José Domingo Aldana, Carlos Fonseca, Reinaldo Hasbún, Carlos Humberto Hernández, Ever Mendoza, Napoleón Orlando Calderón y Sergio Antonio Cabrera son los nombres de siete víctimas de lo que desde entonces se convertiría, hasta terminar la guerra, en una práctica sistemática del terrorismo estatal salvadoreño: la desaparición forzada de personas con participación directa de agentes estatales o de particulares operando con su autorización, apoyo o complacencia. A ello debe agregarse el rechazo oficial a reconocer dichas detenciones arbitrarias e ilegales, negando además la información sobre el destino de quienes las sufrieron. Los mencionados fueron detenidos por las fuerzas represivas del régimen el 30 de julio de 1975 y nunca se supo de ellos. En la primera mitad de dicha década ya se habían reportado otros casos y en el marco de “la matanza” –como se conoce la barbarie perpetrada en enero de 1932– también hubo población desaparecida a manos del régimen dictatorial encabezado por Maximiliano Hernández Martínez.

No hay duda que para lo malo, ¡no me jodan!, nuestro paisito se pinta solo. Desde el 2 de diciembre de 1931 cuando este militar desbancó a su compañero de fórmula –el presidente Arturo Araujo– hasta mayo de 1944 el país estuvo sometido a sus designios autoritarios, inconstitucionales e ilegales. Con el paso del tiempo agarraron sus riendas cuatro generales, seis coroneles, un Consejo de Gobierno “Revolucionario”, una Junta de Gobierno, un Directorio Cívico Militar y tres juntas “revolucionarias”. Los mencionados entes “colegiados” se integraron con oficiales castrenses y algunos civiles de relleno. Así se llegó hasta Álvaro Magaña, economista y presidente provisional que fungió como tal entre mayo de 1982 y junio de 1984; él le entregó la banda al primer presidente civil electo en más de medio siglo: el ingeniero José Napoleón Duarte. Por ahí se coló, en 1962, un “ave de paso” durante unos meses: el doctor Rodolfo Cordón.

De toda la pléyade de hombres que individual o colectivamente ocuparon Casa Presidencial, me referiré a tres. Al primero, brevemente pues solo me interesa señalarlo como un muy mal precedente por haberse reelegido pasándose por donde quiso la Constitución. Me refiero al citado Hernández Martínez, quien duró poco más de doce años trepado en la silla; también en un montón de cadáveres y de personas desaparecidas. Pero además está el par de “armandos”: el coronel Arturo Armando Molina y el bachiller Nayib Armando Bukele. Ambos trajeron al territorio nacional el concurso Miss Universo, para montar en este un espectáculo carísimo e innecesario para el bienestar de sus mayorías populares; ello con el evidente propósito de exihibir una imagen falsa de país, tendiente a ocultar la situación real de estas. Situación de pobreza y exclusión, pérdida de empleos, falta de oportunidades, violaciones de derechos humanos y emigración forzada que pretendieron esconder debajo de la “alfombra roja”, con el enceguecimiento producido por los flashes de las cámaras y la ensordecedora propaganda oficial.

En tiempos de Molina la sangre de decenas de jóvenes estudiantes y del pueblo que acompañaba su protesta se derramó en las calles capitalinas el referido 30 de julio de 1975, once días después de finalizar el concurso internacional cuya triunfadora fue coronada por este gorila. Entonces El Salvador era, supuestamente, “el país de la sonrisa”; el lema del recién realizado este año lo definía como “mágico”. Mágico es aquello que “tiene cualidades que lo hacen muy atractivo y cautivador porque es extraordinario dentro de los de su género”. ¿Cuáles son las características de nuestro suelo patrio para que el oficialismo actual lo presuma así?

Hace 48 años, la mentada “sonrisa” era macabra por las muertes antes señaladas y las que después se multiplicaron por miles. En la actualidad, la “magia” de Bukele se basa en su descomunal aparato mediático propagandístico y el ocultamiento antes señalado, así como en la amenaza contra la protesta social expuesta ante el mundo este pasado sábado 18 de noviembre cuando fuerzas militares y policiales fuertemente armadas impidieron –hasta con “tanquetas” similares a las que ocuparon en 1975– que manifestantes llegaran hasta el hotel adonde alojaron a las misses, afuera del cual estaba el pueblo denunciando sus “susses”: sus angustias, sus dolores, sus reclamos, sus desgracias...

La “magia” oficialista presente se sostiene además sobre el temor de la gente a una vuelta al pasado, acrecentado por el uso y abuso del régimen de excepción. Al pasado del terror de las maras, si el “ilusionista” mayor no continúa aferrado a la “varita mágica” presidencial, y al pasado militarista que anticipó a Molina y continuó tras su salida del poder hasta el fin de la guerra. Pero, reconózcase o no, la gente comienza a perder el miedo. Ya se observa eso.

Posdata: Dicen que la nicaragüense triunfadora del Miss Universo 2023 no traga las dictaduras. ¡Qué bien!