Recordar nuestra niñez y adolescencia siempre es maravilloso, porque se nos vienen las remembranzas de nuestra época de estudiantes, cuando vivíamos con nuestros padres y hermanos alejados de toda responsabilidad más que asistir a clases y cumplir con las tareas escolares. Llegamos a concebir nuestra escuela como nuestra segunda casa, donde forjamos las grandes amistades que perduran en nuestro devenir y atesoramos los recuerdos más sublimes porque estuvieron cargados de inocencia. Fuimos felices en aquellas aulas bulliciosas donde asimilamos conocimientos y valores, guiados por nuestros maestros (as), a los que tanto respetábamos y veíamos como padres y madres adoptivos.

Desde 1928 y por decreto legislativo, se conmemora cada 22 de junio el Día del Maestro Salvadoreño, para rendirles tributo a esos hombres y mujeres que con vocación, esmero, sacrificio y satisfacción nos conducen por el mundo del conocimiento. Se escogió el 22 de junio para rendir tributo al General Francisco Menéndez, considerado el principal impulsor de la dignidad magisterial, capaz de impulsar una reforma de la educación que allende trajo excelentes resultados para la nación. Menéndez, presidente de El Salvador entre 1885 y 1890, murió un 22 de junio, días después de dejar la presidencia.

La labor de los maestros realmente es sacrificada y muy loable. Tan necesarios en la sociedad, reciben salarios bajos en comparación con otros profesionales, algunos recorren a diario largas distancias para acudir a sus centros de trabajo, soportan malos climas, condiciones inhóspitas y para colmo deben lidiar con la mala conducta de sus estudiantes y a veces la incomprensión de los padres de familia. Antes un profesor tenía la solvencia y la autoridad para corregir a sus alumnos, incluso castigándolos. En la actualidad un castigo de un maestro hacia sus alumnos casi siempre termina en una sanción o en un proceso administrativo que puede llegar hasta el plano penal. Al maestro se le quitó la potestad de corregir y al alumno se le arrebató el derecho a ser corregido. Una realidad que debe ser objeto de un profundo análisis y replanteamientos por el bien de la nación.

Para ser maestro se requiere de mucha vocación. Muchos estudios señalan que un alto porcentaje de maestros ejercen sin tener vocación; es posible que así sea, pero se debe reconocer que no cualquiera tiene la habilidad y capacidad cargada de tolerancia y aptitudes para enseñar a otros. Dar clases a niños y adolescentes no debe ser tarea fácil porque requiere suma responsabilidad. Enseñarle a leer y guiar con valores a un niño (a) es, según Paulo Coelho, la mayor gloria que reivindica y rinde culto al maestro abgnegado. Jaime O. Vidaurreta, uno de los mejores pedagogos modernos es del criterio que un maestro tiene el principal reto de sentar bases para que sus alumnos lo superen en cuanto a calidad de vida y formación integral. El maestro debe alegrarse cuando sus alumnos lo superan, porque esa es su obra y el legado que perdurará como su mejor aporte. En realidad al maestro no se le supera, simplemente se le vive eternamente agradecido por sus enseñanzas.

El 22 de junio es una gran fecha, porque nos da la oportunidad de recordar a quienes fueron nuestros segundos padres y madres. En mi caso, les guardo una profunda gratitud y les recuerdo con especial cariño a quienes me enseñaron mucho en el kínder y en mi educación básica, siendo ellos; Mabel Canizalez (QEPD), Gladys Mira, Marilú Esperanza, Florencia Morales, BlancaMargarita Espinoza, Hellen Rivera Piche, Gregorio García Torres (QEPD), Salvador Pérez (QEPD), Franco Armando Choto, Morena García, Luis Claros, Humberto de Jesús, Otilia Osorio, Lucio Rubio, Antonio Galdámez (QEPD), Bernarda Ayala (QEPD) y otros que en mi educación media y superior fueron vitales en mi formación.

Seguramente los reglazos (con el recordado metro), los jalones de oreja, los plantones bajo el sol, las expulsiones, las famosas “líneas”, dieron resultados positivos en quienes fuimos objeto de algún escarmiento por nuestro mal comportamiento. A mi me castigaron desde el kinder. No recuerdo un grado sin haber recibido algún tipo de castigo (me expulsaron como cinco o seis veces). Me castigaban los profesores por alguna travesura (algunas no tan inocente ) y como premio me castigaban mi padres por esa mala conducta. Nuestros maestros tenían el aval de nuestros padres y de a sociedad para castigarnos Gracias a esos escarmientos aprendimos a respetar y portarnos bien, lo cual a la mayoría nos ha servido por el resto de nuestras vidas.

Ser maestro (a) es vivir un apostolado. Se requiere estar dispuesto al sacrificio y armarse de paciencia y tolerancia. Mi maestra de primer grado, Marilú Esperanza, junto a mi mamá, me enseñaron a leer. Las dos se esmeraron pacientemente en ayudarme a repasar las lecciones y lograron la maravillosa obra de enseñarme a leer. Cuando aprendí a leer estuve listo para introducirme al mundo del saber. Cada día se aprende y desaprende algo. El filosofo Jorge Nieves afirma que desaprender es la mejor forma de aprender cuando se siguen los sabios consejos del buen maestro. Los conocimientos siempre deben ir con el buen ánimo del bien común.

En el Día del Maestro Salvadoreños un fuerte abrazo, una enorme felicitación y una gratitud eterna a todos aquellos apóstoles que con vocación, sacrificio y buena fe han cultivado buenos ciudadanos. La patria se los agradece. ¡Loor maestros (as)!