Maximiliano Hernández Martínez quizás interpretaba un sentimiento imperante en diversos sectores sociales, sino cómo se explica que la brutalidad de asesinar a miles de campesinos e indígenas del occidente del país, sobre todo, no haya sido cuestionada casi desde ningún lado. Quizá solo Alberto Masferrer, sacudido por las tribulaciones de la muerte, llegó a atisbar la monstruosidad cometida y lo dejó establecido por escrito.

Jacinto Castellanos Rivas, obnubilado como se hallaba, de seguro tuvo información de primera mano de lo que estaba ocurriendo en la zona principal del levantamiento insurreccional, pero al parecer, en un primer momento, no parece haber tenido objeciones.

Salarrué, mientras sucedía primero el levantamiento y después la despiadada represión, se mantuvo escribiendo desde ‘Patria’. Aunque hay que aclarar que este periódico ‘Patria’ ya no es el que dirigió Masferrer. Ha virado, en cierto sentido. Y, de hecho, existe la posibilidad de que la redacción de ‘Patria’ (incluido su director, Alberto Guerra Trigueros) haya tenido algún nivel de compromiso en la conspiración golpista del 2 de diciembre de 1931. Jacinto Castellanos Rivas, sin duda.

Después de ‘Mi respuesta a los patriotas’ (21 de enero de 1932), Salarrué lanzó otros textos: ‘Hacia adentro’ (23 de enero), ‘Ha llegado la hora’ (9 de febrero), ‘Sentido común’ (13 de febrero), ‘Sembrando en predio ajeno’ (15 de febrero), ‘La escuela rural es el maestro rural’ (17 de febrero), ‘Mensaje a Pedro’ (20 de febrero), ‘La demostración del diente I’ (23 de febrero), ‘La demostración del diente II’ (26 de febrero), ‘Libertad de cultos’ (16 de marzo), ‘Desenterrando el hacha de la dignidad’ (31 de marzo), entre otros. Además de los diversos cuentos de cipotes y cuentos de barro que publicó durante 1932. Productivo sería tratar de situar esos materiales dentro del contexto que vivía.

Salarrué no se quedó callado, pero sí se quedó de hielo frente al hecho incontrovertible del asesinato de miles de personas. Otros se alinearon y vociferaron. Unos más fueron a ocupar escritorios y a recibir emolumentos.

Hay aquí entonces unas inquietantes preguntas: ¿artistas e intelectuales ‘no-alineados’ (como Salarrué, Alfonso Rochac, por ejemplo), aprobaron con su silencio el asesinato masivo que transcurría frente a sus narices?; ¿o el aniquilamiento de miles de habitantes rurales (campesinos e indígenas) comportó un mensaje contundente para posibles disidencias e hizo enmudecer en ese punto?

En febrero de 1933, Salarrué escribe ‘El sembrador desconocido’ (publicado en Cipactli. No. 8. Año XIII, agosto-septiembre de 1944), en el primer aniversario del fusilamiento de Martí, pero Salarrué solo se refiere al fusilado como una suerte de idealista, equivocado, pero idealista, y en ningún momento menciona el torrente social que entre 1930 y hasta enero de 1932 observó, leyó y escuchó. No hay que olvidar que ‘Patria’ fue desde 1928 una plataforma informativa privilegiada, y Salarrué formaba parte de ella.

1932 constituyó un radical parteaguas en la vida nacional. El país se reorganizó bajo la égida militar. Y este es el contexto que debería considerarse con mucha atención a la hora de juzgar vida y obra de autores como Salarrué. Pero también de Arturo Ambrogi, Alberto Guerra Trigueros, José María Peralta Lagos, Prudencia Ayala, Francisco Gavidia, Claudia Lars...

En ese tenor, habría que apuntar que partir de septiembre de 1932 comenzó a circular el semanario ‘Reforma Social’, órgano de la Asociación para el Estudio de los Problemas Sociales, y que en modo alguno era una iniciativa progubernamental, sino más bien un intento cívico de buscar una posición decente en esa hora rígida y militarizada que vivía el país. Los promotores de dicha asociación (Adolfo Pérez M. —director—; Miguel A. Magaña, Manuel Barba Salinas, Mario Vargas Morán —redactores—) muestra, quizás, una modesta corriente independiente que no quiso caer en la adulación al poder. Se habla mucho del llamado Grupo Masferrer y su cercanía al gobierno militar encabezado por Hernández Martínez, pero no se justiprecia la tentativa de la Asociación para el Estudio de los Problemas Sociales.

Aún no habría que dar por concluida la investigación sobre 1932 y sus alrededores, porque hay filones y esquinas que no han sido analizadas con cuidado. La sociedad salvadoreña era un mosaico complejo en aquellos años.

Muerto Alberto Masferrer, a inicios de septiembre de 1932, sin dudada que se apagaba una de las voces más firmes que fustigó el estado injusto de cosas que reinaba en El Salvador, pero de ninguna manera significó que otras (diversas) corrientes de pensamiento intentaran sentar postura.

Es fácil encapsular a tal o cual persona en este u otro compartimiento ideológico, pero es mucho más complicado reconstruir los contextos de la fragua, de su vida y de su obra.