia centroamericana, y este pequeño detalle está llevando al despeñadero a Guatemala, y también a varios de los países de la región, porque se estarían configurando escenarios de no retorno.

¿Lograrán restablecer el crudo autoritarismo? En lo inmediato parece que sí. El asunto es que esa vía, si es que puede denominársele así, es inviable e insostenible por mucho tiempo. Así pasó en 1944. Primero cayó el gobierno encabezado por Maximiliano Hernández Martínez, que parecía omnímodo, y fue vapuleado por una insospechada huelga general de brazos caídos donde el estudiantado universitario tuvo un papel principal. En Guatemala, gracias a ese empeño en El Salvador y también producto de las fisuras del régimen imperante, Ubico pudo ser desplazado del poder político. Al final, solo en Guatemala hubo primavera política, porque en El Salvador esa transición resultó imposible, ya que el ‘martinismo sin Martínez’ logró rehacerse y frustrar las ilusiones ciudadanas de cambio.

Se avecinan, pues, vientos de tensión político-social para Centroamérica, y en cada país con sus propias singularidades, dado que lo electoral está siendo convertido en un muñeco de trapo al que cualquiera le pueda dar garrotazos.