Alojé en Facebook una foto de la promoción 1954 de la Escuela Normal Alberto Masferrer, en donde está mi padre, Rafael Alfonso López Calderón, la idea era saber quiénes eran los que estaban en esa foto. Roxana Summers, hija de Francisco Tomás Orellana me contactó, fue así cómo me comentó que su padre se había graduado de esa fabulosa escuela normal. Yo le dije que quería entrevistar a don Tomás. Rápidamente conversé a través de Skype con don Tomás, quien reside actualmente en Barcelona, España.

¿Cómo fue que decidió estudiar para ser maestro?
Tengo 89 años, casi noventa y entré a estudiar en la Escuela Normal Alberto Masferrer (ENAM) en el año 1951. En términos personales puedo decir que la educación que allí recibí alteró positivamente el curso de mi vida, así también quizás como la de la mayoría de quienes tuvimos el honor de ser allí formados. Al mismo tiempo, eso nos permitió a través de la educación, mejorar las opciones de vida de muchos otros a quienes tuvimos a nuestro cargo como estudiantes.

¿Cómo debía ser un estudiante Normalista?
Yo puedo afirmar sin temor a equivocarme que el posible candidato normalista se caracterizaba por ser de extracción humilde y por su sentido de vocación para la enseñanza. En mi caso particular, soy hijo de maestros, de origen campesino y tuve el privilegio de ser el único chalateco seleccionado como becario en mi año. No sé del proceso de selección, pero sí sé que era competitivo especialmente entre jóvenes capaces e inteligentes, de escasos recursos económicos, pero con mucha conciencia social. La educación de la ENAM aspiraba a la formación e instrucción de los futuros maestros. Formativamente contaba la ENAM con un código tácito de comportamiento con tres características fundamentales

¿Cuál es su percepción de los estudios en esa escuela?
Orgullo y sentido de pertenencia a la institución que empezaba fomentado por el hecho de que éramos internos y muy pronto nos consideramos como hermanos y miembros de una sola familia. Teníamos también un sentimiento de agradecimiento y lealtad a la institución que nos formaba, hospedaba, alimentaba, proveía de acceso a la salud y nos proporcionaba de opciones que muchos de nosotros de otro modo no hubiésemos jamás podido experimentar. Los normalistas contábamos con prestigio y excelentes relaciones sociales con estudiantes de diferentes instituciones nacionales e internacionales y nuestra conducta social era también ejemplar. Así contábamos con intercambios culturales, becas y excursiones a otros países de Centroamérica. Incluso hasta las ocasiones sociales como los bailes tenían buena reputación por ser realizados con buenos conjuntos y que eran acompañados del buen comportamiento de los asistentes. El aspecto deportivo nos identificaba y unía y había buenos deportistas en todas las disciplinas. Nuestro más importante rival era la Escuela Militar a la cual muchas veces le ganábamos en eventos deportivos. El rigor intelectual era muy exigente, pero pertenecer a la institución nos motivaba a estudiar. Teníamos tres meses de ajuste después de los cuales teníamos exámenes. Fallando más de tres materias se perdía el derecho a ser normalista. A esa prueba le decíamos ‘el avión’ que pasaba y se llevaba a los que dejaran materias independientemente de que fueran materias aplicadas como caligrafía o dibujo o materias intelectuales. Académicamente competíamos con los estudiantes del Instituto Nacional y con las de la Normal España que era la normal de señoritas.

¿Cómo era la convivencia en esa Escuela?
Existía un sentido de caballerosidad y de camaradería que demostraba el normalista. Desde que llegaba un nuevo estudiante ya era compañero. Nos decíamos ‘compañero’ o ‘paña’ por ejemplo el ‘paña López’ o ‘pañita’ para tratarlo con más finura. Llegó un joven corpulento que se llamaba Rafael que le decíamos Lito y a quien le quedó de apodo ‘panalito’ toda la vida. En eso tengo que decir que a todos nos gustaban los apodos y casi todos teníamos apodo. Otras instituciones como la Escuela Militar tendían a humillar al nuevo recluta. En la normal era lo contrario, todos los estudiantes eran amigos del recién llegado.

Como docente analizo que ser maestro era para los que traían ese don para enseñar. Corroboro lo que menciona el maestro Orellana, encontré los cuadernos cuando mi padre fue estudiante de la ENAM, es sorprendente todos los conocimientos que recibían.