Cinco días después de conocerse el contundente resultado del proceso electoral, en segunda vuelta (balotaje) la candidata Sandra Torres (37%) al frente de su partido Unidad Nacional de la Esperanza, aún no había reconocido el triunfo del candidato de Semilla, Bernardo Arévalo de León (58%).

Mal perdedora, y si es mal perdedora hubiese sido una mal gobernante, de haber ganado. Pero no, no ganó. No ganó en las tres anteriores elecciones presidenciales, donde igualmente compitió y siempre tuvo que ir a segunda vuelta. donde era derrotada.

Un sino pareciere que le persigue, quizá marcado desde su primer intento de ser candidata presidencial, al finalizar el periodo su esposo Alvaro Colom (2008-2012); pretensión frustrada al tropezar con el artículo 186 de la Constitución Nacional, que lo impedía. Su caso llegó hasta la Corte Suprema de Justicia, que no tuvo otra opción que sentenciar a favor de un taxativo artículo que no dejaba margen de interpretación, a pesar que, entretanto, había obtenido el tan codiciado divorcio.

En plena euforia del Socialismo del Siglo XXI el presidente Álvaro Colom no escapó de las tentaciones del sonido verde de la flauta de Hamelin, mimetizado en Hugo Chávez; mucho menos su cónyuge con aspiraciones presidenciales, aún no truncadas, por lo que no vendría de más un sólido apoyo del país suramericano cuyo líder tenía aspiraciones continentales.

Pero esos acercamientos con el Hamelin del Socialismo del Siglo XXI, no solo fueron de Sandra Torres; nuestro querido El Salvador de aquél entonces, también oyó el tintineo a través una flauta llamada Alba Petróleo, que hasta una silla en la influyente Cámara de Comercio se le concedió en tiempos de Saca; por lo que no debemos ser duros con los devaneos de la señora Torres, a fin de cuentas el capital no tiene colores ni banderas, como me dijo hace décadas un amigo dedicados a los negocios.

Nos desviamos un tanto del tema, pero es que América es única, a fin de cuentas. El sueño de Miranda, Bolívar, San Martín era una sola América federada; y de hecho Centroamérica lo fue, aunque poco tiempo; y hemos creado innumerables organismos cuyas infinitas siglas son imposible de retener, casi todas ellas descansando en un cementerio sin cruces, incluso las más recientes, las creadas por Chávez, para acabar con la OEA, y por supuesto sin los Estados Unidos.

Todavía sobreviven algunas de ellas, aunque en edificaciones abandonadas y derruidas; otras, como la CELAC, parecieran más bien un desordenado club de nostálgicos y dictadores, como lo demostraron en su reciente encuentro con la errática Europa, que aún creen en la existencia del “buen salvaje al buen revolucionario”, como calificó el escritor Carlos Rangel esa visión romántica con sentido de culpa del antiguo colonizador, ante los movimientos guerrilleros marxistas de los sesenta, setenta y ochenta en nuestra América. Y divisas no hay, por lo menos las provenientes del Socialismo del Siglo XXI, me abstengo de decir Venezuela, porque en realidad fue el “comandante eterno”, quien dispuso de ellas y no la nación, y observen cómo están ahora los venezolanos y su territorio.

De modo que se salvó Guatemala de ser gobernada por la señora Torres, quien más rápido que Speedy González, después del 2013 las calenturientas posturas socializantes se fueron acercando hacia una centroderecha ininteligible; además, cargada de uno de los Cuatro Gigantes del Alma, según Emilio Mira y López, la ira, porque los otros tres, el miedo, el amor y el deber, no creo que conforme parte de su psiquis. Y esto lo digo con entera responsabilidad y desconcierto, porque una ira sustentada en el resentimiento, evidenciado en la ausencia de una cortés llamada telefónica o comunicado incoloro de reconocimiento al triunfador, nos evidencia ira y afán de la represalia, que no puede ser el espíritu que guíe a quien aspire dirigir una nación tan rica en etnias y culturas como Guatemala.

De modo que no podemos menos que saludar a Bernardo Arévalo de León, el nuevo presidente electo de Guatemala, quien como su padre el Juan José Arévalo, llega igualmente con un sentido claro de la dignidad humana que pasa por la búsqueda del Bien Común, sin distinción de raza, sexo u origen social o económico.